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Los primeros días
Promete que me llamarás. Pero no te cortes ¿eh?. Descuida, lo haré.
Pero un día te harás mayor. Púber, adolescente, treintañero. Sénil. Y te parecerá que nunca fuiste adulto y que te hiciste viejo demasiado pronto, porque uno siempre envejece de manera prematura. Y otro día querrás encontrar el origen de la traición, no sólo de la tuya, sino también la de todos los demás. Dime que aún así me llamarás y que querrás cumplir con el resto de lo prometido.
Tengo 25 años en Europa, tengo 10 años en Europa y tengo el cuerpo manchado de historia.
(…)
No sé si estas palabras la he inventado a medida que escribía o son los restos del estallido al que asistimos ayer en Cineteca, durante el estreno de la película Los primeros días, de La tristura y Juan Rayos. Quizá sí, las inventé en un tiempo muy lejano, anterior al día en que nacimos hace 30 años, o a caso en un tiempo que no ha llegado todavía. Pero no importa, porque hoy estoy segura de que éstas palabras son tan suyas como mías, que son las palabras de una generación.
Los primeros días es una película que relata el proceso de preparación de la obra Materia prima que La tristura presentó en 2011 (obra que cerraba la trilogía de la educación sentimental, tras Años noventa, nacimos para ser estrellas (2008) y Actos de juventud (2010)). Candela, Ginebra, Gonzalo y Siro prestan sus cuerpos de 10 años a los miembros de un colectivo que se (nos) clavan preguntas como cuchillos sobre las huellas de un pasado (el suyo propio, el de los niños y el de todo aquél que se deje llevar por la película).
¿Cómo éramos al principio? Pregunta Ginebra mirando a cámara sin piedad, mirándonos directamente a lo ojos, aunque intentemos esquivar la pregunta. ¿Quién se acuerda? Insiste. Y ese cuerpo de 10 años que creeríamos presentarse como un objeto frágil no se quiebra. Al contrario, continua implacable pronunciando un texto que no ha escrito pero que le pertenece. Un cuerpo sin a penas memoria (¿cómo podría tenerla en un tiempo tan breve?) pero ya, manchado de historia, cargado de culpas ajenas, preparado para las traiciones, sobre el que otros han proyectado sus huellas como en un pantalla vacía.
Al principio, vivíamos a golpes. Sentencia Ginebra, a modo de respuesta. ¿Pero de qué principio podría hablar una vida de sólo 10 años? El origen se anuncia, entonces, como un punto mucho más difuso que el que indican los primeros minutos de una película, de un proceso de trabajo. Los primeros días del resto de nuestras vidas.
La tristura cumple 10 años. Celebran el origen, e imagino que también los golpes, las dudas, los afectos, las desintegraciones. Una memoria breve pero consciente, como la de una niña que nos habla de un pasado muy lejano, como si en realidad pensara en un futuro insondable que no la estuviera esperando. ¿Seguiremos ahora viviendo a golpes?
10 años, 25 años, 100 años en Europa.