Sonia Gómez es una de las personalidades artísticas más importantes de este país, a pesar de su, a día de hoy, fugaz carrera como creadora independiente.
Personalidad brillante, sus espectáculos son una sobredosis de inteligentes hallazgos, literatura fina y fuertes tragos de provocación erógena. Pornografía de andar por casa, servida en frases pendientes del público y movimientos sincopados de cadera que te hacen salir del teatro flotando dos palmos por encima del suelo.
Sonia es madrina y musa de esta movida, donde ya no valen ni celos, ni mediocridades, y sólo cuenta el resultado final de un teatro que, desde hace alrededor de una decena de años, se ha apropiado de un lenguaje (hablado por otros antes) que al resto de los mortales nos llevará unos lustros aún balbucear. Si, lloremos, pero esta generación de artistas catalanes han ido, y han vuelto ya, por lo procelosos mares de la modernidad, y de la cultura global esa, de la pela, de las artes que se cansaron de ser escénicas y se aburrieron de ser artes.
Sonia Gómez es de esa categoria de artistas que si bien deberían desde hace años vivir y trabajar en Nueva York, han preferido quedarse aquí y llevar al límite las posibilidades que les ofrece el único beneficio de no largarse de este país de mierda: el tener siempre a mano tu propia cultura y tus referentes para darles un vuelta (subvertilos, también se dice) que les hace buena falta.
Una gran carrera por delante.