Entrevista a Mónica Valenciano

El otoño pasado, Mónica Valenciano desplegó en La Caldera El lugar de los pasos perdidos, su última obra. Historia radicalmente viva de la danza peninsular, Premio Nacional en 2012, Mónica Valenciano se forma en el Institut del Teatre y la RESAD, pero también en otras prácticas que nutren la singularidad de su lenguaje como el boxeo, el tiro al arco, el flamenco, la tauromaquia, el circo o el cabaret. Raíz y rama de la siempre nueva danza española, formó parte del colectivo UVI-La Inesperada junto a Blanca Calvo, La Ribot, Olga Mesa, Elena Córdoba y Ana Buitrago. En 1997 funda la compañía y núcleo irradiador El Bailadero, una de las principales fuentes para la investigación dancística del país. También poeta y dibujante, desde el estreno de Aúpa! en 1987, Valenciano ha presentado decenas de obras dentro y fuera de nuestro territorio, como la serie Disparates. Algunos de sus textos pueden leerse en los Pliegos de Teatro y Danza de Antonio Fernández Lera, y Manuel Fernández Valdés le dedicó el documental He venido a leer la noche. Hablamos con Mónica Valenciano, a quien escuchar, como asistir a sus obras o recibir sus talleres, es adentrarse, a la manera de María Zambrano, en el claro de un bosque.

Entrevista: Fernando Gandasegui.

Fotografías: Tristán Pérez-Martín.

Antes de empezar la entrevista, un mosca se posa en el brazo de Mónica. Entonces recuerdo algo que le escuché decir, algo así como que si estás bailando y en el espacio hay una mosca, aunque no la puedas ver tienes que poder verla, es decir, bailar con ella y con todo lo demás que hay. Le digo a Mónica que tiene una mosca posada en el brazo antes de empezar la entrevista. 

Siempre hay algo. Las cosas están pero no las vemos. A mí me pasa cuando estoy en ese estado, cuando estoy trabajando, que veo. En un estado más abierto pasa que, aquello que ves, te mira, y ocurren cosas. Una mota de polvo, que es un mundo, pasando por aquí te lleva para allá. A mí eso me encanta. La mota baila contigo. Yo cuando bailo estoy muy acompañada siempre de lo que hay, que nunca es poco.

En tus talleres, cuyo influjo han recibido tantas personas en las últimas décadas, sueles dar una indicación que quizás describa en parte tu modo de investigar la danza. Unas palabras que nos acompañan a muchxs y que se manifiestan también en tus obras, como en El lugar de los pasos perdidos: “Los límites no hay que empujarlos, hay que acariciarlos”. 

Mira tú si no me peleaba yo con los límites, con las carencias, que llegué hasta a hacer boxeo, pero llegó un momento en que realmente sentí que el límite en realidad no existe, que es el horizonte de tu percepción. Y que si en vez de pelearte con ello lo acaricias, dilatas el horizonte donde tienes un impedimento, una imposibilidad o una lucha, que siempre es interna porque viene de la raíz a la superficie y de la superficie al espacio… Entonces me di cuenta de que se trataba de cómo estamos impregnados de amor, que estamos continuamente gestionando esa relación con el uno interno y su manifestación en el espacio. Ese amor maduró en una relación con el mundo, con una manera de sentirlo.

Boxeando me hice dos esguinces, estaba en un momento muy activa y de un cambio muy estructural, transmitiendo un lenguaje que aún no sabía bien cómo transmitirlo. Así que limitada como estaba por pegarme con todo, fue que se me abrió en un punto un mundo como un balazo que atravesándolo me atravesaba. Salí de ese punto con una perspectiva diferente. Mirando al mar siempre digo. Nació ya en mí una tactilidad en la que la danza no es un cuerpo que se mueve en el espacio, sino un espacio que se mueve en el cuerpo, que a su vez es el que te mueve y baila contigo. Si lo dejas pasar entra, te atraviesa, sale y se manifiesta. De esta manera vi cómo se dilataba el límite en esa caricia. Ya no era una manera de percibirlo por una pelea con lo que uno quiere ver, sino con una aceptación de lo que es, y entonces ya no empujas, sucede, comienzas a suceder y a hacerte con lo que hay jugando con cartas infinitas. En vez de querer tener toda la baraja, cuatro cartas te pueden dar un sinfín de descubrimiento y de jugadas que a su vez se fecundan entre ellas y las lecturas son muy amplias. 

El mercado de la danza, como cualquier otro, tiende a homogeneizar y algoritmizar lenguajes, aislando y rechazando mundos singulares. Si bien este aplanamiento ha sido normalmente ejercido por territorios donde existía mercado, también lo empezamos a percibir aquí, quizás por los modos en los que circula y se pone en valor la danza. Aun así, si miramos a nuestro alrededor, llama poderosamente la atención la diversidad y riqueza de artistas, lenguajes y mundos escénicos. Siendo tú una de las artistas con mayor singularidad e influencia en la danza peninsular, por ello también quizás menos asimilable, siempre he querido preguntarte, ¿cómo se crea un lenguaje, un mundo tan particular? ¿Cómo se sostiene ese mundo en el tiempo? 

Buena pregunta, pero eso es un misterio. Y el misterio es lo que nos mueve. Ese misterio, esa caja fuerte, esos negativos que nos llaman, todo lo arrinconado, lo desoído, lo no querido, lo rechazado… es algo que se mueve dentro y que en algún momento… No puedes no hacerlo. Me rindo porque si no me mata. En este trabajo estás ahí creando el espacio para que eso pueda suceder, y dejar que suceda. Y lo ves como un misterio con los ojos cerrados, a oscuras, tanteando con las yemas de los dedos como ojos. Abriendo ojos en todas las partes del cuerpo, que es lo que a mí me mueve, y se va manifestando aquello que tiene la potencia de ser pero no es. La pulsión es describir ese misterio que no se revela nunca, pero sí que hay pequeñas revelaciones, pequeños instantes en los que algo en ti respira, libera, da a la luz a esa sombra que te sacude como al pelele de Goya hasta que salta una chispita… Años y años de trabajo para un chispita que es la gloria, porque en esa chispa lo ves todo. En un segundo todo se manifiesta, como una aparición que te pellizca, eso que llaman aquí el duende, de otras formas en otros sitios, como al percibir que se libera el aroma de la flor. “Prisionero busca refugio para su libertad”, pero cuando viene te sorprende. Uno va cultivando un jardincito en su cotidianeidad, y eso te va vinculando a ese mundo, a la pequeña semillita que no sabes lo que es porque está al fondo de la tierra, pero tú vas regando y aquello se manifiesta. Si vas regando al final habrás creado un jardincito. Es una relación amorosa con aquello que bulle dentro y te araña, acaricia, brinca, golpea, quema, te dilata y te abre… el baile es así. 

El cuerpo como lugar de aparición titula algunos de tus talleres. La muerte, los muertos y los fantasmas, son desde siempre grandes movilizadores de la escena, convirtiéndola en un potencial lugar de aparición compartido, como en tus obras. Por ejemplo, yo te he visto en escena decir “baja”, y que algo de la “vida verdadera”, que señalaba María Zambrano, bajara o apareciera. Retomo una pregunta que te haces en un artículo reciente de Pablo Caruana. ¿De qué hablan los muertos, con qué sueñan y cómo se mueven en El lugar de los pasos perdidos?

Desde siempre, pero supongo que con el tiempo mucho más, te va alcanzando o se va enraizando como un árbol cada vez más profundo que se conecta por debajo con todos los demás árboles. Esa es la memoria, que tiene savia y rabia. Tú eres un canal, y el trabajo es disponer el cuerpo e ir creando espacio dentro del cuerpo para que todo eso se manifieste como quiera. Un árbol crece y se despliega en la medida en que se ramifica, agarra y profundiza. Mientras vas excavando se va desplegando lo que viene a través de ti. Yo vivo en el bosque, cerca de un árbol central enorme delante del que una vez me senté con mi libretilla y lo miré como si fuera la primera vez, y me llamó una amiga y le dije que estaba delante de Fontana di Trevi y que quería pedir no uno sino todos los deseos. El árbol era infinito, muy viejo, se me perdía la mirada en sus ramificaciones infinitas, y sentí que qué otro deseo podríamos pedir más que ese despliegue de toda su potencia dándose al espacio con todo el devenir que tiene, con sus estaciones, sus frutos y el pájaro que llega, con esa realización de la potencia de vida. Como decía Michaux, todos nacemos… eso habría que verlo, lo de nacer, porque siempre estamos a medio nacer y todo lo que hay antes y antes corre por nuestras venas como una música o como un océano a través de la memoria del cuerpo que va mucho más allá de los dos dedos de frente que tenemos (el otro día me decía una amiga que se iba a tatuar dos dedos en la frente y me tiré al suelo de risa)… Ese día el árbol me respondió, todo los deseos están en poder realizar esa potencialidad a través de ti, que no eres tú ni tus deseos ni tu voluntad, lo que te sucede no es voluntario y el trabajo es hacer que eso ocurra. Si tú impones el deseo, en esta sociedad del deseo interminable que no hace más que deseo y desear y crear un vacío que te crea millones de deseos, siempre hacia afuera porque hemos perdido la conexión… Mirando el árbol me di cuenta que cualquier deseo es la posibilidad del despliegue de la potencia que baila a través de ti todo lo anterior y lo anterior… Uno se da cuenta con el tiempo que todo viene de otra cosa. Permitírselo no es poco. Cuando dejas de imponer la voluntad intencionada, que está alimentada desde tantos estímulos, con el deseo de llenar el momento, conectas y ves que el trabajo es: a cuanta más atención, menos intención. Y la intención obstruye esa canalización. Al estar tan atiborrados de intención, yo quiero quiero quiero, es el deseo como posesión y narcisismo. Cultivar la atención es otra dimensión. Ser una antena donde registras y captas, para lo que tienes que ser mucho más pasivo, cultivar la atención requiere tiempo, proceso, estar con la vida y conectado al momento, cuando te aburres es cuando lo ves, cuando aparece. El movimiento fundamental, creo, es crear el espacio para que algo aparezca, y eso requiere una articulación del tiempo y habitar el espacio, cualquier espacio, no el que tú quieras. 

En un un texto sobre El lugar de los pasos perdidos, Kike García dice: “Yo no pude ver solo un cuerpo, pude ver el cuerpo sin límites de Mónica transformándose en infinitos cuerpos”. ¿Cómo se invocan y bailan esas multitudes? 

A través de mi experiencia, lo que siento es que uno va descubriendo y descubriéndose al mismo tiempo. La voz del cuerpo emerge, una voz de un lenguaje extranjero que es una polifonía de cuerpos y voces que se juntan en una corriente laberíntica de pasos perdidos, que a su vez viene de otra y otra voz. Entonces comienzas a desplegar ese cuerpo orquestal. Todo viene siempre también de una experiencia o contacto con lo real, esa chispa de un momento que te mira. 

La mía viene de un viaje que hice con mi compañera, andando desde Madrid a Extremadura por caminos que no estaban trazados. Un atardecer nos paramos a comer en unos árboles, y de frente había una pared blanca encalada de un cementerio. La imagen que yo vi era la de un burro negro rajándole el sol de agosto, porque era agosto con luna llena, pegado a la tapia del cementerio. Comimos, tomamos té, escribimos y dibujamos, y de repente la imagen me miró, y veo al burro escuchando a los muertos, como un cura detrás del confesionario. Era el verdadero cura. Después de hora y media me pregunto qué escucha el burro de todo este silencio, porque había un silencio expandido y profundo en medio del campo. Y siempre pensé, si yo hiciera una película, la empezaría así, con este burro en la pared escuchando un cementerio de ausencias que de pronto adquieren toda esa resonancia. Esa imagen provocó la chispa, la llama o la lengua que arde, arriba y hacia fuera. Yo era esa burra. Y estaba en un estado de enamoramiento brutal. 

El lugar de los pasos perdidos es también un lugar de renuncia, de pérdida, de vaciamiento, de quitarse del medio o de hacer lugar para que algo ocurra.

Un día te das cuenta que estás hecha también de tus carencias, o que tu don son tus limitaciones al mismo tiempo. Pero no las tuyas si no las que vienen a través de ti, porque tú vienes de una historia interminable. Por la velocidad, a la que nos obliga el sistema, de gustar y complacer, de seducir, prestamos más atención a las carencias, nos peleamos y frustramos, y eso crea mucha ira, mira cómo está la cosa, o el coso. Mejor me callo.

Todo lo que es renuncia, carencia, lo que está en el des-ván, lo que no va, está lleno de cosas de todos, porque el sueño se construye entre todos, de eso te das cuenta con el tiempo y se manifiesta de una manera aplastante. 

Como en el campo donde vivo, el tiempo es así, te insufla otra manera de estar. Todo eso que va a parar a los desvanes de todo, está ahí, está vivo, está latente, latente porque late, pero está también abandonado, como esa orfandad que todos tenemos, y que se mueve, te mueve y se fecunda. Una carencia tuya con una carencia mía con una limitación de otro, todo eso, en vez de ir a parar a un lugar de frustración y de ira, se puede observar y dejar un espacio para que todo eso se encuentre y se fecunde entre sí. Eso es para mí la creación. Un lugar de exploración y sobre todo de escucha más que de discurso como diría Chantal, pero primero hay que escucharla en una misma. A mí se me manifestó ese lugar donde esos pasos desorientados, perdidos, esa orfandad se miran y escuchan entre sí y creaban una danza posible. Eso me movió mucho, cómo sería esa danza. Toda esa soledad, abandono, ira, se transformarían entre ellos… Si alguna certeza tengo es que eso ocurre. Lo que yo soñaba o creía que soñaba, porque lo profundo de ese sueño no es el yo que no tiene fuerza de ser, pero entre muchos sí que la tiene. 

Todo esto es una abstracción, luego viene la invitación de La Caldera. Yo he presentado mis trabajos allí desde el principio. Cuando me invitaba Toni Cots y la gente se enfadaba, se me iba del teatro y me gritaba en catalán que eso no era danza. Cosas así pasaban y las viví. Cuando me llegó para esta vez la invitación de La Caldera yo estaba en otras cosas, acompañamientos, talleres… y esta es una pieza que cada vez se va desplegando. Eso que te decía de Mixaus, que estamos todos plegados, pero que la vida es un irse desplegando, cada uno de manera diferente. Esta frase es preciosa, como la de que Dios, si fuera algo, sería un polígono de infinitos lados. Dentro de mi renuncia yo no sé gestionar, no tengo redes, no tengo nada, vivo en una mini casa en el medio del bosque. Pero eso sí, todos los días practico, estoy y vibro. Pero muchas renuncias, no te puedes imaginar la de momentos y encrucijadas. Y unas veces por aquí, y otras por allí, hasta que decides que por allí. Como me dijo mi madre, que me hizo la performance y yo no presté mucha atención aunque nunca me he olvidado porque luego lo ves: “la vida es que tú pisas por aquí y bien, por aquí no porque se mueve, por aquí sí, y así sigues”. 

Todos vamos por la calle mirando naves, ¿no? Yo me siento al lado de una nave y pienso que no sé cómo gestionarla. ¿Subvenciones? No sé, tengo muchas limitaciones. Me parece maravilloso y sería el sueño, pero no todos tenemos las mismas posibilidades. Y me entero que Ana Buitrago acaba de abrir un espacio que te cagas. Porque yo quería desplegar otros dos o tres pliegues de la obra, porque es como una correspondencia de cartas que cuando respondes descubres algo más. Escribí a Ana que había recibido la propuesta de La Caldera, me dijo que acababa de terminar las obras, que aún funciona en el boca a boca, pero me acogió de una manera maravillosa. Cada listón de madera es un cuadro. El sueño de Ana materializado, con el sueño mío y con el sueño del otro al final se manifiesta para un tercero, cuarto o quinceavo. Y eso te reconcilia porque desdibuja contornos, desdibuja la unicidad de la línea recta, y vas viendo que es ramificación y que esos pasos perdidos se encuentran entre todos. 

En Claros del bosque de María Zambrano, una de tus lecturas de referencia, la filósofa dice que el claro del bosque da como respuesta la nada o el vacío a lo que se busca. “Mas si nada se busca, la ofrenda será imprevisible, ilimitada”. En tu obra, tus obras y talleres, pareciera que nos invitas a ese claro ilimitado que has trabajado durante tanto tiempo, donde hay renuncias, sí, pero también esplendor y goce. 

Es como esa respiración que a veces va cada vez más abajo, hasta los pies, se va filtrando y te da una sensación de plenitud, de que no eres tú. La vida al principio es un verbo, como tu hijo, que primero dirá yo quiero esto y lo otro. Pero luego descubres el tú, después el él o ella, y el nosotros y el vosotros y el ellos, y todo eso se conjuga porque está jugando con todas las posibilidades. 

Un día me encontré una tela de araña, de la que colgaba un hilo, y de ese hilo una hoja ocre en la belleza del marchitamiento. La hoja se movía, baila en el último segundo de estar aquí en este lugar. Cómo sentí ese cuerpo, el vértigo del desprendimiento final. Y miré al suelo y vi el esplendor verde que le esperaba. En un segundo va a caer y va a ser parte de todo eso y se va a expandir. Ese último suspiro, pero luego esa expiración y liberación del formar parte de todo lo que hay allí. Qué plenitud de nuevo. De viejo y de nuevo. ¡Qué es eso de ser original! Si algo realmente es original es porque se ha conectado con algo originario y origina continuamente, como decía Agamben u otro que viene de antes, que lo contemporáneo es esa cita secreta entre el origen y la manifestación de lo que ocurre. Como una cerilla y una caja de cerillas. Tiene que prender. Aprender. Prender con. Entonces comprendes. Ahí se da esa chispa. Un contacto que te da a ver un momento y a segregar ese lugar donde luego va a poder aparecer. Ha saltado la chispa desde dentro. Se ha extrañado y se ha entrañado. Son pequeños momentos de plenitud. Bailar no es hacer un movimiento, es crear el espacio literalmente. 

¿Cómo vemos que un cuerpo se mueve normalmente en el espacio? (Mientras Mónica se mueve en el espacio) Hace una cosa, luego hace otra… Y una un día dice, yo creo un espacio, y el movimiento aparece (Mónica lo aparece con un cigarrillo en la mano). Y lo que estoy haciendo es el espacio que se crea aquí (Sigue apareciéndolo). O el espacio que se crea entre mi mano y mi oreja… y ahí hay un antes y un después. Cuando una danza se crea por el espacio que crea, no por el yo que se mueve, porque entonces es el espacio el que mueve el cuerpo. Entonces ya no hay esfuerzo y sucedes ahí. Y hay una sensación de goce tremenda. Rozas el éxtasis porque sales de ti y te encuentras con lo otro, y una emergencia de ti en el que el espacio te acoge y tú te entregas. La danza ante todo es escucha, y para eso tienes que crear silencio, que el ruido baje. La polifonía empieza a moverse en ti, y ese estado de escucha y atención que es lo que cultivamos, es en realidad un ofrecimiento. Cuando ya no te impones al espacio, no impones lo que piensas, ni haces lo que te dicta la secretaría infame de la mente que dice Chantal, que es la que no quiere saber nada de lo que no puede controlar, la que tiene un discurso armado para poder vender y “que funcione”. Ahí aparece una rendición y un ofrecimiento y pasan cosas más allá de ti. Cosas que descubres en un continuo encuentro con ese descubrimiento, des-cubrimiento de algo que estaba cubierto y que te lleva a una desnudez que no estaba pensada, que se va segregando como la tela de araña. Un lugar que crea una red donde te puedes lanzar porque tienes anclajes y vas lanzados otros anclajes para seguir lanzándote porque tienes oficio, como antiguamente se llamaba, y no ocurrencias.  

Recupero un texto de José Antonio Sánchez (Desviaciones, 1999) sobre tu trabajo. “La opción por «lo viejo» no responde a un interés exclusivamente estético, se basa más bien en la proximidad a una experiencia de los márgenes: los márgenes de la cultura (los toros, el flamenco, el boxeo, el cabaret, el cine mudo…) y los márgenes de la economía (objetos de segunda mano, pisos subalquilados, experiencias de supervivencia en la gran ciudad…) ¿Sintomático de una rebelión contra el orden existente? Probablemente, aunque la coreógrafa más bien lo interpretaría como una cuestión de amor”. Hagamos viajar en el tiempo esa pregunta escrita hace 25 años. ¿Cuál sería tu interpretación o respuesta hoy? 

Probablemente respondería eso, éramos mucho más jóvenes. A la larga es muy acertado. Sin duda es una relación amorosa y fértil, intuitiva y a ciegas, todo el rato. Ves cómo se te ensancha el espacio dentro, y puedes acoger, y por lo tanto también puedes proyectar. Y cómo eso te informa, te forma y te transforma finalmente. Esa es la experiencia. La cuestión es no poseer eso que se ha formado, cuando dejas que baile se empieza a transformar y te empieza a transformar. Es un dejarse poseer, un estado de ofrecimiento, de juego y de presencia. Es ser ese radar. 

En tus obras siempre hay una serie de objetos que se repiten, ¿por qué esos objetos y cómo articulan la estética de tus obras? 

Me lo pregunto también. Yo solo sé que van saliendo una serie de objetos fetiche. Quizás porque en esa imposibilidad o en esa limitación que tengo, trabajo con lo que hay. Yo no trabajo con dinero ni con subvenciones, trabajo con lo que hay. Y aquí lo que hay es un espacio pequeñito. Ahora bien, estoy dialogando todo el día con lo que hay. Y yo me pregunto, ¿quién inventó el clínex? (Mónica coge un clínex y lo enseña). Aquí está todo. Mira los pliegues. Hay un paisaje, una montaña, un mar por debajo, un rayo que lo atraviesa, la cruz… Esto es una pantalla donde puedes proyectar la película que llevas dentro y no sabes cuál es todavía.

Por la compañía y contexto de investigación El Bailadero, así como por tus clases, han pasado artistas como Raquel Sánchez, Amalia Fernández, Lola Jiménez, Estela Joves, Nines Martín, Tania Arias, Kike García y tantxs otrxs. ¿Cómo se arraiga y se irradia esa danza vuestra a lo largo del tiempo?

El Bailadero es un lugar donde la gente se encuentra, todo el mundo aporta cosas y se va generando algo común. El Bailadero es el lugar donde yo puedo experimentar con otros cuerpos y voces, y ponemos en juego una serie de herramientas o llaves que me han abierto cajas fuertes con las que he podido liberar y respirar. Esto talleres a mí me han ayudado mucho a formular en común estas llaves. A mí todo esto me ha permitido sobrevivir, me hubiera muerto si no sale esta fiera de aquí. Todo esto se inicia con Raquel Sánchez, cuando me empuja intuitivamente, por su propia necesidad o resonancia, y me dice aquí hay un espacio, yo te ayudo, te hago la producción…  

A mí me escribían de Nueva York y tiraba los faxes a la basura, y Raquel los cogía y me decía que me estaban invitando a trabajar. Tampoco me hacía ilusión irme sola con una maleta y aparecer allí como un extraterrestre. Raquel me ayudaba con todo, y yo no tenía nada para ofrecerle a cambio, pero me decía de venir a los ensayos. En aquel momento yo sentía que lo que hacía era imposible de transmitir, todavía no me salía la voz, era todo muy chiquitito y para dentro, una pelea muy entrañada. Un día viene a ver el ensayo, pero al tercer día ya se pone el chándal, empieza a moverse… yo la miré y flipé. Era algo posible en otra energía totalmente opuesta, revelado en otra dimensión y a su manera, porque Raquel es todo luz, abierta y en expansión. Y de repente se me abrió el mundo, porque yo había dejado de bailar, porque para ir por ahí con una maleta sola no. Ya estaba bastante autista. Entonces ahí empecé a balbucear cómo ese cerrojo se había abierto en mí. Comencé a formular esa transmisión. De ahí sale el Bailadero. En realidad fueron ellos quienes metieron la llave dentro. Y continúa dando vueltas y abriendo nuevos espacios, tiempos y maneras. Si alguna cosa he podido ser se la debo a la investigación, que es mi terreno. Y poder crear un espacio para los demás en el que me dan una llave, que luego se la doy yo a ellos… El lenguaje siempre va encontrando espacios y tiempos nuevos y diferentes que van oxigenando y descubriendo algo de cada uno y de todos. El Bailadero es un espacio de investigación que se crea entre todos. Ese ha sido mi lugar de investigación y realización. Que desde ahí se desarrolla algo o luego recibes una llamada para compartirse… El Bailadero es un espacio en que se echan semillas y ese semillero luego se riega y crece en esa vinculación que se va ampliando. Esa es una manifestación del amor que me permito, que antes no me permitía y que me hace sentir y vibrar con los demás.

En tus obras la imagen no se fija, parece bailar como el mercurio y fugar, vibrando en polisemia, creando aquello que María Zambrano llamaba una “visibilidad nueva”. En cuanto a la relación de la imagen con la escena, a grandes rasgos, los últimos años quizás se observen dos grandes tendencias: artistas que persiguen imágenes, es decir, obras y modos de trabajar que dirigen sus esfuerzos a la producción y circulación de imágenes; mientras que otras crearían las condiciones de posibilidad en escena para la emergencia o no de imágenes, centrándose más en esas condiciones que en los resultados. ¿Cómo describirías tu modo de trabajar con respecto a la imagen?  

Para mí esto tiene que ver con lo que hablábamos antes de que hay algo que entraña, algo que extraña y algo que no sabes muy bien lo que es pero que se va a formar, y cuando lo tienes formado podrías quedarte, y hacer ladrillitos, hacerte un muro y quedarte detrás del muro… O bien dejas que esa información se forme, pero también se transforme transformándote. En realidad nada está terminado nunca. Eso es la secretaria que lo quiere controlar, agarrar, hacer un muro y protegerse. El discurso armado, consciente e intencionado. Claro, hay que vender. La gente tiene prisa por hacer productos que vender, y estar siempre en la corriente. Pero la corriente pasa y la rana permanece. 

Esto también es otra imagen. Tendría yo veinte años con la pareja que aún hoy me acompaña. Una persona muy sabia que me sigue dando lecciones. Y estaba yo un día diciendo que esto qué significa, pero lo otro no sé qué… Estábamos en El Retiro porque yo iba a entrenar allí, y me dijo: “¿Ves ese rayo de sol? ¿Puedes agarrarlo? El sol incide, tiene un tiempo, penetra… tú no sabes lo que está haciendo ese rayo de sol a través de los demás”. Un rayo de sol no se puede poseer, ni es una certeza. Últimamente lo que hacemos es desengañarnos para poder encontrar un conexión real con lo que hay. Todo incide en todo y está continuamente siendo, haciéndose. Como cuando escuchas a la gente decir es que yo soy, yo esto y yo lo otro. Yo no soy, yo estoy a medio nacer, estoy naciendo con lo que hay, haciendo con lo que hay, escuchando lo que hay y eso es mi trabajo y eso es LA VIDA. Eso es el estado vital de vibración. El arte de suceder la vida. Pero no es fácil porque todo te invita a querer atrapar, dominar, afirmar, defenderte, e imponer finalmente. Ese es un camino muy rápido. Uno atrapa, domina, impone y dice YO. Un narcisismo… pero YA, ¿NO?

Tu creación abarca e imbrica la danza con el dibujo o la poesía. Para El lugar de los pasos perdidos escribes, entre otros, estos versos, de cuyas palabras alguna aparece a través de tu voz en la obra: 

Con la boca abierta… la curiosidad del cuerpo salvaje y
su abrevadero de ausencias tras la lengua,
no llega la pregunta a convertirse en nido 
lo que sopla cruza la intemperie,
dejando ver la transparencia más antigua 
pastaban los ojos de aquella noche,
en apenas un instante escupió el bosque.
Aún la imagen cuenta semillas… pasos de una multitud 
en el fondo del rasguño.
De qué hablan los muertos…
lo que no sabes alcanza primeros pasos,
en el suelo de otra voz
danza…
Es tiempo de qué?

Me gustaría terminar la entrevista preguntándote por tu último verso. ¿Es tiempo de qué? 

Esa es la pregunta. Escuchar. La pregunta está siempre en ruinas. Son pedazos. Cómo escuchar cómo se reúne todo lo que no… (Mónica cambia la entonación en cada no) No, no, no, no, no, no. La pregunta responde si la escuchas. 

Fernando Gandasegui

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