Boletín # 13 a 15/12

Artista invitada | Proyecto en residencia

teatro-simbiosis corporal | Bilbao-Barcelona-Madrid | estreno absoluto

I T X A S O  C O R R A L  A R R I E T A

[Ecología del pensamiento. Insistencia escénica nº 2013

(el año en el que aprendí la traición)]

Itxaso Corral. Temblando

¿Por qué nos asusta que en un espacio de libertad como el escénico haya un artista capaz de poner sobre la mesa el no límite, el juego extremo de la desnudez donde el que mira también está implicado?

El cráneo roto y la entraña recién nacida temblando, cuyo texto se publica en paralelo a las presentaciones escénicas como nº 54 de la Colección Pliegos de Teatro y Danza, es una propuesta que Itxaso Corral lleva trabajando desde hace cuatro años. Formato de intimidad hiriente que quiere romper el yo, encontrar un espacio donde la soledad del individuo, la de la propia artista, acabe. Aunque sea por aproximadamente hora y media, o por unos minutos o segundos.

La poesía escénica de Itxaso tomará durante tres días el espacio de Pradillo. La apuesta de esta creadora vasca es reinventar la escena como espacio propio donde poder decir, donde poder ser y encontrarse con el público, donde crear cada día una experiencia efímera, imposible de repetir. Coger todo lo que tiene a mano («he estado escribiendo, he estado bailando, he estado cantando, he estado sudando, he estado temblando y vibrando mucho…») y poder hacer todo en escena, tomarla.

Es difícil poder explicar lo que Itxaso Corral consigue en escena, a lo que apunta. Su modo de trabajo despliega una serie de materiales de los que pueden surgir distintos recorridos, caminos que tejen una dramaturgia distinta cada día de función, donde no sólo importa qué material se expone o se hace sensible, sino cómo se coloca en relación a los otros. Itxaso se enfrenta in situ, con todo lo que tiene, al abismo del que hace en escena.

Es ese vértigo sobre el que se construyen sus piezas. Ese vértigo unido a una capacidad de trabajo asombrosa que ha ido estructurando su propuesta. Vértigo y trabajo, disciplina, investigación y libertada. Y una capacidad de exposición que a veces llega a asustar al espectador.

Itxaso Corral. Vikinga

Más información

13 a 15 de diciembre de 2013, 21h
teatropradillo.com

Más noticias, más allá de Pradillo

Continta Me Tienes + Librería La Central
Presentación de El tiempo y la edad del ojo
Lectura performática que correrá a cargo del traductor y artista Ziad Chakaroun, y de la coreógrafa y dramaturga Claudia Faci, con motivo de la última publicación de la colección Escénicas de la editorial Continta Me Tienes. Librería La Central, Museo Reina Sofía, Madrid. Domingo 15/12, 12h.
lacentral.com

CETAE: Práctica escénica como investigación
Curso-taller que se propone reflexionar acerca de cuestiones como: ¿A qué llamamos investigar en la práctica escénica? ¿Toda creación es una investigación? ¿Qué diferencia la investigación artística de la investigación científica? ¿En qué condiciones hablamos de investigación en creación escénica? ¿Qué tipo de conocimiento genera el arte?… Organizado por CETAE. Valencia, 2 a 5/01.
cetae.weebly.com

Sandra Gómez / Cía. Losquequedan
The love thing piece
Trabajo que fue presentado en el ciclo «Apuntes en sucio», organizado por Teatro Pradillo en octubre de 2013. Sala Carme, Valencia. 12 a 15/12, 20:30h.
carmeteatre.com

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Fäustino III vs. Nutritivo

Nos hacían correr como si les fuera la vida en ello. Querían cansarnos, estaba claro, eso es lo que hay que hacer con críos así. Mi madre lo hacía con el perro y lo hacía con nosotros, nos ponía también un arnés muy gracioso, con una correa, y tirábamos todos y empujábamos como Atlas o como Sísifo pero con una alegría creciente. Nos cargábamos de mundo los ojos y los huesos de masa ósea y muscular. Y nos ensuciábamos a toda costa, en ese alarde de impudicia que la edad suele empujar hacia la norma y la mesura. Llegábamos hasta arriba de barro. Preguntádselo, preguntadle a un niño para qué, a qué tal exceso. Ya antes de llegar a la cama el sueño era profundo e inevitable. Caíamos, caían nuestros miembros por el camino, como barro fresco que se desprende del alambre. Pero al día siguiente nos despertábamos de primeros, firmemente. Más grandes, más enérgicos. Agotar nuestra vida, querían, nuestra vitalidad -¡que corran, que se cansen!-, y sólo conseguían reafirmarla. Esa vitalidad, digo. Sólo conseguían que creciésemos. Opción nefasta, a medio plazo, la de intentar consumirnos: a más esfuerzo, más insoportables al día siguiente, al mes siguiente, especialmente en caso de que no hubiese oportunidad para sacarnos. Si llovía o lo que fuese. ¿Quién nos iba a aguantar en casa? ¿Quién, qué nos iba a detener? Y ahí la pregunta, aquella que apunta a la gratuidad más sospechosa en semejante derroche: ¿es acaso algo artístico eso que hacen los niños? ¿Infantil, eso que hacen los artistas? ¿A qué viene tal despilfarro de energía, tan inútil, sólo porque sí, entre cuatro paredes? Yo a los doce ya estaba en un internado.

faustino

Las dos primeras semanas las pasé entre agujetas, destrozado, somnoliento. Tres o cuatro horas diarias de deporte. Quieren agotarnos haciéndonos sudar la gota gorda, pensaba. Para que no molestemos. Doce años recién cumplidos. Querían cansar a ese tropel de adolescentes que había acabado allí siempre por razones de vital importancia. A esos, querían restarles vitalidad. Pero a la tercera semana interno empecé a acostumbrarme. El asma remitía. Nos hacían correr hasta que nos iba la vida en ello, pero la consecuencia era precisamente la conquista de una energía explosiva, brutal. Casi cruel. Un empoderamiento del cuerpo atroz, salía el vello, no controlábamos la fuerza. De tal modo que de pronto se las tenían que ver con un tropel de salvajes entrenados en exceso, en producir exceso, excedentes de energía a borbotones cada mañana, cada tarde, cada noche. Desbordamos el mecanismo. La de veces que nosotros mismos castigamos al cuerpo. La de barbaridades que hicimos, que le hicimos. La de veces que dijimos sí a ciegas, por el mero placer de decir que sí. La de veces que celebramos la vida arrojándola al exceso, tan jóvenes. Se trataba y se trata de morir un poco para sentirse vivo. Así de raro y misterioso es. De remontar esa muerte diaria que es el cansancio, poniéndose uno mismo los obstáculos. Se trata de quemar por que sí, como si de un combustible se tratase, el propio cuerpo. Carburar por carburar, para que la capacidad de hacerlo siga aumentando. Consumir para consumar. Hacer un fuego interno y vencer el dolor de las ascuas, apagarlas en sudor y serotonina hasta el mareo. Como quien se adentra en las arenas movedizas del cansancio precisamente para no desfallecer: caer rendido para levantarse de nuevo, más fuerte que nunca. Nuevo. Se trata de frecuentar a diario un sacrificio propiciatorio, pequeño, cotidiano. Porque la vida goza de sí misma en esas pequeñas fracciones de muerte, y cuando el músculo se rompe también es cuando el músculo crece. Lo mismo pasa con la fiebre: el cuerpo carbura, arde, crece. Destruir para crear incluso a nivel tendinoso, muscular, celular. Dionisos, Heráclito y demás.  Al mes y pico empezaron a sacarnos a correr campo a través, a todos los internos. Habíamos sembrado mucha marihuana, estaba enorme, era Villafranca de los Barros, Badajoz, tierra de viñedos.

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Hoy tienes a Sergi Fäustino cerca de Brunete, en Los Barros, en casa de Carlos y Elena, a dos metros de la pantalla que sostienes y a treinta y pico kilómetros de Pradillo. Sergi saluda, da la espalda, avanza levemente, lanza al barro ese primer pie que habrá de desequilibrar al siguiente en un balanceo del cuerpo que no es natural. Es infantil, de pronto. Es el cuerpo de un niño, un cuerpo excesivo en esencia, hecho para excederse, el que va desapareciendo a tumbos en medio del barrizal, con el barro acumulándose en la suela, creando capas, suela sobre suela, engrosando la fatiga como una especie de consuelo que todo lo enfanga, pies y piernas pesadas de un barro que trepa por el cuerpo, como alargándolo o ensanchándolo por zonas, como haciendo de él tierra, tierra pura, terremoto. Pesa más y más, y sin embargo avanza, abalanzándose al vacío, desaparece. Sólo queda barro, los Barros, el Teatro Pradillo a treinta y pico kilómetros y dos días después. Cuando la pieza empieza, suenan unas grabaciones superpuestas a las fotos del recorrido. La voz de Sergi, el cansancio de Sergi. Son las ideas que se le encienden y que graba durante la carrera. ¿Por qué hago esto?, dice, piensa, en voz alta, con los pulmones extasiados, como a ciento cuarenta pulsaciones por minuto. Y lo que escuchamos suena como el incendio de un pirómano. Ideas que consiguen fulgurar entre los fangos de la voz y los espasmos de un par de pulmones desbocados, que no hacen sino de fuelle. Si te descuidas parece una voz oprimida por la angustia, pero es todo lo contrario: el pensamiento emerge victorioso y oxigenado por esa especie de asma vital del exhausto. Un pensamiento que es puro cuerpo, que respira, que babea, que se ahoga. Un pensamiento tendinoso, y de carne y de sangre. Un pensamiento que bombea, mientras escucho, el recuerdo de los cuerpos rojos de Sergi y Ramón. O de un padre que es también su propio hijo. Los cuerpos de las fotos que habían a la entrada, quiero decir. Un  hacer y rehacerse del cuerpo porque sí, afirmativo y vital, Pigmalión o ave fénix de sí mismo o qué sé yo. Se me funde la pieza con algunas cosas de la vida. Eso no está mal.

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