Sergi Faustino es uno de los grandes de la cultura catalana, a pesar de la sencillez y cercanía de sus propuestas escénicas.
Asistir a sus espectáculos (Nutritivo, La historia de María Engracia Morales, El Cremaster de los cojones, f.r.a.n.z.p.e.t.e.r. ó de lo olvidados) es compartir a su lado una bella experiencia que nos hace salir un poco menos airados, un poco menos tristes. Aparentemente, sus piezas hablan sobre el amor y sobre la necesidad de compartir.
Sergi Faustino nació en este siglo por error, en realidad, como tantos de nosotros, sufre un jetlag histórico (vive el siglo equivocado), él debió de ser ese miembro de la familia al que le tocaba el oficio de cura o de soldado. Ambas infames profesiones que sólo son vivibles con grandeza gracias a la fuera interior y a mucho sentido común para mirar con comprensión lo que te rodea. Sí, Faustino no es un hombre de amor, sino de fe y valor.
Pero por culpa de la globalización, ya no hay mundos por descubrir, ni muros que conquistar, ni más aventuras que vivir que algún viaje mochilero a Tailandia. Así hoy en día, cierta cultura (las artes escénicas) son el último reducto donde se guarecen las almas sensibles. Y este artista-soldado, tan buena persona, lleva a cabo su labor con deliciosa ternura hacia quien trabaja con él, todo derecho por el camino hacia la verdad.
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