Lo confieso hay un teatro que me hace botar en la silla.
Hay un arte tan bueno y emocionante que me da cosquillas en los píes, ganas de saltar en la cama, o de cerrar el libro de repente.
Ésto me pasa rara vez, pero me pasa con Israel Galván, un bailaor que pude ver hace tiempo por primera vez gracias a Sonia Gómez, otra artista que me hace botar de pura emoción.
Anoche en la En la curva el público os agarrabámos a la butaca para no salir despedidos de tanta emoción y tanto desmadre. Ante un espectáculo que sobrepasa a Jonh Cage en dadaísmo sonoro, en ganas de jugar, en diversión… Ahí estaba Galván, tirando sillas, montando jaleo, rompiendo esquemas, haciendo una sinfonía de compás que quería desacerlo y romperlo todo. Menos mal, que el contrapunto a esta hiperactividad casi infantil era muy fuerte. El cante y al piano, nos hacían volver a las razones y a lo jondo. A la hondura del arte que mira al público y que tiene que ser, ante tanto barullo, un poco cuidado, refinado.
¡Qué arte! ¡Qué puntazo! ¡Qué bien hilado todo! ¡Qué ganas de vivir!
Ahora al barrio a tomarse unos finos. ¡Viva el arte bueno!
D.