El intrépido viaje de un hombre y un pez

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Una serie de espectáculos se crean en base a la cercanía del espectador con los actores. A mi, a priori siempre me da un poco de repelús introducirme en estos pequeños teatrillos, donde no hay forma de escaparse sin interrumpir la función o pisándole un callo a alguien al salir medio oscuras. Pero imagino que lo mismo le debe ocurrir a los actores que tienen que enfrentarse con el aliento de un público con el que podrían ponerse tranquilamente a jugar a las cartas.

Este formato lo bordaron hace unos años los hermanos Oligor, con aquella obra maestra: Las Tribulaciones de Virginia (algún día contaré mi experiencia con esta obra). Su teatrillo portátil pleno de talento era la más sofisticada encerrona emocional que vieron los siglos y conseguía aquello tan poco común hoy sobre las tablas de la verdadera y pura catarsis del público.

Durante unas semanas conviví con aquel espectáculo en nuestro teatro y pude asistir a su representación varias veces. En todas ellas, no pude dejar de admirar como la mentira está tan ligada a este negocio que es el teatro, pues en el fondo es la base de nuestras emociones. El miedo, el desamor, la primera vez en nuestra vida, cuando empezamos a darnos cuenta que somos adultos, nuestras mentiras, también son reflexiones que El Intrépido viaje de un hombre y un pez trata de sacarnos, quizá de un modo más superficial, tratándose obviamente de un espectáculo para niñas y niños.

Jesús Nieto como Jomi Oligor, se enfrentan en solitario al gran truco de contarnos la historia rodeado de un escenario mínimo, lleno de objetos, efectos y luces «bonitas», y como en Las Tribulaciones de Virginia, todo es una mentira para llevarnos un poco más lejos, a un lugar más oscuro, incluso más raro dentro de nosotros mismos.
D.

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