Encender un fuego para insistir en lo que no puede ser tocado.
Festival Domingo < 05 junio 2002 < La Casa Encendida
Para hacer una vasija haces un hueco en la cerámica. Dónde la vasija no está encuentra su utilidad.
Ahora me atreveré a describirte como lo haces con Mariane y Éliene:
El patio de La Casa Encendida está en penumbras. Intuimos a través de las lamas del tejado, que la noche está por caer. Abajo, en el suelo de piedra, pequeñas estructuras formadas por lámparas (focos escénicos) atrapan nuestra atención. Una presencia ligera, casi una sombra, se desplaza entre ellas realizando pequeñas acciones. Se intuye una trayectoria que podría desvelar el campo gravitacional de lo que está aquí pasando.
Tu rostro silencioso y concentrado. El color mostaza de tu ropa se funde con el dorado fuego que enciende una danza imperceptible. Tienes el pelo color castaño, te llega hasta los hombros. Tú también te sientas en lugar extraño junto a los aparatos eléctricos.
Se enciende el fuego primero en la oreja.
Algunas oirán lo mínimo, otras lo máximo.
Pones un micro junto a un conector eléctrico. Electricidad corporeizada en múscia. La electricidad siempre suena, siempre está sonando.
Primero fue el sonido, luego la luz.
Esa lámpara late como un músculo, parpadea como un ojo, respira como un pulmón.
La mera contemplación de esa luz crea una fogata interior. ¿Conoces ese secreto? Una fogata hace un sitio. Ese sitio nos acoge. Estamos muy cerca de esos afectos.
Afectos color dorado rojizo calor. No necesita explicaciones. Recuerda ese fuego para mantenernos en la tibieza.
Brota un volcán a partir de un polvo efevescente. Te acercas a las lámparas y las haces hablar. En ese instante, un estallido de fuego y luz hacer arder las epidermis. Las lámparas nos susurran por debajo del umbral de escucha. Nuestro oídos se hunden en su escucha profunda.
Lees que la compositora Éliane Radigue dice: “sumergirse en la ambivalencia de la modulación continua con la incertidumbre de estar, y/o no estar, en tal o cual modo o tonalidad.”
Algo en tu cuerpo me hace pensar en una exploradora, alguien que se deja atrapar por un territorio para recorrerlo en toda su vastedad, la gran amplitud de un sonido que comienza aquí, pero recorrerá largas distancias hasta convertirse en siglos.
Bajo los pies de esta pieza, corre una enorme fuente de calor que libera nuestra percepción, que nos aproxima a campos imperceptibles que aparecen y se desvanecen. Una lumbre común para compartir los relatos de lo impronunciable.
Me llama mucho la atención cuando nos dices que “la electricidad que hace posible el despertar una idea tiene la misma naturaleza que la fuerza que mantiene unidas las paredes de este lugar.”
Entonces vemos aparecer lo invisible, un vacío completamente lleno…
…un vacío completamente lleno. Tejidos de frecuencias infinitas.
Luz y sonido
Pulso y calor
Oscuridad y luminiscencia
Lleno y vacío
Haces un lugar, que como un paisaje, nos da a ver en un fundido continuo, una fogata eléctrica y un pedazo del firmamento.
Aquí arde esa membrana que nos mantiene vivas. Aquí, arde la piedra que dejas en mis manos. Esa piedra caliente que me hace pensar en la primera piedra, cacho ínfimo del universo que aún guarda ese calor, ese pulso eléctrico primario.
Te cito como quien atrapa un destello «Crecer hacia adentro en la insistencia intuitiva sobre lo que no puede ser tocado.»
Compartimos esta conversación entre Leticia y VAHO. Preguntas lanzadas para expandir las propuestas artísticas del Festival Domingo más allá del tiempo de su presentación y más allá del contexto que la invita. Probar hacer links con aquello que está dentro y fuera a la vez de la pieza, con aquello que no alcanza, pero busca; con aquello que revela, pero no dice.