En Twitter se pone claramente de manifiesto que no se está ahí para decir algo, sino por razones completamente distintas, particularmente para dejarse ver y ser visto. Ser, decía Berkeley, «es ser visto». Es un lugar de exhibición narcisista. Y la opcion de negarse lisa y llanamente a expresarse por medio de twitter no me parece defendible. Pienso, incluso, en determinados casos, aparecer en él es una especie de deber.
Pero Twitter es un instrumento que teóricamente, ofrece la posibilidad de llegar a todo el mundo. Lo que plantea una serie de cuestiones previas, ¿está lo que tengo que decir al alcance de todo el mundo? ¿estoy dispuesto a hacer lo necesario para que mi discurso, por su forma, pueda ser escuchado por todo el mundo? ¿Merece ser escuchado por todo el mundo? Se puede ir incluso más lejos: ¿Debería ser escuchado por todo el mundo?
Por otra parte, la gente se deja llevar por una forma consciente o inconsciente de autocensura, sin que haga falta efectuar llamadas al orden. El reinado de los índices de audiencia tenía que hacer que ocuparan los trending topics de Twitter esos ingredientes que las ansias de respetabilidad impuestos por el modelo de prensa escrita seria habían hecho descartar o relegar a un segundo término hasta ahora. Pero los sucesos son también elementos de distracción.
Y la crónica de sucesos es una especie de sucedáneo elemental, rudimentario, porque interesa a todo el mundo, a pesar de su inanidad, pero que ocupa tiempo, un tiempo que podría emplearse en decir otra cosa. Ahora bien, ocurre que el tiempo es un producto que va extremadamente escaso en Twitter. Y si se emplean unos minutos para decir unas cosas tan fútiles, tiene que ser porque esas cosas tan fútiles en realidad son muy importantes, en la medida que ocultan cosas valiosas.
Al privilegiar los sucesos y llenar ese tiempo tan escaso de vacuidad, de nada o casi nada, se dejan de lado las noticias pertinentes que debería conocer el ciudadano para ejercer sus derechos democráticos. Twitter, paradójicamente, puede ocultar mostrando.
Y twitter incita a la dramatización, en un doble sentido: escenifica en imágenes, un acontecimiento y exagera su importancia, su gravedad, así como su carácter dramático, trágico. Además, produce una coerción terrible: la que impone la búsqueda de la primicia informativa, de la exclusiva. Para ser el primero en ver algo, y en mostrarlo, se está dispuesto a lo que sea, por así decirlo, y como todo el mundo se copia mutuamente para adelantarse a los demás, para mostrar algo antes que los demás, o para mostrarlo de un modo distinto que los demás, todo el mundo acaba haciendo lo mismo, y la búsqueda de la exclusividad que, en otros campos produce originalidad y singularidad, desemboca en éste en la uniformizacion y la banalización.
Los peligros políticos inherentes a la utilización cotidiana de Twitter resulta de que posee la particularidad de producir lo que los críticos literarios llaman el “efecto de realidad”, puede mostrar y hacer creer en lo que muestra. Y vamos cada vez más hacia universos en que el mundo social está descrito-prescrito por Twitter. Twitter se convierte en el árbitro del acceso a la existencia social y política.
Para los usuarios de twitter una actividad imprescindible es leer twitter: para saber lo que uno va a decir hay que saber qué han dicho los demás. Éste es uno de los mecanismos a través de los cuales se genera la homogeneidad de los productos propuestos. Esta especie de juego de espejos que se reflejan mutuamente produce un colosal efecto de enclaustramiento, de aislamiento mental.
El dios oculto de este universo, el cual reina sobre las conciencias…los índices de audiencia. Están en la mente de todos (followers, retuits, favoritos…). En cambio ahora, y cada vez más, el mercado es reconocido como instancia legítima de legitimación. A través de los índices de audiencia la lógica de lo comercial se impone a las producciones culturales. Y es importante saber que, históricamente, todas las producciones culturales que consideramos las más insignes de la humanidad, pro ejemplo, las matemáticas, la poesía, la literatura, la filosofía, se han realizado a contracorriente de lo que equivaliera en cada momento a los índices de audiencia, a contracorriente de la lógica del comercio.
Los índices de audiencia ejercen un efecto muy particular sobre la twitter: se traducen en una mayor presión de la urgencia. Por eso twitter no resulta muy favorable para la expresión del pensamiento. Establece un vínculo, negativo, entre la urgencia y el pensamiento. Es un tópico antiguo del discurso filosófico: es la oposición que establece Platón entre el filósofo, que dispone de tiempo, y las personas que están en el ágora, la plaza pública, las cuales son presa de las prisas. Dice, más o menos, que cuando se está atenazado por la urgencia no se puede pensar.
Pero lo que está claro es que existe un vínculo entre el pensamiento y el tiempo. Y uno de los mayores problemas que plantea twitter es el de las relaciones entre pensamiento y velocidad. ¿Se puede pensar atenazado por la velocidad? La comunicación es instantánea porque, en un sentido, no existe. O es sólo aparente. Twitter privilegia a un cierto número de fast thinkers que proponen fast food cultural, alimento cultural predigerido, prepensado.
Hay una ley que se conoce a la perfección: cuánto más amplio es el público que un medio de comunicación pertende alcanzar, más ha de limar sus asperezas. Más ha de evitar lo que pueda dividir, excluir, más ha de intentar “no escandalizar a nadie”. Por todo esto, twitter genera una especie de demagogía de lo espontáneo. Y estos escritores para no escritores, filósofos para no filósofos, etcétera, gozarán de un favor en twitter, de un peso desproporcionado en relación con su peso en su universo específico.
Así que se puede y se debe luchar contra los índices de audiencia en nombre de la democracia. Parece una paradoja, porque la gente que defiende el reino de los índices de audiencia pretende que no hay nada más democrático (es el argumento favorito de los anunciantes y los publicitarios más cínicos).
Porque la actualodependencia de twitter propicia una especie de amnesia permanente que es el anverso negativo de la exaltación de la novedad, así como su propensión a juzgar a los productores y los productos en función de la oposición de lo “nuevo” y lo “superado”.
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Esta es una remezcla muy simple en la que además de pequeñas suturas, he cogido todas las citas que me gustaban de “Sobre la televisión” de Pierre Bourdieu y he sustituido la palabra Televisión (o similares) por Twitter para ver el efecto que causaba.
Pero en realidad, oculto en esta nueva remezcla/experimento, se esconde una noticia importante: dejo twitter.
Texto de Felipe G. Gil.