Resumen: Las condiciones económicas que están proponiendo a las compañías muchos teatros y festivales (la mayoría con financiación pública) son una vergüenza y están destruyendo la posibilidad de tener un tejido teatral profesional, independiente, sano, crítico y arriesgado. Shame on you, bloody bastards.
Amamos nuestro trabajo. Como muchos otros actores, directores, performers o creadores escénicos en general, amamos lo que hacemos. Nos gusta exprimir nuestra creatividad; nos gusta poner a prueba nuestras capacidades físicas y mentales en busca de aquel gesto, aquel efecto, aquella palabra que exprese exactamente lo que queremos transmitir; nos gusta ver como a veces la gente que viene a nuestros espectáculos ha percibido aquel gesto, aquel efecto, y se ha sentido sacudido por él; nos gusta la desazón que nos invade cuando no estamos seguros de por donde tirar con un nuevo espectáculo, cuando dudamos del contenido de una escena; nos gusta cuando de repente encontramos la solución y todo cuadra; nos gusta hacer teatro y estamos convencidos de que lo que hacemos tiene una utilidad social (o como se llame), de que generar belleza, asco, rabia, conmoción, sosiego, crítica, es esencial para tener una sociedad más sana. Nos gusta pensar que somos parte de la solución y no del problema.
Y por eso, porque amamos lo que hacemos y creemos que es útil para la colectividad, la mayoría de nosotros aceptamos las penurias e incertidumbres que nuestra elección profesional conlleva. Sí, sí, ya sabemos, la típica pataleta de los comediantes. Pues no, no es una pataleta, es una descripción de las cosas como son. En general, conocemos nuestro futuro, con suerte, a ocho o nueve meses vista. Por muy bien que a alguien le pueda ir, es perfectamente factible que al cabo de seis o siete meses la situación cambie radicalmente y no tenga ni un sueldo ni un trabajo. No tenemos ninguna seguridad ni estabilidad, dependemos constantemente de la llegada de un nuevo proyecto, hay meses entre proyectos en que no cobramos nada y en los meses de creación y ensayo se cobra muy poco porque donde realmente se hace dinero (al menos nosotros, y sabemos que muchas compañías más también) es con la explotación de la pieza. Y que dicha explotación amortizará la inversión de horas infra-remuneradas realizada durante la creación del espectáculo. Repetimos, amamos nuestro trabajo, así que aceptamos esta situación de incertidumbre y precariedad con placer porque todo lo demás nos compensa.
Pero desgraciadamente, desde hace unos años el peso de la incertidumbre está aumentando tanto que empieza a ser difícil de soportar. Y muchos colegas han tenido que abandonar sus carreras porque éstas se habían vuelto económicamente insostenibles. ¿Por qué? Porque el sistema que permitía la existencia de muchas compañías de teatro se ha desmantelado. Desde la congelación de las ayudas públicas a la creación y la producción, hasta el aumento del IVA de las entradas, todo nos está llevando a un desguace total del sector de las artes escénicas, dejando a los creadores desnudos en la más desoladora de las intemperies. Hoy en día, actuar en este país es un suplicio. Excepto contadas excepciones, la mayoría de programadores han dejado de pagar cachés o de asegurar un mínimo diario, sustituyéndolo por un sistema de taquillaje que es a todas luces un abuso.
Vamos a aclarar una cosa. El ecosistema teatral en este país es muy amplio. Y cuando estamos hablando de la precarización y del abuso que supone el sistema de taquillaje no estamos refiriéndonos a los grandes musicales, a las comedias que año tras año abarrotan los grandes teatros con autocares, no nos referimos a los grandes hits de navidad en los teatros que venden merchandising, palomitas y tienen un photocall para hacerte las fotos con tu estrella preferida. Estamos hablando de propuestas de riesgo, de autor, que los grandes medios han decidido que son para minorías pero que en realidad no excluyen a nadie.
Volvamos al asunto. Entendemos que las estructuras teatrales que acogen este tipo de propuestas no masivas, tienen unos gastos, que ellas mismas se han visto obligadas en muchos casos a recortar plantillas y salarios, pero que los creadores, que estamos en la base de la “cadena alimenticia” teatral, seamos los peor parados es una política que no nos puede llevar a nada bueno. Que con la excusa de que se nos está dando visibilidad se nos pida, prácticamente, que trabajemos siempre y constantemente gratis, es una situación que no se merece ningún trabajador de ningún sector. Y eso es lo que está pasando.
Hagamos un poco de teatro ficción. Un programador de tu ciudad se pone en contacto contigo. Gestiona un teatro público, financiado a medias entre la Comunidad Autónoma y el Ayuntamiento. El teatro está en un bonito edificio de propiedad municipal, con muy buenas instalaciones y ubicado en una zona chachi de la ciudad. En ese teatro trabajan unas siete personas entre dirección, producción, comunicación y técnicos, todos ellos con un contrato y un sueldo. Seguramente algunos de ellos estarán mal pagados, porque el horno no está para bollos, y trabajarán más horas de las que pone su contrato, asumiendo con toda probabilidad el trabajo que tendrían que hacer dos personas. Pero tienen un contrato que les garantiza un sueldo estable y cotizan a la seguridad social, al paro y a las pensiones. Ese programador te propone hacer temporada en su teatro, cuatro semanas de miércoles a domingo, casi un mes, vamos. Tú te sientes feliz, vas a actuar en tu ciudad. Después de arrastrar tus huesos por medio mundo de gira en gira, por fin vas a hacer temporada en casa. Por fin tus amigos, familiares, colegas de profesión, prensa, conocidos, las amigas de tu madre, tus compañeros de ESO o EGB, van a poder venir a ver tu trabajo. En vivo y en directo. No tendrás que pasar más tiempo dando explicaciones abstractas e incomprensibles sobre lo que haces. Estás muy feliz, vamos. Entonces empezáis a hablar de dinero y antes de decirle lo que sueles cobrar, el programador te corta en seco y te dice las palabras mágicas: “A taquilla”. Tú te quedas petrificado. Pero por cortesía, preguntas y se acaba produciendo la siguiente conversación:
– ¿El 100% de la taquilla?
– No, 50% para nosotros, 50% para ti hasta llegar a 3.700€.
– ¿Después, todo para mí?
– No, 60 para nosotros, 40 para ti.
– ¿Taquilla neta?
– No, taquilla después de impuestos, descontando los derechos de autor, los gastos de gestión y la tasa de vasallaje.
– ¿Pero nos aseguras una recaudación diaria mínima?
– No.
– ¿Al menos haréis una buena campaña de promoción?
– Sí, claro. Lo ponemos en facebook y mandamos un mailing a los abonados del teatro (que como tienen un abono anual no pagan entrada específica para tu espectáculo y por tanto no computan de cara al taquillaje).
Hagamos números. Actuando 20 días en un teatro con 120 plazas, con una media de ocupación del 50% (casi nos da la risa, porque es fácil comprobar que en ese teatro “imaginario” la ocupación media de los últimos tres años no ha llegado al 40%), con precio medio de la entrada de 12€, recibirás unos 4.353€ (el porcentaje de la taquilla que te toca después de impuestos, derechos de autor y demás). Pongamos que en tu compañía trabajan 5 personas (3 actores, 1 productor y 1 técnico) y que el espectáculo gasta 15€ por función en fungibles porque durante el espectáculo empapeláis la escenografía con papel de váter (300€ en un mes). Descontados éstos, nos quedan 4.053€ entre 5 personas: 810€. Lógicamente, todos los miembros de la compañía son autónomos porque hoy en día es inviable cualquier otra opción y porque es la manera de cotizar a la seguridad social, y a un paro y una pensión ridículos. A 810€ quítale el 21% de IRPF: 640€. Quítale la cuota de autónomos, que cuesta 261,08€. Quedan 379€ netos por persona por un mes de trabajo. Vayamos más a fondo. “Sí, claro, pero son 379€ por trabajar sólo un ratito al día”.
Bien, no vamos a contar todas las horas de trabajo que exige mantener activa la compañía a nivel de producción, promoción, comunicación, contabilidad, creación y ensayos (que ya hemos dicho que están muy poco remunerados). Nos vamos a concentrar en las horas relativas a la explotación, que son aquellas en las que deseablemente la compañía debería obtener el mayor provecho económico y amortizar así toda la dedicación anterior. En realidad como en cualquier otro sector empresarial, donde una empresa invierte recursos en crear un nuevo producto o servicio y confía en amortizar la inversión con los rendimientos y beneficios del producto creado. Economía básica I.
Recuento de horas de explotación: Trabajo de planificación previa, 15 horas; actos de prensa y promoción, 6 horas; montaje, 11 horas; desmontaje, 3 horas. Durante los días de función: preparación del bolo, más pase técnico, más función, más recogida y cierre, 4 horas al día. Total: 115 horas, 5 horas y 45 minutos de media al día. 19€ por día trabajado. 3,30€ la hora. Sin contar, repetimos, todo el trabajo continuo que implica mantener la empresa. Perdón, la compañía independiente.
En resumen, el sistema nos está pidiendo que trabajemos, prácticamente, gratis. Coartadas: porque se nos da visibilidad, porque las cosas andan muy mal para todos, porque es la lógica capitalista que dicta que cada cual cobre por lo que genera (bueno, cada cual no, porque el programador del teatro no cobra en función de los espectadores que atrae su teatro), etc. Y mientras tanto se siguen dedicando fondos públicos a la construcción de nuevos espacios culturales que servirán, eso sí, para albergar el trabajo de creadores que cobrarán una mierda por hacerlo.
Un sistema como éste, lo que está haciendo es acabar con el tejido profesional, obligando a actores, creadores, performers y demás a convertirse en pluriempleados (bueno, más de lo que ya son muchos) o a abandonar definitivamente la carrera. De esta manera, las salas de teatro acabarán llenas de propuestas semi-amateur donde las ganas puedan más que la calidad. O convirtiendo al teatro en un simple entretenimiento sin ninguna carga social. En un sistema como el del Off Broadway donde musicales, comedias y teatro naturalista de bajo presupuesto se esfuerzan por parecer los hermanos pretendidamente díscolos de la programación de los grandes teatros comerciales. Un mundo así, donde la práctica del taquillaje puro esté generalizada, es una perspectiva terrible.
Que conste que no estamos diciendo que el pasado fuese el paraíso, en absoluto: era ya un mundo precario. Y tampoco decimos que la taquilla no tenga que formar parte de nuestros ingresos, para incentivar el trabajo de promoción de las compañías y llevarlas a buscar maneras de conectar con el público (hacer taquilla inversa, incluir en el precio un rato de post-función con el público, organizar momentos de encuentro con él, etc.). Pero seamos realistas, sólo con la taquilla, no basta. Trabajando así se impide completamente que una compañía pueda sobrevivir más allá de un empuje inicial de dos o tres años y por tanto pueda realizar un trabajo de desarrollo de su lenguaje y sus ideas de manera continuada y profunda.
Recientemente, nuestra compañía se ha encontrado en una situación parecida a la descrita aquí arriba. Después de pensarlo detenidamente, porque nos hacía mucha ilusión jugar en casa, hemos decidido que no, que no vamos a hacer temporada en Barcelona porque estamos convencidos de que trabajar en estas condiciones es ponerle una fecha de caducidad a nuestra ilusión, a nuestro aguante y a nuestra compañía. Si queremos seguir trabajando, si queremos seguir jugando y hacerlo con la misma pasión y ganas de siempre y con alguna perspectiva de futuro para nosotros y nuestras familias, en estas condiciones no es posible.
No, no vamos de rebeldes ni de radicales, somos sólo un grupo de profesionales preocupados por la deriva que está tomando el panorama de la programación teatral en este país y queríamos compartirlo con vosotros, porque sabemos que es una realidad que no siempre sale a la luz y que a menudo queda enterrada por la sensación que transmitimos de divertirnos haciendo nuestro trabajo (que también es verdad). Y que vaya por delante nuestra solidaridad y cariño hacia los profesionales que por una razón u otra aceptan trabajar en esta precariedad. Estamos seguros de que lo hacen, una vez más, poniendo por delante su amor por la profesión y su voluntad de servicio público. Sin embargo, eso no quita que aceptar esta lógica como algo inevitable sea una estrategia suicida.
PS: recientemente se ha aprobado la inversión pública de 3,5 millones de euros para la reubicación en un nuevo edificio de un histórico teatro de Barcelona. Seguramente como premio a su trayectoria. Estamos hablando de un teatro donde hasta ahora se ha ofrecido a las compañías ir a taquilla. Ya sabéis que nos encantan los números. Si se destinasen 3,5 millones de euros a garantizar un mínimo de 1.000€ por cada día de representación en ese mismo teatro, se podría mantener la programación, y por consiguiente a las compañías programadas, durante 17,5 años. ¿No está mal verdad? Esperemos que los gestores de dicho teatro sean conscientes de ello.