Boletín # 26 a 28/09, 2014

LVVARTISTAS INVITADOS | Proyecto en residencia

danza – performance | VALENCIA

SANDRA GÓMEZ Y VICENTE ARLANDIS

L O S  Q U E  Q U E D A N  U N P L U G G E D

Un recorrido por los últimos trabajos de Losquequedan

26 a 28 de septiembre de 2014, 21h

Frankesteing_LosquequedanTeatro Pradillo dedica una semana a Losquequedan, compañía valenciana con catorce años de trayectoria. Vicente Arlandis y Sandra Gómez son coreógrafos, performers, artistas del juego, agitadores de pensamiento escénico y partícipes de múltiples proyectos de investigación y formación dentro y fuera de nuestras fronteras. En estos días asistiremos a un recorrido por sus obras más recientes: Frankesteing (2012), Performance Municipal (2013) y The love thing piece (2013-14). Terminaremos con un encuentro abierto en el que compartir las primeras aproximaciones a un nuevo proceso de creación, Sound Project, que traza un punto de inflexión en el trabajo de esta compañía.

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PROGRAMA

V 26 y S 27, 21h
Frankesteing [performance, 50′]
Performance Municipal [performance, 50′]

D 28, 21h
The Love Thing Piece [performance, 35′]
Sound Project [encuentro]

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SandraGFrankesteing es un juego sobre cómo jugar un juego. Una performance entre tres jugadores y nueve objetos que nace de la investigación sobre el “juego ideal” en el contexto a.pass (Advanced Performance and Scenography Training) en Bruselas. Su objetivo es construir un sistema lógico que se reconfigura constantemente, cuestionando las reglas establecidas y los límites que encierran las acciones.

Performance Municipal, desternillante dúo de Hipólito Patón y Vicente Arlandis, es una pieza fácil, refácil y recontrafácil sobre la cuestión de entender o no una performance. Un trabajo influenciado por referencias de la talla de Los Torreznos, Esther Ferrer, Faemino y Cansado, Burrows y Fargion, Pedro Reyes, Guillem y Dutor, Isidoro Valcárcel, La hora Chanante…

The love thing piece, de Sandra Gómez, es una pieza tremendamente física que plantea alejarse del yo, difuminarlo y descentrarlo buscando otra forma de pensarse, sentirse y vivirse. Renunciar a exponerse, a presentarse y mostrarse. Dirigir la mirada hacia fuera y ocuparse de las relaciones que se pueden establecer con lo otro.

Sound Project explora la relación entre el sonido, el espacio y el cuerpo. Como final de su residencia en Pradillo y de este programa dedicado a recorrer sus últimos trabajos, Vicente Arlandis y Sandra Gómez compartirán con el público las lecturas, pensamientos, sonidos y materiales descubiertos en el primer paso de su nuevo proceso de creación.

> más información

LVV

LVVMÁS PRADILLO: AVANCE OCTUBRE

Elena Córdoba: Correspondencias alrededor de una célula obstinada del corazón.
En las próximas dos semanas iremos publicando en nuestro blog de Teatron la correspondencia mantenida por Elena Córdoba con las personas que han acompañado el proceso de creación de su nuevo proyecto, que se estrenará en Pradillo el próximo 9 de octubre. Como inicio: primera postal de Oscar Dasí.
> tea-tron.com/teatropradillo

De aquellos Polvos, estos Barros: un baile en el bosque
Un pequeño viaje fuera de la ciudad, más allá de Pradillo. Un baile en el bosque y un paseo conducido por Oscar Dasí, Elena Córdoba, Nilo Gallego y Carlos Marquerie. Imprescindible reservar antes del 8 de octubre.
> teatropradillo.com

[CAMPO#1]. Coreografiar la disidencia.
Proyecto de investigación que implica a artistas procedentes de Chile, Brasil, Berlín, Barcelona y Madrid, y que propone un marco de acción desde el que experimentar subjetividades y experiencias que construyan formas escénicas disidentes. Una producción de Teatro Pradillo con el apoyo del Programa Iberescena. Disponible ya el blog del proyecto:
> coreografiarcampo1.com

LVV

Fäustino III vs. Nutritivo

Nos hacían correr como si les fuera la vida en ello. Querían cansarnos, estaba claro, eso es lo que hay que hacer con críos así. Mi madre lo hacía con el perro y lo hacía con nosotros, nos ponía también un arnés muy gracioso, con una correa, y tirábamos todos y empujábamos como Atlas o como Sísifo pero con una alegría creciente. Nos cargábamos de mundo los ojos y los huesos de masa ósea y muscular. Y nos ensuciábamos a toda costa, en ese alarde de impudicia que la edad suele empujar hacia la norma y la mesura. Llegábamos hasta arriba de barro. Preguntádselo, preguntadle a un niño para qué, a qué tal exceso. Ya antes de llegar a la cama el sueño era profundo e inevitable. Caíamos, caían nuestros miembros por el camino, como barro fresco que se desprende del alambre. Pero al día siguiente nos despertábamos de primeros, firmemente. Más grandes, más enérgicos. Agotar nuestra vida, querían, nuestra vitalidad -¡que corran, que se cansen!-, y sólo conseguían reafirmarla. Esa vitalidad, digo. Sólo conseguían que creciésemos. Opción nefasta, a medio plazo, la de intentar consumirnos: a más esfuerzo, más insoportables al día siguiente, al mes siguiente, especialmente en caso de que no hubiese oportunidad para sacarnos. Si llovía o lo que fuese. ¿Quién nos iba a aguantar en casa? ¿Quién, qué nos iba a detener? Y ahí la pregunta, aquella que apunta a la gratuidad más sospechosa en semejante derroche: ¿es acaso algo artístico eso que hacen los niños? ¿Infantil, eso que hacen los artistas? ¿A qué viene tal despilfarro de energía, tan inútil, sólo porque sí, entre cuatro paredes? Yo a los doce ya estaba en un internado.

faustino

Las dos primeras semanas las pasé entre agujetas, destrozado, somnoliento. Tres o cuatro horas diarias de deporte. Quieren agotarnos haciéndonos sudar la gota gorda, pensaba. Para que no molestemos. Doce años recién cumplidos. Querían cansar a ese tropel de adolescentes que había acabado allí siempre por razones de vital importancia. A esos, querían restarles vitalidad. Pero a la tercera semana interno empecé a acostumbrarme. El asma remitía. Nos hacían correr hasta que nos iba la vida en ello, pero la consecuencia era precisamente la conquista de una energía explosiva, brutal. Casi cruel. Un empoderamiento del cuerpo atroz, salía el vello, no controlábamos la fuerza. De tal modo que de pronto se las tenían que ver con un tropel de salvajes entrenados en exceso, en producir exceso, excedentes de energía a borbotones cada mañana, cada tarde, cada noche. Desbordamos el mecanismo. La de veces que nosotros mismos castigamos al cuerpo. La de barbaridades que hicimos, que le hicimos. La de veces que dijimos sí a ciegas, por el mero placer de decir que sí. La de veces que celebramos la vida arrojándola al exceso, tan jóvenes. Se trataba y se trata de morir un poco para sentirse vivo. Así de raro y misterioso es. De remontar esa muerte diaria que es el cansancio, poniéndose uno mismo los obstáculos. Se trata de quemar por que sí, como si de un combustible se tratase, el propio cuerpo. Carburar por carburar, para que la capacidad de hacerlo siga aumentando. Consumir para consumar. Hacer un fuego interno y vencer el dolor de las ascuas, apagarlas en sudor y serotonina hasta el mareo. Como quien se adentra en las arenas movedizas del cansancio precisamente para no desfallecer: caer rendido para levantarse de nuevo, más fuerte que nunca. Nuevo. Se trata de frecuentar a diario un sacrificio propiciatorio, pequeño, cotidiano. Porque la vida goza de sí misma en esas pequeñas fracciones de muerte, y cuando el músculo se rompe también es cuando el músculo crece. Lo mismo pasa con la fiebre: el cuerpo carbura, arde, crece. Destruir para crear incluso a nivel tendinoso, muscular, celular. Dionisos, Heráclito y demás.  Al mes y pico empezaron a sacarnos a correr campo a través, a todos los internos. Habíamos sembrado mucha marihuana, estaba enorme, era Villafranca de los Barros, Badajoz, tierra de viñedos.

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Hoy tienes a Sergi Fäustino cerca de Brunete, en Los Barros, en casa de Carlos y Elena, a dos metros de la pantalla que sostienes y a treinta y pico kilómetros de Pradillo. Sergi saluda, da la espalda, avanza levemente, lanza al barro ese primer pie que habrá de desequilibrar al siguiente en un balanceo del cuerpo que no es natural. Es infantil, de pronto. Es el cuerpo de un niño, un cuerpo excesivo en esencia, hecho para excederse, el que va desapareciendo a tumbos en medio del barrizal, con el barro acumulándose en la suela, creando capas, suela sobre suela, engrosando la fatiga como una especie de consuelo que todo lo enfanga, pies y piernas pesadas de un barro que trepa por el cuerpo, como alargándolo o ensanchándolo por zonas, como haciendo de él tierra, tierra pura, terremoto. Pesa más y más, y sin embargo avanza, abalanzándose al vacío, desaparece. Sólo queda barro, los Barros, el Teatro Pradillo a treinta y pico kilómetros y dos días después. Cuando la pieza empieza, suenan unas grabaciones superpuestas a las fotos del recorrido. La voz de Sergi, el cansancio de Sergi. Son las ideas que se le encienden y que graba durante la carrera. ¿Por qué hago esto?, dice, piensa, en voz alta, con los pulmones extasiados, como a ciento cuarenta pulsaciones por minuto. Y lo que escuchamos suena como el incendio de un pirómano. Ideas que consiguen fulgurar entre los fangos de la voz y los espasmos de un par de pulmones desbocados, que no hacen sino de fuelle. Si te descuidas parece una voz oprimida por la angustia, pero es todo lo contrario: el pensamiento emerge victorioso y oxigenado por esa especie de asma vital del exhausto. Un pensamiento que es puro cuerpo, que respira, que babea, que se ahoga. Un pensamiento tendinoso, y de carne y de sangre. Un pensamiento que bombea, mientras escucho, el recuerdo de los cuerpos rojos de Sergi y Ramón. O de un padre que es también su propio hijo. Los cuerpos de las fotos que habían a la entrada, quiero decir. Un  hacer y rehacerse del cuerpo porque sí, afirmativo y vital, Pigmalión o ave fénix de sí mismo o qué sé yo. Se me funde la pieza con algunas cosas de la vida. Eso no está mal.

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