-Sujeto-subjetividad= una existencia particular y concreta, un “alguien” con sus particularidades.
-Una subjetividad que se nos ofrece no como un relato sino como un lugar. Un sujeto que es un lugar.
-A un lugar se llega. Un lugar no está, no existe antes de la posibilidad de la llegada. Pero hay que llegar.
-Llegar y entrar. Penetrar. Meterse dentro del lugar-sujeto.
-Y una vez dentro, descubrir la inmensa calma. El espacio estaba esperando la llegada y al notar los cuerpos visitantes, respira. El espacio respira como gesto de bienvenida a os cuerpos extraños.
-La calma es el tiempo que se nos ofrece de una forma libre y generosa. No hay un tiempo dramático, no hay un autor que dirija mi existencia…el tiempo simplemente está a disposición, se ha puesto a disposición para que cada una lo utilice como quiera.
-Una subjetividad que es un lugar. Esto es, que ha dejado que el cuerpo que la sostiene se disuelva y despliegue en el espacio.
-Es espacio se ordena según dos dimensiones principales: lo que está arriba y lo que está abajo. Lo que está arriba es el aire y nuestros cuerpos. Lo que está abajo, bajo nuestros pies es todo lo demás.
-El cuentito podría ser algo así: “su cuerpo cayó desde el cielo y al chocar contra la superficie del suelo, la carne se volvió papel, las ideas se volvieron letras impresas, los órganos se convirtieron en colores, etc. formando una gran superficie continua, una especie de mapa fragmentado que sirvió de alfombra a los visitantes.”
-Bajo mis pies está todo lo que se te está ofreciendo: camina con cuidado.
-Pero la superficie sobre la que camino no es plana: a medida que la mirada se calma, descubro el relieve. Un paisaje con una geografía muy rica y variada: sobre el plano se descubren variaciones de altura, de profundidad, de color.
-Las páginas de este sujeto desplegado bajo mis pies, no se amontonan en un plano uniforme sino que forman las capas que se proyectan misteriosamente hacia abajo. De repente, aparece la posibilidad de una suerte de monumento invertido: en vez de erigirse en la superficie, hacia arriba, por encima de nuestras cabezas, se hunde hacia abajo, se proyecta hacia lo que está debajo de nuestros pies. Las capas de papel crean una estructura sutilísima de planos subterráneos pero visibles.
-Mi cuerpo es un instrumento de exploración de subjetividades ajenas.
-Exploración: entretenerse en los detalles del paisaje, degustar el paseo, esconderse en algún recoveco y allí recrearse con lo que haya, caminar, sentarse y contemplar, leer, atar cabos mientras se está, coger alguna desviación y perderse…
-Spend time. Dejar que el tiempo pase. La calma. La bendita calma.
-Lo monumental y lo totémico. El tótem: el objeto que está en el lugar del sujeto. Un curioso juego de sustituciones en el que el todo está en el lugar de las partes pero también en el que la parte es capaz de revelar el todo.
Alguna que otra observación más alrededor del protocolo Appraisers. Recuerdo que una vez, hablando de todos los objetos (digamos de todos los “cuerpos” objetivos) que componen un lugar y que son computable a partir de ese lugar, lo único que efectivamente y al pie de la letra nunca SE TIENE EN CUENTA (saboteando cualquier cómputo, cualquier aprehensión) es el polvo. Me refiero precisamente a esas partículas o corpúsculos cuyos remolinos danzantes solo se dejan apreciar cuando los atraviesa un fajo de luz y que, llenando uniformemente cualquier espacio cerrado, son infaliblemente movilizado por el movimiento más nimio (incluyendo nuestra misma respiración). Me refiero a esas partículas de impureza que tienen bien merecida su definición “corpuscular”, estando mayoritariamente compuestas por las células epiteliales que los cuerpos van incansablemente soltando. Me refiero a esas partículas en caída perene a través del espacio que inspiraron toda la teoría atómica de Demócrito en la Antigüedad y que nos llevan de vuelta a la naturaleza a-dimensional del Universo de la computación actual (que saca sus textos e imágenes de una nube de puntos electrónicos) o, si quieres, del Universo de indeterminación establecido por la física cuántica (en la que, literalmente, un mundo constituido de partículas a-dimensionales e incalculables SOLO existe gracias a la superficialidad que nos permite creer verlo y tocarlo).
Recuerdo esa hermosa fotografía del suelo del Graner, tapizado como un mapa de todos los “papeles” del proyecto. Eso fue, si quieres, el despliegue bi-dimensional, la versión llana, la cartografía de sus computaciones. Si tuviésemos que imaginar una versión, un archivo, una cartografía a-dimensional del mismo proyecto, deberíamos pensar en el “pixelaje” extremo de su polvo atmosférico (“Y deje Vd de contar. Porque se no cuenta el polvo. Y porque el polvo es la extrema disolución, o la solución paradójica, de todo cuento. La Biblia lo decía: polvo eres y en polvo volverás”).
Ese polvo es también lo que la pintura clásica se esmeró en querer ignorar (probablemente porque el polvo era la negación misma de esa posibilidad de computar el espacio por unidades que los pintores intentaron lograr, consiguiéndolo hasta cierto punto) y lo que el Impresionismo, en muchos aspectos, descubrió (no solo porque su representación del mundo se operó por licuaciones progresivas de los límites entre las cosas y del dibujo que asentaba esos límites), sino porque al pintar por “golpes de pincel” (y por ende a configurar eso que Deleuze llamaría un “diagrama”, el cuadro como conjunto de pulsaciones, de gestos mínimos, de pixels manuales) estaban convirtiendo en un tema “pulviscular” el mismísimo “modo-pintura”.
Nunca contamos, nunca computamos la suciedad (el polvo atmosférico es la madre de todas las suciedades): no tiene historia porque es lo que, por definición, “se reinicia” todo el tiempo. El mundo que los impresionistas retrataron era un mundo, en muchos aspectos, asediado por la suciedad, acosado por la perspectiva de un hundimiento de todo lo dimensional en el remix infernal de la modernidad urbana. Las novelas de Zola (el más impresionista de los escritores) hablan todas de este desfallecimiento del contorno y de la metástasis de un mundo enteramente hecho de suciedad; un mundo que se vuelve nube de vicios, soeces, taras y desechos ya inasibles. Porque las novelas de Zola hablan principalmente de la atomización de lo humano a raíz del ascenso de capitalismo. Todos sus recuentos-descripciones de categorías de objetos (las botellas en una tasca, los embutidos de una charcutería, la ropa sucia de una tintorería, etc.) son memorables. No es que sus hombres y mujeres se vayan o, simplemente, mueran: es que en un cierto sentido se diluyen, se hunden, se derriten en la confusión glutinosa, en el hollín vertiginoso de un contexto que se les ha vuelto completamente incalculable (porque otros los programan desde arriba).
Ya que hablamos del polvo, que es de la categoría de lo extremadamente ligero e inasible me preguntaba si no merecería la pena hacer el esfuerzo algo paradojal de incluir en el cómputo todo lo “infra-leve” que pueda contener (el perfume de alguien que estuvo aquí ayer, la sombra de algo que ha sido desplazado, el ruido que el intérprete escucha pero nadie del público llega a percibir, esta hormiga recorriendo un hilo en espiral), todas las dimensiones “enrolladas”, y por ende escondidas, en la evidencia fenoménica del lugar (como sabrás, las dimensiones “enrolladas” son esas 11 dimensiones que la física cuántica necesita añadir a las tres conocidas para que sea completo el cuadro de la espacialidad real en la que vibran las partículas subatómicas; dimensiones inasibles al ojo y que la geometría puede llegar a representar solo por aproximaciones simbólicas). La cuestión es, si quieres, incluso más perversa: no es que NO VEAMOS las dimensiones enrolladas. Es que (exactamente como ocurre del polvo atmosférico) NO SABEMOS ESTAR VIÉNDOLAS. Nuestros ojos las tienen sintetizadas para darnos la sensación de ver algo y para que el mundo nos parezca, justamente, un lugar humano y no un espacio inhumano.
El carácter “aprehensivo” de Appraisers depende, si quieres, precisamente de esto: la aprehensión (aprensión o aprendizaje extemporáneo) es la actitud del cazador, de la presa y del visionario: del que sabe que algo podría esconderse precisamente allí donde no se ve; y que esta porción de inasible es posiblemente la más significativa, la verdadera revelación de todo el ejercicio. Uno de los primeros appraisers conscientes de serlo fue sin duda San Ignacio de Loyola. Sus “ejercicios espirituales” (existe un extraordinario solo de Caterina Sagna inspirado en ellos) conforman una articulada metodología, una rutina ascética de aislamiento y computación interior de los objetos mentales proyectados por la letra de las Escrituras, al fin de producir, en un momento dado, la síntesis de lo inefable (visión mística, comprensión de las cosas sagradas, evidencia súbita de los misterios). “Appraisers” es también una forma de ejercicio espiritual. Cuando en mi escrito herético sobre el Salmon hablaba de “amor hacia el presente” y de “paciencia” pensaba efectivamente en una ascesis de este tipo. Dicen que la espiritualidad profunda, efectivamente, no es un acto de comprensión, ni un gesto de alabanza: es un acto de constatación.
Abrazo.
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Roberto,
Tus «más notas» suman y suman y van dando cuerpo a una red de palabras, de afectos, de ideas, de «cosas» que, según mi parecer no están solo en la palabra y en sus posibles significados sino en el propio acto de escribir. En cada espacio estas tu, recordándome que tú eres el escrito y que estas palabras te constatan.
Tus palabras me llevan a un lugar desconocido, sobre todo si hablamos de las 11 dimensiones. He hecho un poco de investigación y curiosamente, APPRAISERS ya intuyé, en su propia práctica, la idea de infinito. Un infinito que une al cuerpo con su exterior, un infinito que te lleva a una jornada particular alrededor de los objetos y aquellas cosas que lo contienen.
Últimamente, no sólo creo que el polvo es una ceguera (similar ceguera estamos empezando a tener con la publicidad en Internet). El ojo se acostumbra tanto al no-uso de ciertas potencialidades, que nos volvemos inmunes a su percepción. No vemos el polvo porque no se usa. El polvo ha sido usado; es un resto; similar a la colilla de los cigarros o similar a los restos de chicle que recuerdo me hablaste en un momento. Y en el teatro la ceguera ha llegado a unos niveles extraordinarios, permitiendo a los artistas sentir que son el centro y amos del espacio. Precisamente, lo que percibimos de la teoría de las cuerdas en física cuántica, nos dice que vemos en tres dimensiones porque hay una profundidad. (Esto me recuerda a Son Goku en Bola de Dragón, cuando llegaba al mundo de Kaito, un mundo infra-humano, y se instalaba en una habitación blanca que no tenía ningún tipo de fondo. Una especie de octava dimensión.)
Me parece interesante el tema de los puntos, los infinitos y los pliegues en referencia la teoría de las cuerdas. Curiosamente, cada formato, en el proyecto, es una ramificación y el proyecto plantea la ramificación como un lugar de potencialidades dentro de una misma idea que, en cualquier caso, es una línea entre dos puntos. Curiosamente, una acumulación de ramificaciones genera posibilidades temporales y no-temporales, así como ciertos infinitos que generan otras líneas que generan otros infinitos. Si lo pensamos, no estamos tan lejos de pensar, como decía David Lewis, en el Universo existente ya en las cosas y en que, cada cosa, es un universo de infinidades que se pone en relación a otros universos de infinidades. Es ese exactamente uno de las obsesiones del trabajo, entender lo que vemos como universos, como individualidades que se ponen en común a partir de las dimensiones de nuestra percepción, a partir de la profundidad. Es cierto que el ojo es el que ajunta los puntos y dilata el tiempo; en muchos casos, ya es sabido que no vemos en tiempo real. El ojo genera pliegues.
Entre esos puntos, entre lo que vemos, hay toda una ecología que no percibimos. Tampoco percibimos el aire (como muy bien plantea Carme Torrent en sus trabajos), ni tampoco vemos las partes traseras de los objetos. Curiosamente, los objetos se han hecho con una cara, con una dirección frontal y casi bi-direccional; de todas formas, muchos objetos tienen partes escondidas, tienen sombras… me parece un hecho muy relevante a la hora de entender como hemos producido significados, cómo hemos entrenado la mirada a buscar por un sentido de lo correcto, de buscar por funcionalidad. El polvo es el cementerio de algo que ya se ha hecho. Entender ese aspecto sobre de lo infra-leve, pertenece a ese dominio el cual permite, al que observa, entender la gravedad, el mundo, la muerte, lo temporal, lo útil, lo olvidado, los restos, etc. Y en este momento entra el personal de limpieza a borrar huellas. Curiosamente, en muchos espacios se le pide al asistente no dejar huellas; como asumiendo que la única huella que se puede dejar es física y material.
Es precisamente al decir silla cuando empezamos a nombrar lo visto y no visto, cuando empezamos a generar una relación de ignorante justicia a los lugares que habitamos. Cuando a alguien se le pide observar, se le pide que mire los detalles; cuando APPRAISERS pide que observemos es porque todo genere unidades e individualidades, que genere pliegues e infinitos. Así pues, nombrar da espacio al no-existir y ya entramos en la historia, en la legitimidad del papel (incluso la física cuántica hace sus ejemplos a partir de papel!). Y el papel, que a menudo se ha relacionado con el espacio, legitima y da visibilidad a los aspectos a los que damos justicia y a los aspectos que están fuera de él.
Justo hoy he visto un proyecto muy interesante de J.Cardiff. Como vemos, el pasado y el presente se vuelven en esencias infra-leves; nosotros y el polvo que dejamos.
Miraré el texto en los próximos con los afectos de esta conversación y le daré un poco más de presencia; le daré lugar a este encuentro. Esto es muy bonito. Te doy las gracias por tu tiempo y por tu mirada.
Recuerdo a un joven con pantalón y mirada decidida, y a una joven con muchas palabras, con listas, con cosas que sí y que no, con una cantidad inimaginable de subapartados (el subapartado es la medida exacta de todas las cosas). Recuerdo que el joven medía las cosas con su cuerpo, trazaba las líneas del espacio con piernas y brazos, saltaba para tocar el techo (tres metros, tantos centímetros) y llevar el metro medidor amarillo ilusorio hasta el pie (tres metros, tantos centímetros). Recuerdo el diálogo con la exposición de Juan Moreno, recuerdo los objetos en el suelo, recuerdo una manera de bisbisear con los brazos y los labios, una manera de hablar entre dientes, de contar para sí. Y recuerdo, tampoco se me olvida, un joven con pantalón y mirada decidida hablando con nosotros, pidiéndonos opinión, abriendo los brazos con las palmas hacia arriba.
He visto que fue en la Ciudadela, en Pamplona, en el Festival Inmediaciones, un 19 de noviembre a partir de las 17.30 h.
APPRAISERS / Moviment. Con Marina Colomina, Raquel Tomàs, Quim Bigas, Oihana Altube y la aparición de Carles Casallachs. Festival INSITU. 30 minutos.
Cuerpo, palabra y mente. Los tres modos de actuación que, aunque distintos, funcionan similarmente: acción-reacción/estímulo-respuesta. Y así, locos perdidos, aturdidos, en medio de la vorágine de la modernidad (Marshall Berman), nuestro cuerpo-palabra-mente, nuestro organismo va golpeándose con el medio que habita, sacudiéndose, convulsionando. O no: en la baja frecuencia que todo lo nutre, la curvilinidad de la materia, la sensualidad, la cópula con el mundo, el Gran Gozo de la realidad.
Barcelona | estreno en Madrid
18 a 21 de febrero de 2016 | J a D, 21 h | duración aprox.: 1 h
QUIM BIGAS BASSART APPRAISERS
Con la participación en Madrid de Raquel Tomàs, Paulina Chamorro,
Helena Martos, Søren Linding Urup, Aitana Cordero y Fernando Gandasegui.
Y la colaboración de Roberto Fratini, Pablo Caracol y Pablo Esbert.
El proyecto APPRAISERS explora la ramificación de formatos, conceptos y metodologías relacionadas con la información y los datos en tiempo real a través de diferentes estéticas de producción. Para ello, navega con la idea del cuerpo como archivo o canal informativo, como reflejo del consumo y del proceso de etiquetaje. Simultáneamente, es una práctica coreográfica aplicable a muchos campos que está preparada para ser compartida en cualquier momento. A través del desarrollo de habilidades y reglas, APPRAISERS pretende dar visibilidad a lo presente, así como potenciar la idea de que somos «creadores de nuestra propia realidad».
Quim Bigas, que en cada una de las localizaciones del proyecto invita a participar a diferentes colaboradores, compartirá en Teatro Pradillo cuatro formatos distintos en cuatro días. Cada formato es una visión de la realidad del proyecto y un nodo dentro de una red de relaciones que va mucho más allá de su unicidad.
Programa
J 18 y S 20 [21 h] APPRAISERS / Papel + APPRAISERS / Moverlo
Participan: Raquel Tomàs, Paulina Chamorro, Helena Martos y Søren Linding Urup.
Colabora: Pablo Caracol.
V 19 y D 21 [21 h] APPRAISERS / Orden + APPRAISERS / Las cosas
Participan: Aitana Cordero, Fernando Gandasegui, Raquel Tomás y Quim Bigas.
Colaboran: Roberto Fratini y Pablo Esbert.
Quim Bigas presenta su proyecto APPRAISER en Teatro Pradillo del 18 al 21 de febrero. APPRAISERS explora la ramificación de formatos, conceptos y metodologías relacionadas con la información y los datos en tiempo real a través de diferentes estéticas de producción. Para ello, navega con la idea del cuerpo como archivo o canal informativo, como reflejo del consumo y del proceso de etiquetaje. Simultáneamente, es una práctica coreográfica aplicable a muchos campos que está preparada para ser compartida en cualquier momento. A través del desarrollo de habilidades y reglas, APPRAISERS pretende dar visibilidad a lo presente, así como potenciar la idea de que somos “creadores de nuestra propia realidad”.
Con la participación en Madrid de Raquel Tomàs, Paulina Chamorro, Helena Martos, Søren Linding Urup, Aitana Cordero y Fernando Gandasegui, y la colaboración de Roberto Fratini, Pablo Caracol y Pablo Esbert.
Durante estos días iremos publicando materiales sobre Appraisers en el blog de Teatro Pradillo.
Una coreografía con muchos dulces para niños (y adultos)
S 27 de diciembre, 18h | D 28 y L 29, 12h y 18h
edad recomendada: a partir de 7 años
Sweet puede ser traducido como dulce, agradable, bonito, suave y cariñoso, pero en este trabajo esos significados son llevados a otra dimensión. En un paisaje de dulces y atractivos caramelos dos personajes nos muestran de una manera muy efectiva y con humor e ironía qué pasa si somos excesivos. Las piruletas vuelan, el azúcar llueve, las cabezas están hechas de brazaletes de colores y la suciedad es un suelo romántico de excesos y colores.
Sweet es una pieza para niños y adultos sobre el deseo, sobre el querer siempre más, sobre lo que comemos, lo que nos gusta y no nos gusta y lo que podemos o no compartir. Sweet es una experiencia, un tour de afectos, es poética, irreverente e intensa, una experiencia sabrosa, o no.
Idea, concepto y coreografía: Aitana Cordero (creada en 2009 con la participación de Sara Manante y Jorge Dutor) Performers: Aitana Cordero y Quim Bigas Fotos: Anna van Kooij Producida por: Het Lab (Utrecht, Países Bajos)
Duración aproximada: 50′
Precio: 8 € Descuentos: 6 € grupos de 10 o más personas Entradas: anticipada en entradas.com, reservas T 91 416 90 11 y taquilla desde una hora antes del inicio de cada función.
Por varias razones todas las películas de Michael Haneke me atrapan, sobre todo, por su comprensión y manejo de la violencia latente que habita en el corazón de nuestras sociedades…podemos hablar de ellas cuando quieras, en especial de “El séptimo continente” si la has visto. Conozco a pocas personas que lo han hecho y, puestos a conversar sobre ella con esos pocos, nos suele invadir un estado de melancolía que detiene las ideas y ralentiza la conversación hasta que deja de haberla -la muerte voluntaria enmudece el comentario- Pero es interesante, que por ausencia de qué decir sobre ese u otro film, nos relacionemos con/por lo que no podemos decir. Una opacidad que se siente bien compartida en silencio y que resulta en una experiencia íntima con otros.
Casi un mes después de haber visto la pieza de El Conde de Torrefiel no voy a hacer aquí una comparación con Haneke. No obstante, dejando pasar el tiempo para ver qué resultaba del proceso de decantación de la obra, si es que se extinguía o persistía, resultó que se mantuvo en mi cabeza como un pitido de baja frecuencia, casi imperceptible, pero sostenido. Inmediatamente después de verla solo pude decir que me había gustado, pero ¿porqué razón?, respondí que por cualquier razón que no podía explicar. Esa forma de persistir de la pieza es la razón por la que me gustó. Me recuerda al malestar que me dejan las películas de Haneke, y digo malestar como una cualidad a valorar entre la abundancia de cine que complace y subestima la percepción y condición del espectador.
El procedimiento de la pieza consiste en proponer una tensión entre la palabra y la imagen utilizando ambos planos en relación a una supuesta ilustración, pero generando una cisura profunda en sus posibles conexiones semánticas. La imagen no acompaña literalmente a la palabra, se escabulle de esa responsabilidad. Incluso la desplaza, como vemos durante la primera escena, cuando a un pene en erección atravesando el orificio de un falso muro, le acompaña un texto en extremos cotidiano y sencillo. Lo que dicen las palabras abandona la centralidad para iniciar una serie de desplazamientos hacia los márgenes creando varios centros de atención/distracción simultáneos. Por su parte, la imagen es vaciada de su significado y, me gustaría pensar que intencionalmente de su función de icono y arquitecta del mundo, de nuestros mundos mentales. A la saturación de imágenes a las que estamos sometidos, la pieza propone otras que en su fragilidad y falta de peso devienen resistencia. Pero no es cualquier resistencia, es interrupción y recreo, es pausa y descanso en su afán significante y subjetivizante. En efecto, esas imágenes no tienen pretensión, están construidas para eximirnos de su sometimiento y dejar que tranquilamente nos posemos en sus paisajes.
A partir de ese continuo desplazamiento del centro de la imagen y la palabra, de esa falta de conexión, y en cierta medida, resistencia al orden impuesto por la modernidad, podríamos pensar que a pesar de estar profundamente colonizados por las formas del poder y el control, siempre hay una parte de la subjetividad que no puede ser atrapada, que desiste. Y esa subjetividad vuelta resistencia es creación. Todo lo que no obedece al formato dominante es resistencia por creación. La pieza, si bien muestra una serie de desastres cotidianos fruto del fascismo/poder que hemos introyectado y con los que nos sentamos a desayunar todas la mañanas, también pone en marcha un mecanismo de resistencia que al visibilizar lo performativo de esa violencia, ya sea en su dimensión realista, pictórica o bizarra, pone en común ese comportamiento latente y opaco.
Eso que está por todas partes pero no vemos produce una enorme inquietud. Más si se trata de esos comportamientos que reproducen nuestra violencia social y afectiva. Puesto dentro de unas relaciones preformativas de omisión es quizás la razón por lo que la obra persiste como un pitido en la cabeza de espectadores como yo.