Entrevista de Èlia Llach con Antonio Fernández Lera
Un resumen de esta entrevista se publicó en la revista de la librería La Central: Èlia Llach, Hechos escénicos. Sobre los “Pliegos de Teatro y Danza», Diario La Central, nº 3, junio de 2013.
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–¿Qué te llevó en 2001 a crear los Pliegos de Teatro y Danza?
Nada en particular. Fue algo muy informal. No era un proyecto de futuro, sino un acto de presencia, un deseo de acompañamiento de la creación contemporánea. Un deseo de documentación también. Fueron saliendo sin saber nunca si el nuevo número era el último. Pero nacieron como algo que creo siguen siendo: un objeto y un acto de complicidad. Considero que los autores de Pliegos, en buena medida, son también los editores de Pliegos.
–¿Crees que hay una relación directa y necesaria entre la acción sobre el escenario y la publicación del texto no sólo como testimonio o recuerdo sobre lo acontecido?
Algunos lectores y coleccionistas de los Pliegos han acabado por convencerme de esa necesidad, yo siempre lo he visto como algo pequeño y efímero. Pero el hecho es que la creación escénica, basada entre otras cosas en el tiempo, se disuelve en ese tiempo (siempre y nunca presente) y el efímero papel sigue ahí, para quien lo quiera. No sé si es testimonio o recuerdo. Nada sustituye a la creación escénica en sí misma, es imposible. Prefiero insistir en las palabras acompañamiento, rescoldo, residuo. El recuerdo es algo muy personal. Aunque es muy agradable pensar que alguien que no pudiera ver una determinada obra escénica, por imposibilidad, por pereza, por edad o por cualquier otro motivo, pueda experimentar el espejismo de recordarla a través de los Pliegos.
–Si echamos una vista atrás a lo largo de tus 51 Pliegos nos encontramos con un autor como Esteve Graset. ¿Qué significa para ti editarlo?
Velocidades y quietudes es una deuda conmigo mismo. Es un pequeño libro que Esteve dejó terminado y listo para publicar antes de morir en 1996. Esteve Graset es alguien fundamental en la creación teatral del siglo XX. Ese libro es una mezcla muy personal de información, textos para la escena (pero qué bien se leen) y diario de todo el proceso final de su vida, su batalla contra la enfermedad y la muerte. Su ausencia me provoca todavía lágrimas de ira. Creo que cualquier persona que pretenda crear desde su propio ser, con libertad, sin repetir fórmulas manidas ni académicas, debería conocer este pequeño libro.
–¿Qué une y qué comparten Graset con otros autores de la colección de los Pliegos? Es decir, qué punto en común tienen autores como Elena Córdoba, Carlos Marquerie, Mónica Valenciano, La Tristura, Carlos Sarrió, Pedro Fresneda o Fernando Renjifo? ¿Qué “teatro” defienden los Pliegos?
Creo que todos los autores de Pliegos –y me incluyo en esa lista– compartimos ese deseo de cambiar algo, en nuestras vidas y en las vidas de los demás, espectadores o lectores. Compartimos el deseo de romper la rutina y la pereza mental, como creadores y como espectadores. Los Pliegos no defienden nada, solamente muestran algo que existe. Que ha existido, que existe y que seguirá existiendo (incluso cuando los Pliegos como tales dejen de existir): el rescoldo como un elemento del fuego.
–Personalmente creo que las editoriales de teatro son las que aún tienen un largo camino que recorrer y más de una, replantearse su línea de actuación. Tú fuiste de los primeros, junto a La Uña Rota, en editar a Rodrigo García. ¿Qué responsabilidad crees que tiene hoy en día el editor de teatro sobre la escena? Es decir, siempre se habla de programadores de festivales, directores de teatro… ¿crees que hoy en día la figura del editor podría llegar a ser “indispensable” en el engranaje para una renovación del panorama teatral?
Sinceramente, no lo sé. Aunque trato de hacerlo bien, lo que hago lo hago por deseo, no me lo planteo como responsabilidad.
–Has traducido a numerosos autores, entre los que destaca Shakespeare (El rey Lear, Trea, 2003). ¿Por qué no traducimos más a autores extranjeros? ¿Qué nos detiene?
No lo sé. En Pliegos no me lo he planteado, porque sigue siendo un pequeño proyecto con presente, pero nunca sé si con futuro, un proyecto vinculado a realidades escénicas, no a obras dramáticas como tales o como literatura «independiente» de la escena. Pero eso es un rasgo, quizá una limitación de Pliegos, no necesariamente una virtud. Pliegos existe necesariamente dentro de unos límites muy conscientes y muy estrechos, que no estoy en condiciones de traspasar. Aunque también pienso que cualquier forma de nacionalismo editorial es una birria, me encantaría publicar traducciones de autores de otros idiomas, simplemente no estoy en condiciones de hacerlo.
–Hará unos cinco seis años se abrió un debate, ya totalmente olvidado, en el que se reivindicaba sacar del olvido a dramaturgos de la transición. Alonso de Santos, Sastre, Nieva, Benet o Sirera son los pocos que quedan en los estantes de las librerías o bibliotecas y que han sobrevivido al paso del tiempo editorial y al tiempo en la escena. Nadie habla de Miralles (…). Evidentemente esto me hace pensar que la literatura dramática es la hermana fea de la literatura. ¿Crees que va a pasar lo mismo dentro de treinta años con los autores de ahora?
No tengo la menor idea. Me parece algo imprevisible. Ninguneo y olvido siempre acechan, a veces como deporte nacional y a veces como castigo de los dioses. Pero me cuesta pensar en términos de literatura dramática. Puedo entender de géneros, pero prefiero no hacerlo. Aunque me considero escritor, no sé si lo que escribo es teatro, el teatro que me interesa tiene más que ver con todas las artes y con la sustantividad de lo escénico que con lo que se suele entender por dramático. Tampoco sé si lo que escribe gente como Rodrigo García, Carlos Marquerie y otros autores de Pliegos es teatro. Sin olvidar que para mí es muy importante la segunda parte del nombre de nuestra pequeña colección: Pliegos de Teatro y Danza. Teatroydanza.
–Para finalizar me gustaría que me hablaras de tu relación con el Teatro Pradillo… tu relación con él, sus planteamientos y el teatro que defiende.
Una relación muy sentimental y muy antigua. Esa sala se abrió en 1990 con un texto mío, Los hombres de piedra, dirigido por Carlos Marquerie. Formé parte de su equipo como dramaturgo y como editor de la revista Fases hasta 1992. Esos primeros años de Pradillo fueron muy especiales, deberían estudiarse en las escuelas de arte dramático y de bellas artes. En la reapertura de la sala en 2012 como «Espacio de Investigación y Creación» tuve la felicidad de volver a inaugurar el Teatro Pradillo con una acción escénica compartida con los actores Miguel Ángel Altet y Carlos Sarrió y recientemente hemos vuelto a participar los tres en el ciclo «La palabra en escena», que organizó Marquerie, con nuestra pieza Conversación en rojo y alguna otra pequeña intervención. Eso en lo personal, pero en general comparto el espíritu y los planteamientos del nuevo Pradillo hasta la médula.