Durante julio y agosto, Teatro Pradillo dedicó sus fines de semana a presentar tres espectáculos de circo contemporáneo: On the Edge, de Cridacompany (Toulouse, Francia), My!Laika de Popcorn Machine (a domestic apocalypse) (Tourefeuille, Francia Cataluña) y Mirando a Yukali de Alba Sarraute (Cataluña). Fue una oportunidad para actualizarnos y aproximarnos a los procesos de esta disciplina.
Sin ánimo de hacer comparaciones, el trabajo de Cridacompany me interesó en particular porque junto con desarrollar un lenguaje expresivo que limita con el circo, la danza, la música y el teatro (al igual que las otras dos piezas) propone un trabajo que pone en tensión un aspecto central del circo: el virtuosismo.
Muchos sabemos que lo transdisciplinar en escena no es un asunto que a estas alturas se discuta. Desde sus orígenes el circo se articuló a partir del cruce de manifestaciones artísticas, incluso, a fines del siglo XIX, las barracas de circo incluyeron en sus programaciones las primeras proyecciones cinematográficas. Pero no todos saben que la Modernidad, en su afán racionalista, ha rotulado sistemáticamente el conocimiento, sus disciplinas y prácticas, obligando continuamente al arte a tener que reivindicar sus procedimientos abiertos y móviles, su resistencia a la clasificación, su inquietud por pensarse y replantearse asuntos de forma y fondo, de crearse a partir del presente, de dialogar con el contexto y utilizar sus potencias como un medio y un fin.
En este sentido, la pieza de Cridacompany desplaza el lenguaje convencional del circo -que durante mucho tiempo ha definido sus prácticas- con un procedimiento radical y, a mi modo de ver, político que apunta en una dirección bien distinta. Tardé en comprender y más en nombrar de qué se trataba esta manera de hacer hasta que leí el comentario que escribió Javier Vallejo en El País del 28 de julio. Allí afirma -entre otras cosas y sin profundizar- que On the Edge era un trabajo que huía constantemente del virtuosismo.
¿Por qué el circo renuncia a esa manera virtuosa de tratar los cuerpos y la escena que durante tanto tiempo fue una de sus características? ¿Por qué han suprimido las espeluznantes maniobras que por aire o tierra ejecutaban artistas que no parecían personas corrientes, sino dotadas de unas habilidades especiales? ¿Por qué el circo contemporáneo ha humanizado a sus protagonistas y escenarios?
Me aventuro a decir que es porque el mundo que hizo posible que esas prácticas llegaran a límites casi imposibles ha fracasado. El impulsor de ese mundo que prometía una escalada de éxitos sin fin, el hombre prometeico, la cabeza y el músculo del progreso, ha visto que los resultados de su proyecto han redundado en órdenes mayoritariamente injustos, desiguales y dominados por relaciones de violencia y abuso de poder, es decir, que no ha creado un mundo mejor sino que ha perpetuado los procedimientos de nuestra historia. En interés de llevar nuestras posibilidades hacia un crecimiento infinito nos hemos convertido en nuestra propia representación. A estas alturas nadie se deja convencer del todo por la agotada y torpe retórica espectacular, alejada de su realidad, ineficaz en su comunicación. En consecuencia, pienso que es esta una de las razones que ha motivado al circo a desplazar sus prácticas hacia otros procedimientos en busca de un lenguaje más eficaz que eluda la neutralización de la escena. Quién esté mínimamente conciente de esta situación querrá actuar en consecuencia.
On the Edge propone un lenguaje y una estética lejana de las tensiones del circo tradicional. No nos distancia a través de procedimientos que reflejan la vieja aspiración a nuevos horizontes escénicos, algo así como una tecnología que empuja al cuerpo y la escena a los límites de su verosimilitud. Esta vieja aspiración a “más” traducida a máximos espectaculares, parece reaparecer una y otra vez en momentos en que la historia lo ha necesitado. Una de sus consecuencias en la actualidad es que provoca una interrupción en el ritmo vital del espectador que experimenta un sentimiento de vacío al sentir la enorme distancia entre la escena y su vida, entre lo que es y podría ser si fuera como uno de esos dioses del circo. Dominar a la fiera más peligrosa del reino animal, volar como un pájaro haciendo piruetas por los aires…todo eso suena a violencia y poder.
Coincidiendo, en las mismas fechas se realizaban los juegos olímpicos de Londres, otro festival, pero rotulado de “deportivo”. Una puesta en escena que hace pensar en Roma al estilo Hollywood en todo su desparpajo y ostentación. Una saturación de demostraciones corporales virtuosas en los que una minoría le demuestra a la mayoría su superioridad física y moral avaluada en oro y plata (¿por qué se asocia a un buen deportista con una buena persona?). Es decir, las olimpíadas reproduciendo a escala nuestro orden social competitivo y desigual en el que unos pocos, los “más” fuertes y “más” en todo gozan de poder y éxito porque como suelen decir, se lo han ganado con el “sudor de su frente”. Esas prácticas deportivas nos refriegan en la cara lo jerarquizados que vivimos dando por natural lo artificial. Son viejas ataduras a manifestaciones herederas de la esclavitud humana y divina que no hacen más que separarnos de la dignidad que nos debemos los unos a los otros. Y para más, un espectáculo envuelto en la retórica engañosa del chorreo capitalista: “si uno gana, ganamos todos”…¿qué ganamos?
Entonces, cuando afirmo que Cridacompany apunta en una dirección distinta con su trabajo me refiero a que renuncia al virtuosismo como lo entendemos, como una herramienta de poder, subvirtiendo la estrategia dominante de progreso que supone aplicar una fuerza excesiva sobre un cuerpo, incluidos el de los espectadores, para establecer control a partir de jerarquías. Es así que no exhiben cuerpos virtuosos ni ejercicios imposibles que llevan al máximo a la escena como metáfora de la rentabilidad de nuestras propias vidas y acciones. No se juegan la vida en un salto mortal. No apremian al espectador con el ritmo y el fervor de la incertidumbre de una maniobra riesgosa. No hay agotamiento, no hay triunfos que le den un chute a nuestra moral…
Al contrario, es una escena que propone por espacio de una hora que nos relacionemos con dignidad.
Por eso creo que On the Edge (Sobre el borde) es político, porque modifica la forma de reunirnos invitando a organizarnos en torno a cuerpos reales con los que nos reconocemos de inmediato, renunciando en parte a demostrar que conocen la dimensión “virtuosa” del oficio -porque las escuelas lo enseñan-. Utilizan la sencillez para hacer pequeñas complejidades que podemos admirar sin apuro, como cuando recuperamos la capacidad de sorprendernos al encender una cerilla. Así mismo, pasa que imaginamos nuestros cuerpos dentro de sus lógicas, es decir, imaginamos que nuestros cuerpos pueden ser parte de ese artificio escénico humanizado.
La ausencia de una retórica de progreso en el lenguaje, en el uso de un espacio sencillo y un tiempo tranquilo, hace pensar que los moviliza el deseo de un encuentro y no un choque, de un “entre” y no una imposición. Un ámbito humanizado escuchante y poético en el que podamos reconocernos en nuestra fragilidades semejantes.
Huir del virtuosismo implicaría reconciliarnos con la debilidad, con la falta de ambición, con el presente para dejar que el futuro venga a su ritmo, con lo pequeño y lo insignificante, con las preguntas de siempre.