Blazek son dos niños malos, que juegan con cerillas.
Los fósforos asustan y fascinan a partes iguales. Hacen daño (queman), pero ayudan a contar historias, sin necesidad de un texto, sin palabras, sólo habilidad, imaginación. Son el juego y el juguete.
Aislados del mundo, inmersos en un burbuja, dos hermanos siameses nos enseñan su mundo privado encendiendo cerillas una a una.
Como en Calle Aire, los actores vuelven a surgir de un cajón. Actuan devenidos muñecos o autómatas ellos mismos. Los dos actores son muy hábiles moviendo sus manos, coregrafiando el microgesto, muy cerca.
Sobró quizá la introducción (hablada) a la «magia». Algo larga e improvisada. Justo lo contrario que el resto, preciso, al detalle, muy fino. Me gusta esta compañía: El retretre de Dorián Grey.
Hasta el sábado en Pradillo.
D.