HABLAN LOS CUERPOS
Casi un relato
Antonio Fernández Lera, diciembre de 2012
“El espacio vive. La vida del espacio es la materia
del pensamiento, la transparencia de las aguas”.
Enrique Palazuelo, Geometría y visión
[Las divagaciones entre corchetes quieren decir algo; eran evitables, pero no se han evitado; poco a poco irán desapareciendo].
Bailar: ¿es eso lo que queréis? Teatro Pradillo, del 11 al 15 de diciembre de 2012. Un proyecto concebido y llevado a la práctica por [bueno, vale, comisariado por] Elena Córdoba, Ana Buitrago y Jaime Conde Salazar. La frase con la que termina La gaya ciencia de Nietzsche sirve de comienzo. Una pregunta que se plantea, sospecho, para dejarla en el aire. Para que sucedan cosas.
La cosa comenzó un martes y siguió un miércoles –no puedo contarlo, porque no estuve– y acabó un sábado, con una fiesta, de la que tampoco hablaré, porque tampoco estuve, pero en la que al parecer bailaron hasta los historiadores.
Hubo un tiempo privado: para la reflexión, para el trabajo, para el intercambio de opiniones o de ocurrencias [¿ideas que generan cosas que ocurren?]. Y hubo un tiempo público. En el espacio privado surgen cosas, fluyen las cosas, de manera distinta. Se trabaja en el desorden, se conoce, se des-conoce, se pierde, se encuentra. Es el espacio privilegiado que, cuando se está dentro, no se quiere abandonar. Es el espacio que tarde o temprano da paso a lo público.
Días de trabajo a puerta cerrada sin propósito fijo y días de presentaciones públicas (jueves 13, viernes 14, sábado 15) en las que, sin embargo, no se pretendía presentar nada. No había resultados que presentar. Y sin embargo, resulta que… los tiempos públicos, donde se cruzaban las miradas entre actuantes y miradores, fueron de principio a fin una fiesta de cuerpos relacionales [André Lepecki en Agotar la danza: “el desmantelamiento del cuerpo idiota de la modernidad, y su sustitución por un cuerpo relacional, renueva la coreografía como práctica de potencialidad política”].
Llega el espectador y empieza la estructura inevitable de lo público, la geometría de las miradas horizontales o de los barridos arriba y abajo y abajo y arriba, los movimientos laterales de los ojos. El mirar y el ser mirados. Pues todos pasamos a formar parte del espacio, de esa “transparencia de las aguas” con la que han comenzado estas divagaciones.
Al grano.
Jueves 13 de diciembre
EL RITMO. LIBERTAD O MANDATO
Antes o entre medias, proyecciones de vídeos en los que la calle y su danza cobran protagonismo. Gente de la calle en danza. Por ejemplo [se queda corta la memoria]:
Un fragmento –de hecho, la escena final– de la película Step Across the Border (1990), de Nicolas Humbert y Werner Penzel (música de Fred Frith, and again and again and again), donde dos viejos en una estación, con bolsas de la compra en las manos, combaten el frío mientras esperan el tren que, tarde o temprano, siempre llega. [Pero, ¿qué tren en ése?].
A continuación, entre dos acciones escénicas, el vídeo de Chus Domínguez titulado Villa 31 relacionado con el proceso de la obra Cruda, vuelta y vuelta, al punto, chamuscada, de Rodrigo García. Las murgas callejeras de Buenos Aires y la sonrisa y al fin el baile de la infancia. El temor y su variante la timidez en los ojos y en el cuerpo de la niña que al final se lanza al baile, libertad, ritmo, juerga carnavalesca y al fin el silencio. Final y principio.
Los cruces entre la bailaora Rocío Molina y los músicos-actuantes Katsunori Nishimura, extraordinario percusionista japonés, y Nilo Gallego, extra-ordinario en general [vale, performers, pero es que Rocío Molina también es performer, cáspita], a quienes en la segunda parte se sumó el contrabajista Pablo Martín, fueron, a veces casi en plan cuarteto de free-jazz, una caída en lo público que los intrusos llegados de lo público a lo privado agradecimos como un regalo de los dioses… o de las musas.
Está documentado que la musa de la danza es Terpsícore, que a veces usa zapatillas deportivas (dice Sally Banes) y a veces, como cuando Rocio Molina se calza para bailar, unos hermosos zapatos negros de tacón. Aquella noche, además de todo lo demás, la música, el puro flamenco, los viajes de Rocío del flamenco a no se sabe dónde, adonde a ella le dio la gana –es decir, el deseo– de ir, Terpsícore se hizo percusionista por tres. O por cuatro, pues el contrabajo es cuerda y es arco y es, también, percusión.
Katsunori Nishimura y Nilo Gallego juegan en campo abierto, juegan en casa y nos hacen sentirnos en casa cuando improvisan, muy a sabiendas, como los músicos que saben, pues no es lo mismo improvisar que hacer cualquier cosa [¿o sí?]. Pero primero entra Rocío, la que sabe lo que sabe, la que nos deja pasmados, y la que no sabe lo que no sabe pero quiere adentrarse en terreno desconocido, romper sus límites o sus códigos o sus reglas o sus hábitos o como se quiera llamar. Quiere dejarse llevar, sentirse insegura. Quiero meterme en apuros, creo recordar que fueron sus palabras. Un esfuerzo enorme cuando se sabe tanto y cuando tanto saber sobre algo determinado puede llevarte al bloqueo [¿lo veis? Esto es un bloqueo], de tanto bailar y de tanto saber bailar.
De aquel bloqueo, de aquel mi cuerpo no puede más, salieron con la última invitación a meterse en apuros: cuarteto roto, cada uno por su lado, juntos pero separados, cuerpo-sonido, cuerpo-ritmo, cuerpo-tiempo, todo multiplicado por cuatro. 1, 2, 3, 4. Lo abstracto se hizo concreto. Sucedió. [Bueno, en realidad lo abstracto siempre es concreto, lo que pasa es que no siempre nos damos cuenta].
Viernes 14 de diciembre
MINIATURAS BAILADAS. LO QUE SE MUEVE Y LO QUE DETENEMOS
Nada estaba cerrado. Pequeñas piezas, pero no en el sentido de obras cerradas: piezas como trozos de algo, trozos de tiempo compartido, con vocación de obra inacabada y abierta. La paradoja, como suele suceder, es que al final todo tuvo un orden, pero esa paradoja ya se ha disuelto en el aire, porque ya sucedió, porque todo aquello se quiso efímero y ya no existe [¿o sí?].
Hablemos de lo que se vio ese día.
En el preludio propuesto por Jaime Conde Salazar, un grupo de estudiantes de la escuela PS22 de Nueva York (coro y dos solistas) cantan y bailan la canción Just Dance de Lady Gaga, pura fiesta y empatía para empezar la tarde de lo público. Después de esta inefable cortinilla, comenzaron las acciones, las actuaciones, los bailes de los cuerpos reales en el espacio real de Pradillo.
La pieza ¿improvisada? por Ana Buitrago y Nilo Gallego fue un tranquilo comienzo, una carga constante de música y energía. La energía de un susurro. Juego de percusión suave, con las escobillas acariciando platillos y bombos y cajas, construyendo sonido y ritmo mientras Ana construye silencio y ritmo, dibujos en el aire y en su cuerpo. Fantástica la versión esbozada por Nilo de una vieja canción de Jagger y Richards: She’s a rainbow, un tarareo, un escobilleo, un susurro cantado: She… She’s… La palabra iba saliendo como a regañadientes, empujada por el aliento de Nilo y los movimientos de Ana. Un susurro, una caricia, un torrente casi callado, mientras el arco iris [o like a rainbow, que no es lo mismo] no paraba de bailar, entre pausas y movimientos.
Emilio Tomé se desdobló, dejó que hablara otro yo, no el suyo (dice) sino otro: “Así que os advierto, ese tipo que está delante de vosotros no soy yo… El tipo calvo que baila es un pobre diablo… Baila de manera estúpida y busca, así, una manera de aislarse hacia fuera. De salirse hacia dentro”… Y comienza un baile trágico, circular, concéntrico, sin salida, con la canción Territorial Pissings de Nirvana y un final, con el espacio escénico ya vacío, hipnótico, siniestro y estremecedor, fragmentos del vídeo El ocaso del miedo, un recorrido, un falso plano continuo, sobre las calles de Santiago de Chile durante las movilizaciones estudiantiles de 2011. Policías, manifestantes, cámaras, calles vaciadas, hogueras en encrucijadas y plazas, vehículos en llamas… unos minutos finales de irresistible presencia fantasmal, tan real que parecía ciencia-ficción. Musicalmente, todo un adagio de extraña calma después de los estallidos de baile y texto anteriores.
Mar López inicia su pieza con una proyección de un texto de La montaña mágica de Thomas Mann. Mar se apoya –nos apoya– en un texto que nos ofrece peso y motivo de reflexión. Y sin embargo su trabajo en escena es abstracto y concreto a la vez, concentrado en el cuerpo, en el suelo, en una delicada ocupación del espacio desde el cuerpo [¿desde dónde, si no?]. Un trabajo profundo sobre el tiempo [¿sobre la duración?]. Un trabajo desde dentro del silencio. Suelo, tiempo, detenciones largas. Las ayudas de la memoria son un bálsamo que se agradece, pues de pronto reaparece todo [la memoria también se bloquea]. Detenciones largas: la quietud. El despliegue del cuerpo dirigido por la cabeza, la mirada en la quietud y en el silencio. Ignoro si son las palabras adecuadas: cuando hablan los cuerpos, ninguna palabra será capaz de contar, decir, expresar, lo que cuentan, dicen o expresan ellos. Por si acaso, leamos a Thomas Mann:
«¿Qué es el tiempo? Un misterio omnipotente y sin realidad propia. Es una condición del mundo de los fenómenos, un movimiento mezclado y unido a la existencia de los cuerpos en el espacio y a su movimiento. Pero ¿acaso no habría tiempo si no hubiese movimiento? ¿habría movimiento si no hubiese tiempo?¡Es inútil preguntar! ¿Es el tiempo una función del espacio? ¿O es lo contrario? ¿Son ambos una misma cosa? ¡Es inútil seguir preguntando! El tiempo es activo, posee una naturaleza verbal, es “productivo”. ¿Y qué produce? Produce el cambio. El ahora no es el entonces, el aquí no es el allí, pues entre ambas cosas existe siempre el movimiento. Pero como el movimiento por el cual se mide el tiempo es circular y se cierra sobre sí mismo, ese movimiento y ese cambio se podrían calificar perfectamente de reposo e inmovilidad. El entonces se repite sin cesar en el ahora y el allá se repite en el aquí».
Se hizo el silencio, uno de esos momentos en los que no se sabe si hay que desocupar el espacio, salir a fumar o a tomar una cerveza, un poco de aire. Hasta que Claudia Faci, sentada entre los intrusos, se quita la ropa normal y se viste para un baile baile, se pasea lenta, con esa ceremonia que parece un juego, tal vez el juego de hacer y deshacer tópicos. ¿Bailas? es la pregunta que hace a uno de los espectadores. Se abrazan suavemente, como en un baile baile (de salón de baile, de los de toda la vida), pero como a cámara lenta. Cuando el abrazo se deshace, sucede poco a poco, muy despacio, de manera que finalmente quedan como abrazados en el aire, separados por centímetros, hasta que Claudia se aparta y dice: “Y yo que creía que lo difícil era acercarse”.
Pausa, pitillo, cerveza, descanso.
La segunda parte comienza con Katsunori, comodín de la noche, con una breve performance con quimono y muñeca. Viva y luego dormida, por el arte de su magia. Un cubo de agua. La cabeza de Katsunori sumergida en el agua. La muñeca en sus brazos. La muerte. La percusión controlada y des-controlada. La resurrección: ha resusitado –se le oye decir. Una vez más, como en tantos momentos de la noche, lo intraducible.
Oscar Dasí comienza su baile. Como espectador, ves una vertical imaginaria que parece luchar –o bailar– con su propia verticalidad: el dibujo se traduce en una multiplicidad, saltos y desequilibrios, miradas y comentarios hacia lo exterior [por ejemplo –el olvido se va despertando con el ejercicio de la memoria–, sin interrumpir su movimiento, como si en todo instante pudiera desplomarse, tiene tiempo, fragmentos de instantes en los que conviven lo uno, lo otro y lo de más allá, para recordarnos que las tuberías del Teatro Pradillo suenan como tripas, las tripas del espacio]. O la plasmación de un deseo: “Me gustaría bailar en diagonal”. Quiero detenerme un momento, pero creo que ya está bien, que hay que seguir, que ya falta poco [¿tendrán esa sensación, en sus cuerpos, los bailarines cuando trabajan con sus cuerpos en el transcurso del tiempo delante de los intrusos: ya está bien, hay que seguir, ya falta poco?]. La canción One day, del cantante israelí Asaf Avidan, parece haber sido escrita para que Oscar la baile, en aquel espacio, en aquel momento.
Jorge Horno se contradice y a todos nos parece de perlas. Palabras aproximadas (reinvento): “Tenía pensado hacer tal cosa pero he pensado hacer tal otra. He pensado que primero voy a mostrar el tipo de baile tonto con el que me entretengo en mi estudio para calentar el cuerpo. Luego intentaré hacer el baile inteligente”. Suena una versión fantástica de Love Me or Leave Me, de Nina Simone, voz y piano irresistibles, guiño de fuga de Bach incluido. Jorge baila sin límite, con alegría, como si no tuviera público delante [sin dejar de invitarnos a estar con él, con sus miradas cómplices]. Podría ser suficiente. Pero al terminar, cansado, con el cansancio del baile tonto pero contento, nos dice, jadeando (reinvento): “A ver ahora si soy capaz de hacer el baile inteligente”. De la ironía, del autosarcasmo, surge una danza imposible, boca abajo, con una mano en el suelo y los dos pies marcando el movimiento del cuerpo con la pared vertical como suelo. Un extraño retorno de lo horizontal a lo vertical, más que una simple inversión de lo vertical. La imagen es bellísima y hasta el azar de un foco puesto “de cualquier manera” [dice quien lo puso, será que los pone con los ojos cerrados] colabora y sitúa la sombra del cuerpo lento en el marco de luz preciso (luz lenta y pequeña, como el movimiento del cuerpo).
Como colofón de la noche, Anushka Alonso y Katnusori Nishimura salen a escena, juegan al desconcierto y a la confusión [insisto: juegan] y se preguntan el uno a la otra y viceversa: quién empieza. Risas. Comienza Katsunori [sí, ¿no?], pero es indiferente. Se plantea y se desarrolla otra vez un diálogo [se dice limitado, pero habría que decir ampliado] a dos, en el que ambos, Anushka y Katsunori, mueven sus cuerpos en paralelo, sus miradas cómplices y al mismo tiempo solitarias, concentradas en lo que ambos hacen juntos y por separado. Creo que sin querer, pero tal vez queriendo, ambos rompen la fluidez con risas de [¿aparente?] confusión, risas que nos contagian, breves como pájaros, pues enseguida vuelven a su concentración en su hacer, que vuelve a comenzar infatigable. Música y baile se mezclan y son dos.
Pausa. Pitillo. Cerveza. Descanso.
Cada minuto que pasa siento el vértigo de no recordar algún pequeño detalle que me ayude a definir algo [sabiendo que no es posible recordar todo, menos aún contar lo que no se puede contar], pero ese algo es indefinible: fragilidad, temblor, juego de planos verticales, horizontales, oblicuos… yo no sé.
Desde la barrera de los intrusos –fui testigo– hablaron los cuerpos.
“Cortinillas” de referencia (selección)
Step Across the Border
www.youtube.com/watch?v=Es21B30bD6c
Vídeo de Chus Domínguez, Villa 31
http://www.chusdominguez.com/films-videos/villa31buenosaires2010
Vídeo El ocaso del miedo
Productora de Comunicación Social