Día 28. Salvaje is Over
Anoche se acabó Salvaje. Aún quedan algunos trámites, recogidas, papeles. Y los dos últimos días de este blog, hasta que se autodestruya o quede adormecido.
Pero Salvaje cerró ayer, creemos que muy arriba, con la pieza de Emilio y el concierto final de Sef. Hicimos Salvaje egoístamente, con la esperanza de vivir situaciones dignas de nuestro deseo, y creemos que eso se ha cumplido; y con la ilusión menos egoísta de entregar algo, de dejar algunas semillas en lugares y personas. Y eso no sabemos si se cumplirá, ya no está en nuestras manos. Mientras todo eso se va decidiendo lenta, lenta, lentamente, tenemos algunos regalos de nuestros Observadores sobre lo que ocurrió anoche.
Mario Zamora
Ángel Luis de Felipe
Siempre he querido a mi barrio, pero se me había desenamorado el alma. Y ha pasado algo tan propio de Madrid: un gaditano ha enterrado todos mis miedos y me ha hecho descubrir su nueva esencia, y ese aroma a niñez, a Sur, a periferia, a lucha, a novedad, a culturas, a amor, a historia social y personal, a muro de gueto, a pino maduro, a spray de graffiti, a que San Cristóbal y sus ángeles siguen siendo posibles, me ha vuelto a chalar.
Cosas más raras se han visto. El ámbar gris usado en perfumería es una secreción biliar de los intestinos del cachalote. Pero volvamos a ayer.
Sobre el surco del LP de Lou Reed, lo cual ya es hacer historia, aparecen Los Pecos, que nos piden que hablemos de nosotros y de ellos, porque ellos son de SanCris. Un barrio que entonces se llamaba «Poblado Dirigido» , como poníamos en las cartas, «Km. 9,300 de la carretera de Andalucía» (volvemos al «Dominio Público» del viernes, de la violencia del urbanismo de un barrio obrero en los ´60 del siglo pasado): sin las dotaciones necesarias, previsto para 35.000 habitantes, más que duplicó su población con hasta siete y diez personas en pisos de entre cuarenta y cinco y sesenta metros cuadrados.
Cerrado. Una entrada, donde hoy el proyecto de Educadores ha devuelto un espacio al barrio, y donde los vecinos cruzábamos la vía del tren para ir al médico, en El Cruce (siempre de camino, es un recurrente en esta zona) y no pagar la camioneta. Una salida, arriba, a la carretera de Andalucía, con semáforos que no evitaron muertes durante años hasta que los vecinos no dejaron de manifestarse. Aún hoy los fines de semana, con policía en esos dos puntos, el barrio está secuestrado.
Recientemente hay una tercera salida a la zarzuelera Gran Vía de Villaverde, que nos une y nos separa de nuevo. Abierto. Este urbanismo trataba, sin embargo, de dar vivienda digna al obrero (volvemos al franquismo, a las cuestiones del viernes y el sábado, y de cómo se ha construido España). Por ello, se plantea un urbanismo abierto en los edificios, «todo exterior» decíamos, ventilación e iluminación directa, una novedad entonces. Pero algunas, muchas, casi todas, eran chabolas en altura. El patio era el barrio entero, la Gran Corrala con la ropa tendida en todos las terrazas, con todas las innovaciones de aluminio, toldos, flores, pintura y baldosines que podáis imaginar y que indicaban el status de cada vivienda y habitante. Y, con los años, cada vez más roto, más hundido.
Es en este entorno donde comienza el verdadero contenido, las etapas del Amor, que comienzan con el beso, de un Rodin como la copa de un pino -de un pino del barrio que conocemos todos, todos nos hemos besado en este parque-.
El autor se fija en un rascacielos con estructura de corredor exterior, como las tradicionales corralas en «I» latina,como en Mesón de Paredes, y la une con ese nuevo espacio que Basurama ha devuelto al barrio. Mari Pepa ama a Felipe, porque ama la Vida, y por eso le pide creer y crear pero en este momento y en ese espacio, aquí y ahora el otro mundo es posible; si no es así, sólo son quimeras, y ella quiere dar un verdadero fruto, que no dependa sólo de su dinero o de que les toque la lotería. Mari Pepa, qué mujer, qué autenticidad, qué lección. Felipe se mosquea, la abandona porque él más de Leño. Sí, enfrente, detrás de un muro enorme, pasa el tren de Rosendo que le recuerda que «es una mierda este Madrid». Y se va, emigra, pero ella sabe que él es una buena persona, noble e ingenuo.
El autor fija el reencuentro en el centro de un escenario natural donde los pinos alineados se convierten en un templo clásico, y allí ella, como en un oráculo del amor, le pregunta por sueños y no sueños que él aclara como un nuevo Edipo, y renace la unión. La misma que hubo entre los vecinos y su barrio en la llegada de la Democracia a España. Y yo me muero de dolor, porque mis amigos, los de la canción de Topo, no están. Pero los vi. Estaban en los troncos que han sido cortados y que pisamos ayer. Ni ellos ni yo hicimos la revolución, tú tampoco. Ellos murieron por la droga, por un ajuste de cuentas, por haberse rehabilitado y no se lo perdonaron, o por el aceite de colza, o porque lo que vino después de tanta lucha y tanta Olimpiada les defraudó y no se han vuelto a enamorar de su barrio, ni sus hijos, pero ellos siguen aquí aunque muertos viendo pasar a Bárcenas mientras ellos permanecen en un lecho de río seco (son palabras de Mari Pepa, Felipe somos todos).
Esta romería laica del Amor que realizamos ayer acabó en que, sin saberlo, su propia historia nutría a esta pareja de horizontes sobre logros y desencuentros porque amar es compartir el camino. En las leyendas del barrio hay una que habla de que el parque fue la donación de un noble, ya mayor, que justo donde está el lago, hubo un templete, y tenía una casita donde le hacía el amor a su joven amante. Joder, joder, joder, qué bonito el amor.
Cayó el Imperio Romano, y cayó San Cristóbal. Yo ayer caí tres veces en mi Via Crucis particular. Y bajé a los infiernos de mi barrio, porque tiene algo de infierno. Los que crearon el barrio y aún viven, que no reconocen a nadie de los recién llegados a la vivienda más barata de Madrid, dicen a menudo «con lo que ha sido este barrio», y es verdad. Pero San Cristóbal era el santo gigante que ayudó a cruzar el río al Niño Jesús apoyado en un palmera, no le invitó a quedarse, a tocar el ukelele, a hacer barrio (por lo que he leído, sí lo hizo con treinta años en varias aldeas de Palestina, pero es otra historia y yo no soy Monty Python).
El barrio puede hacer ese milagro de volverse a enamorar de sí mismo, a quererse, y yo ya te quiero porque ayer me enseñaron a quererte de nuevo, otro barrio es posible pero no va a ser fácil. Que se lo digan a la niña que se quedó sin disfraz en el momento del baile.
Gracias al festival, ayer volví a tener doce años. Mis calcetines se llenaron de esas espigas verdes, incómodas, salvajes, que te pican y nunca acabas de quitarte porque después de toda la mañana jugando en el parque siempre aparece la última. Ayer llevaba el pecho lleno de espiguitas verdes que me pinchaban el corazón.
Y, como era el día de nuestro no cumpleaños, celebramos los 50 del barrio bajo la carretera de Andalucía a la altura de la Renault y el Mercadona, tomando el té, como un 15M de Alicia en el barrio de las Maravillas, porque otro barrio es posible con el amor de todos nosotros y lo aprendimos ayer. Rodeados de árboles que nos sobrevivirán y contarán nuestra historia. Quien no lo crea , que busque el confeti de todos los niños del barrio que celebran el suyo allí, y que cruzan los caminos de las hormiguitas.
P.D.: gracias a Irma, a Sarah, a Celso, al barbas tierno, a Nuria, a todos y todas. Nunca me he ido pero sí me he reencontrado con mi barrio, y he enterrado a mis muertos. Y eso es muy salvaje. Y al intérprete del oukelele: ayer sentí que Queen venía al barrio, con fuerza y elegancia, subido a un palé.
Candela Recio
Tras el tercer día de «SALVAJE» solo tengo palabras de admiración y una gran sonrisa interior.
Ha sido el mejor paseo por el lado salvaje que he dado en mi vida. Todo, desde las pintadas, los personajes, la historia, el recorrido y la música ha sido mágico.
Me he sentido como dentro de una gran película, en la que en cada esquina había detalles maravillosos y distintos.
Desde la historia del barrio hasta la historia de amor, más ficticia, todo ha sido muy especial. La gente se lo ha pasado bien, ha sonreído, y todos, tanto los del barrio como los de fuera parecíamos una gran familia.
Entre mis momentos favoritos del paseo se encuentran: las parejas besándose, la conversación del balcón, la coreografía de los más pequeños, Nilo Gallego como loco a la batería, y todos juntos caminando con la canción «Take a walk on the wild side» de Lou Reed, sonando en los cascos.
Me vais a permitir dar las gracias por esta tarde tan maravillosa a Emilio Rivas, narrador y creador de esta gran pieza, es una persona a la que tengo mucho cariño y de la que soy una gran fan. La tarde ha estado completamente a la altura, es un crack.
Este festival ha sido genial, cada día las funciones nos enseñaban algo distinto y te hacían pensar y divertirte. Muy grandes todos, tanto La Tristura, como las compañías y artistas que han participado, como todos los voluntarios y la gente tan maravillosa del barrio.
Me ha encantado poder formar parte de esta gran aventura.
¡Siempre SALVAJE!
Candela
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