Eduardo Vasco se ha currado una compañía de teatro clásico muy molona. No lo ha tenido fácil viendo como están las cosas en la escena madrileña de donde se nutre: adocenamiento y vulgaridad a partes iguales, esa RESAD amiguil, caduca y casposa. Con su talento, y el de otros muchos, ha sabido crear buenas piezas con algunos textos inéditos para la compañía. Ahora que ya parece haber recogido los frutos de su lavado de cara al teatro clásico madrileño, empezamos a percibir como sus apuestas son cada vez más «arriesgadas».
La estrella de Sevilla se nos muestra en apariencia contemporánea: música tecno, trajes oscuros y decorado minimalista, que me hace pensar maliciosamente en el interior de un Zara con unos dependientes que a veces actúan como modelos de pasarela. La intriga no puede ser más actual, las atrocidades de un poder demasiado absoluto, y por tanto los guiños a nuestros días aparecen.
Me encantan ese rey Sancho y su maquiavélico ayudante, permanentemente asombrados ante tanta sumisión, a pesar de sus continuos desmames. El desprecio y el asco que les revuelve las tripas ante la necedad y abnegación absoluta con que la gente les obedece, incluso frente a la mayor de sus felonías. Toda una metáfora de la sociedad de hoy. Quien haya intentado protestarle a un policía por una injusticia por ellos cometida, o a un funcionario o a un político, ha soportado su cara de desprecio, su mirada de asco, como si se le hubiese acercado una cucaracha.
Así ha sido el agravio de estos tiempos: nos la han metido doblada y aún nos llaman tontos.
D.
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