Hace unos días una amiga me preguntaba que cuál creía que era el lugar de Europa, o del mundo, donde había que ir para encontrarse con eso que se conoce como artes en vivo o, como ella me recordaba, eso que tú llamas las raras artes. Si tuvieras que recomendar actualmente una ciudad o un país, ¿dónde sería? Lo pensé unos segundos y le contesté: aquí. ¿Aquí? ¿Dónde? Por aquí: por Barcelona, Catalunya, Madrid, Valencia, Andalucía, Euzkadi, Castilla, la Península ibérica, Canarias… Por aquí. Mi amiga no se lo creía. Eso será porque no viajas mucho. Tengo un amigo que va mucho a Austria últimamente, me dijo. Ya, conozco un poco ese rollo y la fascinación por Europa de los afectados por el complejo de inferioridad ibérico, de similares proporciones al complejo de superioridad del norte de Europa y su indiferencia hacia todo lo que pasa por debajo de los Pirineos pero, en general, cuanto más viajo, cuanta más información tengo de lo que pasa por ahí, cuanto más hablo con gente que viaja mucho más que yo (que no es que me dedique precisamente a peinar el planeta), cuantas más propuestas importadas de los circuitos artísticos donde se parte el bacalao me intentan colar como lo más de lo más (y más indiferente me dejan, sin apenas rozarme) más convencido estoy de que lo que está pasando por estas latitudes no es solo que no tiene nada que envidiar a los supuestos centros artísticos europeos, anglosajones o latinoamericanos sino más bien al contrario. Lo que está pasando por aquí desde hace rato me parece excepcional. Y no es una opinión solo mía, fruto de algún repentino nacionalismo exacerbado o de puro catetismo, lo hablo con gentes de diferentes pelajes, gentes que no paran de viajar, que no paran de trabajar fuera, y me dicen que piensan lo mismo. Pues yo no veo nada de eso, me decía mi amiga. Ya, porque está oculto, enterrado, despreciado, perseguido por quien debería y podría defenderlo. No se sabe muy bien por qué milagro, en unas condiciones tan duras como las actuales, hay tanta gente por aquí haciendo tantas cosas interesantes, apenas sin medios, sin espacios, sin lugares donde mostrar su trabajo, apartados de las programaciones de los principales escenarios, sin lugares donde formarse, sobreviviendo contra viento y marea. Pero lo hacen. A veces me pregunto si son mucho más interesantes precisamente por la situación en la que viven, si el apoyo a su trabajo les acabaría convirtiendo en esos creadores del norte bien alimentados, seguidores de las modas y de los gurus del momento, esos que me dejan indiferente. A este paso es más que probable que nunca lleguemos a descubrir qué pasaría si toda esta gente que nos rodea dejasen de ser invisibles. Quizá se convirtiesen en zombis, como suele pasar. Pero eso me parece que es darles argumentos a los que podrían revertir fácilmente esta perversa situación. Así que dejad que os cuente lo que opina Jonas Mekas de todo esto.
Jonas Mekas es un prestigioso cineasta lituano afincado en Nueva York, a quien muchos no solo respetamos sino que admiramos. Tiene 94 años pero a pesar de su edad goza de una enorme vitalidad. Ha visto muchas cosas en su larga vida. Ha conocido a muchos artistas. Goza de un enorme reconocimiento. Este año le han invitado a la Documenta de Kassel, ha viajado por toda Europa, ha estado en las grandes ciudades, en los grandes eventos, ha viajado más que yo y ha visto muchas más cosas que yo. Eso seguro. Todas las opiniones deberían ser respetadas pero creo sinceramente que mi opinión debería tenerse en mucha menos consideración que la suya. Pues bien, al día siguiente de la conversación con mi amiga me levanté por la mañana y desayuné con la entrada que publicó Jonas Mekas en su videodiario, un videoblog que actualiza de uvas a peras. En ese breve vídeo, Jonas Mekas habla de su reciente viaje a Europa. Dice que ha estado en ciudades grandes, en eventos grandes y que ha visto cosas muy grandes. Y que está cansado de que todo sea tan grande, excesivamente grande. Pero cuenta que, afortunadamente, casi por casualidad, en Madrid, tuvo la oportunidad de asistir a un ensayo de lo que Nilo Gallego y Chus Domínguez, la Orquestina de Pigmeos, están preparando en las Naves de Matadero, junto a unas actrices rumanas no profesionales, para estrenarlo en septiembre (del 21 al 24). Y, muy emocionado, cuenta al mundo que ese ensayo es lo mejor de todo lo que ha visto, por lo menos, en el último año, que eso sí que es arte. Y a continuación explica lo que para él es el arte, el arte que le interesa, y es una definición que me pone la piel de gallina: simple, pequeño, personal, no pretencioso, que toca a tierra, conectado con la vida. Algo así, dice. Y eso Jonas Mekas lo encontró en un ensayo de Nilo Gallego y Chus Domínguez (y a continuación nos muestra un extracto de ese ensayo grabado por él mismo), la Orquestina de Pigmeos, perfectos representantes de todas estas gentes que llevan años haciendo cosas increíbles en el territorio de las raras artes con una milésima parte de los recursos y la publicidad que gasta el mediocre aparato artístico oficial. Mi amiga no los conoce, como muchos otros, y es una lástima, porque viven aquí, entre nosotros. Ahora Jonas Mekas ya lo sabe. El tema es ¿cuánto tardarán en darse cuenta los que parten el bacalao?
Es posible que no se den cuenta jamás. Pero es posible que hace tiempo que alguien se haya dado cuenta y se trate de una persecución sistemática. Es posible que, al igual que la persecución sistemática de los intelectuales que inició el franquismo a partir del famoso grito de “muera la inteligencia” (con el que Millán Astray interrumpió el discurso de Unamuno en la Universidad de Salamanca en 1936) puede que sea la responsable, ochenta años después, de la situación actual de las universidades o de la investigación en el Estado español (como defiende este artículo de Miguel de Lucas publicado en CTXT), la persecución e intento de eliminación de cualquier forma de creación artística que no responda a las directrices neoliberales imperantes sea algo perfectamente calculado.
El escritor Stefan Zweig cuenta en El mundo de ayer cómo una sociedad que tiene como bien más preciado el arte, la filosofía, alguna forma de espiritualidad, una aspiración de acercamiento a lo elevado en cualquiera de sus manifestaciones, proporciona a sus miembros una vida muy diferente de una sociedad que tiene como aspiración, y única meta, algo tan mezquino como el dinero, por ejemplo. Y pone de ejemplo a su Viena natal, antes de las guerras mundiales. Y también, por extensión, a la Europa que él conoció y vio desaparecer ante sus ojos. Una sociedad volcada en el arte, según él, da como resultado una sociedad que se vuelca en la vida, en vivir bien, en comer bien, en pasarlo bien, en disfrutar de la vida, en el amor. La persecución y exterminio que los nazis hicieron de quienes se dedicaban a alimentar una forma de vida cuyo valor máximo era el arte cambió para siempre la sociedad y la vida vienesa. Lo hicieron poco a poco. Cuando la mayoría quiso darse cuenta ya era demasiado tarde.
Vivo en la ciudad de Barcelona, esa persecución la veo aquí cada día, como la veo en la mayoría de lugares del Estado cuando viajo. No me parece casual. Me duele más en el caso de lo que algunos llaman las ciudades del cambio. Me parece una gran hipocresía cuando muchos de esos promotores políticos del cambio hablan del arte y la cultura como el motor del cambio. Sus actos, y los de sus aliados, delatan, en cambio, la gran oportunidad que estamos perdiendo, la gran traición que están cometiendo. Es una verdadera lástima que no sea Jonas Mekas quien dirija nuestras políticas culturales.
Pingback: Notas que patinan #83 | No lo digo yo, lo dice Jonas Mekas | fuga