Una declaración de principios sobre el proyecto de Teatro Pradillo
Para inaugurar la sección Pensamiento = Acción, comienzo por publicar el texto que escribí hace unos meses como introducción a los proyectos de subvenciones de Teatro Pradillo para el año 2014. Concebido por tanto para ser leído por los responsables de las tres administraciones que nos apoyan económicamente: Ministerio de Cultura (INAEM, Subdirecciones de Danza y Teatro), Comunidad de Madrid y Ayuntamiento de Madrid. Pretende ser una declaración de principios sobre la concepción política que impregna cada uno de nuestros actos, sobre cómo y dónde nos situamos y ejercemos nuestra responsabilidad.
Una nota sobre las dos citas que encabezan y que sirvieron de inspiración a este texto: Adorno llega por uno de los miembros de la Comunidad Pradillo, en un intercambio de opiniones sobre el concepto de industria cultural. Y Transtömer, a través de María José Pire, en la correspondencia previa al tercer Bailar, ¿es eso lo que queréis?.
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«Para subsistir en medio de los aspectos más extremos y más sombríos de la realidad, las obras de arte que no quieran venderse como consuelo deben igualarse a aquellos.»
Teoría estética. Adorno, T. W.
«Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no lenguaje,
parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
Lenguaje pero no palabras.»
De marzo del 79. Tomas Transtömer.
LO SALVAJE NO TIENE PALABRAS
Teatro Pradillo es un espacio vivo que desea intervenir en la esfera pública generando obras y conocimiento, en diálogo con los artistas y la sociedad de nuestro tiempo.
Éstas son las palabras que solemos utilizar públicamente para presentarnos. ¿Cómo usar el lenguaje? ¿Cómo nos definen los actos del lenguaje y cómo los actos definen nuestro discurso? ¿Cómo construir el discurso de Teatro Pradillo, un discurso que se antoja como un puzzle complejo de personas con sensibilidades muy distintas en permanente diálogo?
Hasta ahora sentíamos una gran necesidad de explicarnos. Pero probablemente nuestros actos han comunicado mejor que nuestras palabras. Y aunque tememos que el uso continuado del lenguaje lo vacíe de contenido, todavía confiamos en él como algo vivo que huye hacia delante y que nos obliga a esforzarnos por nombrar lo que hacemos y renovar constantemente los términos que utilizamos. Como dice el poema, lo salvaje no tiene palabras, se resiste a ser atrapado o etiquetado y a permanecer siempre en una misma clasificación.
El subtítulo de nuestro logotipo reza investigación y creación. Pensamos que la práctica proporciona tierra sólida a nuestro discurso, que debemos seguir apostando porque términos como estos se hagan realidad, porque estén unidos a la palabra teatro, que convencionalmente venía refiriéndose a un espacio exclusivamente de exhibición.
Ya han pasado dos años desde que el nuevo proyecto Pradillo echara a andar, puede parecer poco tiempo, pero ha sido mucho sobre el terreno. Hemos ido muy rápido porque no sabemos hacer las cosas de otra manera, porque el impulso que nos rodea es tan intenso que no podemos sino responder con todas nuestras fuerzas.
Y continuamos apostando por un tipo de artes vivas contemporáneas que no conoce límites, que no quiere ser considerada ni en las fronteras ni en la radicalidad ni en lo alternativo ni en cualquier otro lugar del lenguaje que evoque el aislamiento, algo que no es central, algo que pueda considerarse un experimento frente a la experiencia válida y hegemónica. La creación por la que trabajamos es tan central como cualquier otra, como puedan serlo todas.
En el discurso generalizado, muchas veces propiciado desde nuestro propio ámbito, se juzga la creación contemporánea que se da en espacios como Pradillo y similares a Pradillo como el caldo de cultivo previo al escalón oficial y comercial, al gran teatro. Una probeta de la que cada cierto tiempo sale un producto capaz de dar el salto y ser acogido por el tejido de primer nivel. Rechazamos frontalmente esta idea, que históricamente ha servido para justificar y validar la creación de un gueto, imposibilitando la circulación de los creadores. No hacemos teatro comercial de pequeño formato ni de bajo presupuesto. El trabajo de los artistas y la necesidad de espacios como el nuestro tienen sentido en sí mismos y se desarrollan desde un posicionamiento ético y estético claro. Son una opción, y no una obligación. No aspiramos a ser laboratorio de pruebas de nada. Si este tipo de creación no se da en los grandes contextos públicos o privados de este país, no es por su falta de calidad ni de profesionalidad ni mucho menos de creatividad, sino porque las puertas están cerradas. Porque vivimos en compartimentos estancos que miran con desconfianza al otro.
Anhelamos un tejido escénico plural, pleno de todo tipo de manifestaciones artísticas, las que nos resultan más afines y las que no. Que proporcione a los creadores caminos de ida y vuelta y condiciones dignas de trabajo y exhibición. Que puedan desarrollar sus propuestas en el espacio más adecuado, sea grande o pequeño, público o privado. Que la necesidad de un tipo de espacio sea una cuestión artística, física, de relación con el público, de contexto, y no económica. Y debemos perseguir el levantamiento de esas fronteras.
NO VENDERSE COMO CONSUELO
Muchos de los que formamos parte de la Comunidad Pradillo llevábamos años aquí, algunos de nosotros en los inicios y en el posterior transcurrir de Teatro Pradillo. Otros en proyectos de otros espacios, festivales, centros de creación, de investigación, universidades, lugares públicos y privados. Otros han llegado ahora, sumando su juventud y su entrega, su mirada limpia. La mayoría como artistas trabajando años en y para la escena, allí donde hubiera voz para la creación contemporánea menos convencional. Y aquellos lugares han ido mermando el espacio y tiempo que dedicaban a esta creación. Los criterios empresariales entendidos en su afección más radical, la obsesión por la rentabilidad económica de la cultura, su concepción como industria cultural (término que acuñaron Adorno y Horkheimer en sentido peyorativo y que se ha resignificado y apropiado como bondad a perseguir), han hecho que cada vez sea más difícil la apuesta por los nuevos lenguajes, la asunción de riesgo por parte de los agentes culturales. Y sin embargo, somos incapaces de concebir el arte sin riesgo.
Y nacimos, en parte, por reacción, por oposición a muchos de los modelos que hemos vivido y en los que nos hemos desenvuelto durante tanto tiempo, antes y durante la llamada crisis. Modelos de espacios, de gestión cultural, de gestión económica, de relaciones entre la gestión y los artistas, de relaciones entre el arte y la sociedad.
Pero también nacimos admirando a estructuras de muy diversa naturaleza existentes en España y en el extranjero desde hace muchos años. Algunas de ellas desgraciadamente desaparecidas del ecosistema cultural. Y otras que perviven y resisten como ejemplo de una gestión que escucha activamente al medio.
Hemos levantado un proyecto económicamente sostenible sin necesidad de dejar de asumir riesgos y comprometernos. No a costa de reforzarnos como estructura ni de crear una maquinaria inflexible. Adaptándonos en cada momento a las necesidades y proyectos que albergamos, ganando en capacidad de respuesta y de creatividad en la gestión.
Seguimos insistiendo vehementemente en no dejarnos atrapar por la dominante inclinación hacia la precariedad, porque eso, además de ser deshonesto, supondría dejar de ser lo que somos. Un proyecto como este se sostiene en el esfuerzo y el trabajo de muchas personas. Las que estamos en el lado de la gestión o la técnica y las que con sus creaciones dan sentido a todo esto. No queremos dar argumento a quienes piensan que se puede hacer mucho con una mínima inversión.
Pagamos por igual a todas las compañías, con independencia de su recaudación de taquilla. Si a la hora de programar pensáramos sólo en criterios de rentabilidad, en aquello que puede llenar una sala y lo que no, habríamos dejado de apostar y arriesgar por los creadores, y habríamos dejado de confiar en el público. Audiencia no es igual a público. Todos sabemos que en cualquier manifestación artística (danza, teatro, cine, literatura, pintura…), no todo tiene ni debe tener una vocación masiva. Y no por ello deja de ser válido o tener interés. En cualquier manifestación artística, y casi en cualquier otro aspecto de la vida. Entender eso, que parece una obviedad, es complicado. Entenderlo en su más profunda raíz, en la que nos debiera permitir toda la libertad de creación, de gestión, incluso desde la institución, desde el público, desde todos los ámbitos. Nos esforzamos por entender la particularidad de cada una de las obras que pasan por nuestro teatro. Las que convocan a un mayor número de personas y las que no. Y todas son igual de valiosas, en lo artístico y en lo económico.
Creemos en los creadores. Y creemos en el público. Todo lo que hacemos tiene la vocación de trabajar hacia el espectador. Quizá demasiadas veces se prejuzga su inteligencia, su capacidad de arriesgar. Pero su mirada es tan ávida como la nuestra, su curiosidad e inquietud no tiene límites. Viajamos en el mismo barco, nos exponemos juntos para conocer, comprender, descubrir. En los inicios fue difícil que se comprendiera lo que hacíamos, que se comprendiera este otro modelo de espacio. Ni mejor ni peor que otros, pero singular en Madrid. Hicimos y seguimos haciendo una labor de comunicación diferente, cuidando con esmero el tono y la manera en la que presentamos los proyectos, procurando no “vender” sino explicar, compartir conocimiento. Y el público ha respondido, se ha renovado y ha crecido, y sigue creciendo. Por eso no podemos dejar de confiar.
LA ISLA CUBIERTA DE NIEVE
Cuando comenzamos a idear nuestro espacio como un modelo no basado exclusivamente en la exhibición, cuando hablábamos de investigación, residencias, de introducir en las escénicas el término comisariado para significar otra manera de programar, se nos llegó a etiquetar como centro de creación, como si eso fuera algo negativo, o más bien, sugiriendo que eso era incompatible con un teatro. Desde ámbitos muy distintos se nos pedía definir si estábamos en un lugar o en el otro. Ahora podemos decir rotundamente que no concebimos un teatro sino como un centro de creación. Un espacio que aspire a dar cabida a las complejas y diversas necesidades de los artistas y del público. Necesidades que pasan por abrir el teatro y ponerlo a disposición de aquellos que necesitan un lugar para trabajar, por realizar un acompañamiento artístico y técnico amplio y cercano, por movilizar nuestros medios de producción y de comunicación, y en otra dimensión, nuestra capacidad afectiva y sentido del cuidado. Por no repetir la misma fórmula con cada proyecto sino estudiar las particularidades de cada uno, por enriquecer la presentación de los trabajos con experiencias que generen conocimiento, por propiciar el cruce entre artistas y de estos con el público, por fomentar el surgimiento de nuevos proyectos que de otro modo no tendrían apoyo, en definitiva, por expandir y desbordar el concepto de programación, de sala de exhibición.
Es además nuestra responsabilidad como centro semipúblico. Más allá de nuestra figura legal, condicionada por exigencias externas, reivindicamos nuestra naturaleza semipública porque recibimos dinero público y porque respondemos de su uso y de nuestra gestión ante la administración y ante la sociedad, y no desde la lógica del enriquecimiento empresarial ni del interés particular. Nuestro interés no puede ser único, debe desplegarse hacia todo aquello que nos rodea y que configura la especificidad de la creación por la que trabajamos. Y todos nuestros beneficios económicos se invierten en la actividad de modo equitativo, sin establecer clases, distribuyendo nuestra pequeña riqueza del modo más equitativo posible entre gestores, artistas o técnicos.
Gran parte del presupuesto que gestionamos tiene su origen en las ayudas públicas. Y no nos avergüenza. Porque pensamos que lo público ha ejercido históricamente un papel fundamental en la cultura, y debe seguir ejerciéndolo. Porque seguimos apostando por el diálogo constructivo con las administraciones, aunque a veces tengamos desacuerdos. Porque el desacuerdo enriquece y nos hace crecer.
Y porque soñamos con la ruptura de barreras entre lo público y lo privado, con una colaboración fluida entre todo tipo de espacios y proyectos sea cual sea su personalidad jurídica, su dimensión, su lugar en un tejido cultural que no debería estar compuesto por compartimentos sino por hilos de encuentro y trabajo común. Esa es una de nuestras señas de identidad: la línea que llamamos Correspondencias y que nos ha llevado y llevará a realizar proyectos con festivales, centros de arte, salas alternativas, editoriales independientes, facultades de bellas artes o teatros nacionales. De Madrid, de España, del extranjero. No nos interesa ser un proyecto localista. Tenemos cierta tendencia a la promiscuidad, nos atrae mirar más allá de nuestros muros y de nuestras fronteras. Como el Fausto de La República (1997): estoy en el mundo, quiero vivirlo todo.
Mucho se ha hablado en estos últimos tiempos de la danza, de su falta de espacios para la creación, de su escasa presencia en las carteleras. Desde nuestro espacio no vivimos esa dicotomía entre géneros, esa preponderancia del teatro frente a la danza. La danza ha alimentado históricamente la creación contemporánea. La gran renovación de las escénicas vino de la capacidad de apertura y riesgo de coreógrafos y bailarines. Es ahí donde más se ha arriesgado, donde más se ha explorado, por regla general el teatro ha llegado siempre después, bebiendo de los descubrimientos de la danza. Reconocemos que nos cuesta mucho hablar de géneros, queremos superar ese discurso. La danza impregna nuestra programación con toda naturalidad, no desde el esfuerzo ni la imposición de las cuotas. Forma parte de nosotros y aparece continuamente sin necesidad de ser convocada. Se apodera del espacio sin tener que competir, sin convertirse en un reducto, con el mismo protagonismo. Y nos fascina por igual contemplar el movimiento amplio y tenaz de una bailarina como Tania Arias que una creación inclasificable como las de Cuqui Jerez, pasando por todo un abanico de tonalidades, tantas como creadores.
No se puede decir que Teatro Pradillo tenga una única línea. Aunque dentro de una marcada especificidad, nuestras velas se despliegan hacia diversas miradas. En este año 2014, nuestro principal objetivo ha sido buscar y promover proyectos sólidos, facilitar técnica y artísticamente procesos largos de creación que den lugar a la puesta en pie de obras, algo que por desgracia tanto ha ido mermando en los últimos años en pro del fervor por lo efímero y la validación pública del proceso por sí mismo. Esto último no es en sí mismo desechable. Pero no puede ocupar más espacio del que le corresponde, y no podemos permitir que creadores excepcionales se pierdan en la inmensidad del duro momento que vivimos.
Pensamos que nuestra programación se expresa por sí misma y pone en pie todo aquello de lo que hablamos. Nuestro discurso estaría vacío si los creadores no dieran contenido y sentido a la existencia del teatro. Pradillo no es el protagonista, no es el agente, no es el descubridor, no debe reivindicar ninguna medalla. Son los artistas quienes generan arte, y este proyecto es posible porque ellos existen. Y nosotros debemos estar ahí, inquietos, con los ojos bien abiertos, para acompañarles y comunicar, para ser interlocutores entre ellos y la sociedad. Y seguiremos trabajando para abrir y explorar nuevos caminos.
Getsemaní de San Marcos
Mayo de 2014
[este billete «ocupado» que todavía conservamos como fetiche apareció en la taquilla de Pradillo, en enero de 2013, en Aproximaciones a la idea de diario,
donde Chus Domínguez proyectó algunos fragmentos de los diarios de Jonas Mekas]