Me gusta Castelucci. Me gusta como al tío se le va la olla, y mientras, ver como la gente del público lo pasa tan mal.
Al parecer, cada vez es menos barroco y más visceral, más rancio. Costaba tragar tanto humo al inicio, claro que sí no, no se veía el laser. Luego el pestazo de churruscar una tela con una espada al rojo… Por fin, un dramaturgo que compite intoxicando la sala con la viejas perfumadas, a las que debería pedir la documentación las fuerzas del orden por delito contra la salud pública… Pintura color plata… Petardazos de sonido… Y yo, sin Ibuprofeno… Peleas de cojines, cabezudas. Lo que sea.
Lo bueno de la Socìetas es que es como Bin Laden: nada puede igualarse a las imágenes que crea. Nunca vistas. Epatantes. Tanto que las gente se largaba acojonada del María Guerrero y al final solo se escucharon aplausos de compromiso. Plis, plas.
Castelluci es como el buen licor, áspero, seco, pica. Y el espectáculo, como el orujo: lo mejor es cuando la vas pillando, cuando ya estás un pelín pedete. Ahí empieza lo bueno, cuando sus imágenes no dejan de sorprenderte una y otra vez. ¿Estaré colocado, será producto de mi imaginación o del pedo que llevo?
Además, será por imágenes, te las lanza una tras otra. Como los aviones del 11 de septiembre.
D.