Fotos de El quinto invierno realizadas por Elisa Gálvez y Juan Úbeda en Teatro Pradillo.
Archivo de la categoría: Huellas
Entre las luces y las sombras: libertad. Dibujos de Marta Azparren
Dibujos realizados por Marta Azparren durante las funciones de Entre las luces y las sombras: libertad, de la Cía. Lucas Cranach / Carlos Marquerie (15 a 25 de enero de 2015 en Teatro Pradillo).
Carmen / Shakespeare. Acto 1. Galería de imágenes.
OLGA MESA Y FRANCISCO RUIZ DE INFANTE
C A R M E N / S H A K E S P E A R E
Acto 1 (el de la niebla)
Shhhhhhhhkespeare
…pour qoui?
Falsas Dualidades. Estudio Hall de Chars
Serie Etant Donee Duchamp / Salon Auberive
Serie C/S-Origen Nº1
Serie C/S-Origen Nº3
Serie Escala pantallas luz / Estudio Hall de Chars
Serie Google / Los Andes + Carmen(s) / Falsas Simetrías
Serie Google / Villa Bernasconi / Escala casi humana
Serie Google y las distancias
Serie luz / Jour. Artificiel Hall de Chars
Carmen / Shakespeare. Acto 1. Secuencia 10: la niebla…
OLGA MESA Y FRANCISCO RUIZ DE INFANTE
C A R M E N / S H A K E S P E A R E
Acto 1 (el de la niebla)
Secuencia 10 Subtítulos texto NIEBLA (separación frases en vista de su integración en la imagen)
Entonces…
Entonces… La niebla…
Siempre me gustó la niebla, porque…
El objeto de percepción…
La distancia entre el ojo y el cerebro
está llena de tics un poco engañosos…
Cuando hay niebla… porque…
Tú ves algunas cosas…
Cosas incluso que tú conoces bien…
Tú sabes que están ahí.
Pero de pronto…
Todo se pone en duda.
No ves mucho las…
… las distancias…
Ni los relieves…
No comprendes bien
los colores
Todo es diferente…
Evidentemente es muy blanco cuando…
Cuando estás lejos…
La noción de «sombra»…
Y de «luz», son distintas.
Las escalas…
Las cosas que están cerca o lejos…
Todo es…
… Digamos…
un poco suave
Pero también un poco peligroso.
¿Qué es?
¿Una tensión?
No…
No es la oscuridad…
Pero tampoco ves.
No se puede ver…
Pero no es la oscuridad.
Pero si no es la oscuridad…
Tú hablas de colores…
Es blanca
¿Ves?
Se trata de un blanco,
en el que no se ve.
En lo negro, no ves…
En este blanco tampoco.
Pudiéramos decir que es…
como una cortina blanca…
No, porque no es…
Tiene profundidad…
Una cortina esconde…
Detrás.
Aquí las cosas se esconden dentro…
No detrás.
Y tú, cuando hablas de un cuerpo,
por ejemplo…
en la niebla.
En relación con tu cuerpo…
¿Cómo atraviesas tu cuerpo?
¿Me vas a enseñar?
Finalmente, debes saber mucho más
de lo que tú imaginas.
La posición que ocupa el cuerpo…
Cómo lo imaginamos hoy…
Una cosa que se me quedó
en la mente…
Es que tú imaginas…
el cuerpo lejos.
El cuerpo que se aleja.
Y después,
esa idea de siluetas
De cosas lejanas…
Cuando no se puede saber lo que es…
¿Qué es esto?
¿PLAY?
¿STOP?
Lo siento mucho
¿lo siento mucho?
Noche, luz y sombras
Estudio Hall de Chars
PÉNDULA | Gichi-Gichi Do
El 15 de mayo de 2014 los Gichi-Gichi Do (Luciana Pereyra y Óscar G. Villegas) estrenan nuevo trabajo en Teatro Pradillo. Recogemos aquí sus reflexiones sobre el sonido, la acción y la palabra, y el espacio.
PÉNDULA (eppur si muove)
Sobre el movimiento de las cosas y del pensamiento
Sobre el peligro de tener nuevas ideas
EL SONIDO
Desde hace siglos se sabe que todo sonido proviene de un movimiento. Algo se mueve y al hacerlo roza o percute o choca contra algo, lo que da por resultado una vibración, un sonar. Ya Aristóteles enunciaba lo siguiente: «El sonido en acto es siempre producido por algo, contra algo y en algo».
Con la aparición de la música electrónica y de los aparatos de reproducción sonora, el proceso mover-sonar parece haber desaparecido. El sonido es generado aparentemente en el interior de cajas negras, el «algo» y el «contra algo» nos han sido birlados.
PÉNDULA es una instalación para dos músicos-performers en la que el movimiento se sitúa en primer plano como causa visible del sonar. Y lo hace aludiendo directamente a tres conceptos:
1. El origen del tiempo, el pulso, el loop.
Se dice que algunos fenómenos naturales como el vaivén de las olas o el latido del corazón están en el origen del pulso musical. Con el tiempo el pulso devino en precisión metronómica pasando de lo orgánico a lo mecánico. Podemos afirmar que la música occidental ha tenido como ideal desde su nacimiento el pulso regular y la métrica precisa respaldados ambos por siglos de tradición sofista. Ya en el siglo XX el pulso regular -entendido hasta el momento como un ideal- se hace realidad gracias al uso de los secuenciadores; una realidad matemáticamente precisa.
Por otro lado, el loop -concepto seminal de la música popular contemporánea- viene a proveernos de materiales musicales perfectamente medidos o cuantizados (por utilizar una jerga más adecuada) que en ru repetición hipnótica inciden aún más en el ideal de perfección temporal.
En PÉNDULA, la música, el sonar, regresa a su esfera más orgánica: péndulos que oscilan o trazan trayectorias elípticas y que en su rozar y percutir devienen en erráticos; péndulos que debido a la fuerza de la gravedad se encuentran -como todo organismo- avocados a la detención.
2. Fonografía preparada.
En las últimas décadas la labor de los fonografistas ha hecho posible que accedamos a una nueva escucha. De la idea del mero registro sonoro de lo que nos rodea, hemos pasado a la utilización de esos registros con fines compositivos otorgándoles así un nuevo valor y un nuevo sentido que sitúa al conjunto de sonidos no musicales en el centro de una posible escucha atenta y activa que nos invita a abrir la oreja.
En PÉNDULA, el trabajo fonográfico sufre una abstracción para proponer no solamente el registro y su posterior escucha, sino la re-creación de la fuente sonora misma. Los dispositivos utilizados se basan en el uso de péndulos que rozan y percuten estructuras resonantes preparadas para producir un continuo pero cambiante acontecer sonoro que remite al acontecer sonoro del mundo.
3. Electroacústica.
En PÉNDULA la mayor parte del material sonoro tiene un origen acústico con un tratamiento electrónico artesanal más o menos acusado. El sonar de los cuerpos es filtrado, distorsionado, modificado en un continuo ir y venir entre naturaleza y artificio.
LA ACCIÓN Y LA PALABRA
Nos interesa el concepto palabra-en-acción. También nos interesa que el movimiento pueda ser el motor de la palabra y de la acción de tocar (tocar un instrumento, generar un ruido). Hablar-Tocar-Moverse es en nuestro caso una acción de carácter tecnológico. Nos desprendemos de la emoción del intérprete para encontrar un canal de comunicación limpio y preciso que nos permite lanzar fogonazos desde la distancia.
En los textos aparecen -unas veces de manera subterránea, otras en la superficie misma del discurso- conexiones con el liberalismo asilvestrado de Thoreau, el decadentismo de Lautréamont, la marginalidad del Art Brut, y la literatura autorreferencial de la generación beat, por poner algunos ejemplos.
El texto documental, el panfleto, el texto poético, la cita académica y el diálogo cotidiano son piezas que engarzamos una tras otra para cambiar la perspectiva. Esta variedad de tonos y formas funcionan para nosotros a modo de dispositivos, como lo son la cámara fotográfica, el carboncillo, la grabadora de audio o la acuarela a la hora de capturar un paisaje.
EL ESPACIO
Dos de los personajes que en cierta manera han vertebrado nuestra propuesta son Galileo y Darwin. Las observaciones de ambos supusieron un cambio de paradigma en la concepción del espacio y del origen de la vida. Ellos nos han proporcionado también dos elementos que nos sirven a la hora de pensar en el espacio escénico de la pieza: el observatorio y el lugar remoto.
El espacio de PÉNDULA se sitúa en un lugar remoto (y constantemente cambiante por medio del espacio sonoro) formado por un pequeño observatorio-refugio y diferentes elementos repartidos por la sala que aluden al instrumental científico, y que no son otros que nuestras herramientas de trabajo: sintetizadores, instrumentos electroacústicos, grandes péndulos generadores de sonido, láseres y sensores de movimiento.
Este observatorio-campamento es el espacio de la fabulación: el lugar desde el que observamos y emitimos nuestros informes.
PIGVILLE: El elefante pintor
El elefante pintor: un vídeo de Los tres cerditos a propósito de PIGVILLE.
Cristina Busto, Marta Blanco y Luján Marcos en Teatro Pradillo (24 de abril a 4 de mayo de 2014, J a D 21h).
PIGVILLE: dibujos de Cristina Busto
He aquí algunos dibujos de Cristina Busto en su cuaderno de trabajo de PIGVILLE, una fábula plástica, poética y política creada junto a Marta Blanco y Luján Marcos en Teatro Pradillo (24 de abril a 4 de mayo de 2014, J a D 21h).
El sur de Europa. Días de amor difíciles
Elena López Riera
¿Seremos capaces de bailar, ahora que todo el mundo está triste, ahora que ya nadie nos necesita, sólo por el placer de ir a contracorriente?
La primera vez que oí esta frase, hace ya más de un año, en el estreno de El sur de Europa. Días de amor difíciles sentí la tierra temblar bajo nuestros pies. Primero fue la perturbación, después la rabia. Quisimos salir de allí y correr hasta que nos desintegráramos, hasta que ya no quedara de nosotros más que la incertidumbre. Quisimos desgarrarnos y empezar a querernos de nuevo, ésta vez un poco mejor de lo que lo habíamos hecho. Pero siempre y a cada paso, irrumpía esta frase de manera implacable: ¿Seríamos capaces de bailar ahora que ya nadie nos necesitaba?
Hace unas semanas La tristura nos convocó en la sala Pradillo para celebrar 10 años de vida. Nos convocó como se convocan las revoluciones, los amantes y los fantasmas, usando un pretexto cualquiera para llegar a otro lugar. Hoy, por fin, sabemos que lo que allí sucedió durante esos días fue mucho más que un acto de celebración. Fue el principio de un futuro virgen y asumido, fue la conjura de la fuerza, la intersección de las cosas que se quieren olvidar, de lo que se calla y de lo que a veces se escupe.
Durante esos días hablamos de amor y hablamos de política (si es que a caso uno puede pensarse sin la otra), seguimos bailando la música de Europa; aunque estuviera rota o dispersa, aunque ya ni siquiera fuera nuestra.
La música de Europa se quebraba, y sin embargo, nosotros seguíamos bailando. Bailando, bailando, bailando.
Las vidas que no se sostienen con actos son basura, le dice el chico a la chica en la primera parte de la obra. Aún no los vemos, sólo intuimos sus cuerpos. El motor de un coche, niebla, el ruido del mediterráneo al fondo. El chico ha vuelto para decirle a la chica que aún la quiere, para comprobar que nada ha cambiado desde que él se fue. Que sus vidas (compuestas por actos repetidos un millón de veces, por gestos copiados de cuerpos ajenos, por los besos que otros se daban en las películas) no podían ser una basura. Que ellos no, no estaban haciendo playback. Que si cantaban, lo harían de verdad. Hasta desgarrarse las entrañas.
Algo así se decían un chico y una chica, que se encuentran después de mucho tiempo para demostrarse que no se parecen en nada a aquello que dijeron que serían. Para decirse que aún se quieren. Para mentirse brutal y necesariamente (¿Existe otra manera?). Y esas dos voces, de repente, fueron también las nuestras.
Un dos tres. Shhhh. Escucha. Un dos tres. Sígueme. Un dos tres. El mar.
Estoy aquí, cantando mientras todo se hunde. Estoy cantando mal. Estoy cantando para molar. Cantando para no besarte. Besándote. Cantando para cambiar el mundo. Estoy cantando como el acto más primitivo, el más bello, el más salvaje y el más revolucionario.
Un dos tres. Un paso a la izquierda, dos pasos a la derecha. Un dos tres. Chasquido de talón. Un dos tres, los edificios se desmoronan. Vuelta y media. Un dos tres, las olas del mar quieren tragarnos. Vuelta entera. Un dos tres salto con impulso. Un dos tres. El amor. Un dos tres. El miedo, los temblores. Un dos tres. Joe Crepúsculo. Un dos tres. Johnny Guitar. Un dos tres, sobre todo sigue bailando, no pares, agárrame fuerte la mano.
Un dos tres. Miénteme, dime que nosotros no tenemos la culpa.
Pero no dices nada y ya sólo escuchamos los pasos de un baile que se va aplacando mientras cae el telón, al acabar la noche, y pienso que éste podría ser el retrato de nuestra generación: determinada y melancólica, pero no decadente. Cubierta de oro y de mierda. Una generación feroz.
Después, el silencio. Aparece una mujer arrastrándose sobre una escalera de terciopelo y coge un teléfono. Ciao amore, sonno Chiara. Y su voz suena como la más antigua del Mediterráneo. Chiara se instala en el aire como un temblor eléctrico y susurra ¿Qué se dirá dentro de 100 años de España, de Italia? ¿Qué se dirá de Europa?
Callo. Sigo sin poder dar una respuesta a un pasado que nos llega roto, pero mis pies empiezan a moverse y me pregunto qué pasará si de verdad todo se hunde, que pasará cuando nos hayamos consumido la garganta, el vientre y las entrañas. Cuando ya no quede más de nosotros, que nuestros cuerpos febriles. Que pasará, si de verdad un día, dejamos de bailar.
Y sólo ahora, sólo hoy, después de muchos bailes, estoy segura de que ése sería el auténtico final. La desintegración.
El quinto invierno
Elena López Riera
El ciclo que La tristura organizó para celebrar su décimo aniversario (un aniversario que fue en parte, un canto a los primeros pasos, a los primeros actos, a las primeras convicciones) se selló con la presentación de la última pieza de El canto de la Cabra tras un tiempo ausentes de la escena madrileña. El suelo negro horadado de tijeras, una langosta apostada en una lámpara, una mujer con los ojos vendados, el ruido de mil canicas deslizándose. Ésa fue la participación de El canto de la cabra a aquéllos días intensos de La Pradillo, una toma de posesión determinada, una declaración de principios generacional (Y sí ¿Por qué no iban a estar ellos en el mismo sitio que nosotros?).
Empezamos escuchando una voz que hablaba de un invierno en el exilio, de Ávila, de perros que rodean una casa muy grande, del campo. De cómo se ven las cosas desde el otro lado, de pasar las mañanas en un lugar donde no se oyen los coches. Del quinto invierno. De repente la imagen de una cafetera gigante irrumpe la pantalla y sólo vemos las manos de una mujer y las manos de un hombre, una caja de tabaco de liar y el trabajo de la creación como un desayuno, la intimidad como trabajo. Quizá, y por qué no, también el amor por las mañanas.
En su texto de presentación para esta pieza, Elisa y Juan escribieron: «El momento que atravesamos no se parece en nada al lugar en el que estamos. Los cuatro cachorros que han visto cómo dos perros destrozaban a su madre siguen vivos, juegan, juegan todo el rato. La vida, esa cosa que queremos tener cuando se nos escapa, nos está dejando en blanco” y sus palabras, podrían haber sido las de cualquiera de los que nacimos después de la dictadura. Las repito muchas veces seguidas y pierden sus significado. La vida nos está dejando en blanco. La vida nos está dejando en blanco. La vida nos está dejando en blanco. Y no sé si la idea de que todas las vidas se repiten a lo largo de la historia me aterra o me tranquiliza.
Después me acuerdo de un pasaje de Pedro Páramo en el que un padre llevando a su hijo a hombros en una noche muy cerrada, le pregunta si puede oír a los perros. El hombre más viejo no puede oír durante el camino porque las piernas del hijo le tapan las orejas. Que un padre le pregunte a un hijo si puede oír a los perros susceptibles de desgarrarles las entrañas, es como decirle que él también tiene miedo a la muerte. A los malos. Es como admitir que la suerte de los padres y de los hijos se repite a través de los tiempos, de las generaciones. Pero el hijo no (nunca) oye a los perros. No sé por qué hablo de Rulfo para hablar de El quinto invierno, pero creo que algo parecido pensé cuando la voz del hombre en el teatro hablaba de una vida que se escapa y también cuando hablaba de cachorros.
En 2009 cerraron su espacio escénico tras 18 años de vida negando el cansancio con una nota en la que decían que les habían dado por muertos y por culo. Hoy la he leído para escribir este post y he pensado que es una manera más que elocuente de resumir el estado de la creación contemporánea madrileña. De la oficial y de la oficiosa, de esa ciudad capaz de provocar todos los amores y todos los odios. Después de esto, El quinto invierno, me parece un título distinto y siento un poco más de frío que cuando los vi en la sala Pradillo, a pesar de que algunos dicen, que ya es primavera.
Mañana vendrá la bala
Elena López Riera
Escribo esto desde una ciudad Europea, una cualquiera. Una de ésas que ahora me parecen tan lejos de Madrid, tan lejos de todos nosotros; y me escucho preguntándote, si seremos capaces de bailar cuando se acaben las ciudades, cuando todo esté arrasado. Y tú, que no estás aquí, que no estás en ninguna parte, me respondes con las palabras de otro: «nunca empezar desde los buenos, viejos tiempos, sino desde éstos, miserables».
La chica le habla al chico sobre su miedo al suicidio y luego se ríe. Y pienso que todas las películas deberían empezar así, como la vida (nosotros, los más tontos, los que parecemos siempre dormidos, lo sabemos), con la explosión de ese instante sublime, como un movimiento constante entre lo trágico y lo ridículo. Las ganas de reír tapizada con las ganas de besarte. Con el deseo inevitable de desaparecer. Con el amor, con la muerte. Con esas ganas precipitadas de bailar hasta morir.
Mañana vendrá la bala y con la bala vendrá el olvido. Vendrá el olvido. El olvido. Y pienso que ojalá viniera para arrancarnos todo lo que hicimos, lo que aprendimos, lo que nos hicieron creer. Para olvidarnos de los tiempos que vendrán, de esas caras que tendremos dentro de unos años, de los pies cansados, de las decepciones, de la oscuridad que no han parado de anunciarnos desde que tenemos memoria. Hoy quisiera que viniera el olvido pero sólo ha venido la bala. Y aquí está. Y la bala son ellos dos corriendo en la noche, escapando por las esquinas de una ciudad desierta, marcando el ritmo del apocalipsis a golpe de pasos robados. Huyendo. Deshaciendo el camino que otros marcaron para ellos. Sembrando la furia por las esquinas.
La bala son ellos dos y somos nosotros. Todos nosotros. Y entonces pienso que deberíamos dejar de hablar de amor, pienso que siempre hablo de amor y me propongo firmemente hablar de la guerra. Veo al chico y a la chica correr, perseguirse, huir de los malos y me digo que a partir de ahora hablaré sólo de guerra. Y entonces me doy cuenta de que no hay ninguna diferencia.
Las calles de esta ciudad están llenas de basura, de huellas de cadáveres, de noche. Las calles están llenas de mierda y de silencio. Algunas veces se escuchan los disparos, se siente la pólvora, pero eso no es la más grave. Lo más grave es el miedo, siempre el miedo. Ese miedo idiota y aniquilador que ha conseguido acabar con nuestros pasos, con nuestros besos, con nuestras ganas de salir corriendo y arrasarlo todo. Ese miedo que ha convertido las calles en salidas de emergencia, en ruinas prematuras, en lugares donde ya no se puede bailar. Y me digo que deberíamos pensar el principio de siglo como el miedo que ahogó el ruido, que aplacó la furia.
Mañana vendrá la bala es una película furiosa porque existe contra la voluntad de los otros. Es una película que existe cuando nos han dicho que nosotros ya no tenemos nada que decir, que no supimos hacer la revolución, que somos una derivación de lo frívolo, que ni siquiera llegaremos un día a ser malditos. Esta película se ha hecho con 4 personas y la cámara de un teléfono, se ha formulado desde la furia, como el canto desesperado de quienes no quieren ir a dormir. Desde el gesto más urgente: el de una generación que no quiere asumir la derrota, ahora que los otros dicen que ya nada merece la pena. Que ya lo hemos perdido todo, hasta el derecho a contarnos.
Rafa y Jimena son el chico y la chica que huyen de los malos por la noche como si la única salida posible fuera seguir corriendo y corriendo hasta la extenuación: No volver a casa hasta caer rendidos, perderse en la noche, entre los árboles, los adoquines, los karaokes. Mañana vendrá la bala es un homenaje a los estados de excepción, a las economías de guerra, al amor en los minutos previos al apocalipsis. El chico y la chica hablan de invasores, de la gente triste del medio día, de la diferencia entre pasear (por placer) y deambular (porque se te cae la casa encima), y entonces todos sus movimientos y con ellos, también los nuestros, se convierten en un acto revolucionario. El chico y la chica hacen mucho ruido y entonces me doy cuenta de que el ruido es la única manera de vencer, de que si seguimos bailando, si contradecimos las órdenes de aquéllos que quieren someternos, si no aceptamos esta nueva condición de fantasmas endebles, de niños pijos sin oficio ni beneficio, si no aceptamos ser el final de una raza, quizá, todavía haya una salida.
Te llamo para decírtelo, aunque ya hace demasiado tiempo que no hablamos y no sé si vas a contestar. Te llamo y te digo sólo esto: no digas nada. No quiero que digas nada. Salgamos a bailar. Sígueme hasta el final de noche. Sígueme hasta el final de mi locura. Y aunque tú sabes que es sólo la letra de una canción muy vieja, obedeces. No dices nada y empiezo a escuchar tus pasos sobre el suelo. Son los primeros sonidos del baile y entonces comprendo que ha empezado el viaje.
¿Pero seremos capaces de bailar ahora que ya nadie nos necesita? (pregunta La tristura en el El sur de Europa). Y entonces el acto más sencillo, el más primitivo, se convierte en el más revolucionario. Te acercas a mi oído y me dices con una voz muy suave pero muy determinada: Ahora es cuando bailaremos hasta desaparecer y ésa será nuestra revolución.