Montpellier (en francés, Montpelhièr en occitano) es una ciudad del sur de Francia de menos de 300.000 habitantes, capital de la región Languedoc-Roussillon. Hasta hace unos meses a nadie que yo conozca se le había perdido nada por allí pero, desde que Rodrigo García dirige su Centro Dramático Nacional, últimamente Montpellier se cuela en muchas de nuestras conversaciones. Lo primero que hizo el nuevo director es cambiarle el nombre al CDN. Ahora se llama Humain Trop Humain (en referencia a un libro de Nietzsche). A parte de los chascarrillos que circulan sobre el nombre en cuestión, un vistazo a su programación levanta el apetito y provoca ciertas preguntas incómodas como, por ejemplo, ¿cómo puede ser que el Centro Dramático Nacional de una ciudad de 300.000 habitantes tenga semejante programación (escénica, musical y demás) y no haya ni un solo Centro Dramático Nacional o Teatre Nacional en todo el Estado español con algo remotamente comparable, teniendo en cuenta que en ciudades como Barcelona o Madrid, la población se cuenta por millones? ¿Cómo puede ser que muchos de los nombres incluidos en esa programación sean de gente que vive en el Estado español y que jamás veamos esos mismos nombres en las programaciones de nuestros Centros Dramáticos Nacionales o Teatres Nacionals?
Montpellier está a tres horas y pico de Barcelona en coche (o en tren). Si llenas un coche con 5 personas el viaje de ida y vuelta te sale por menos de 20€ por persona, contando gasolina y peajes. Una noche en una estupenda casa del centro histórico de Montpellier te puede salir por otros 20€ por persona (precios de Airbnb). Súmale el precio de la entrada y por unos 60€ puedes emular a tus viejos en la época en la que se iban a ver El último tango en París a Perpignan porque vivían en una dictadura fascista en la que existía la censura. Es decir, más o menos como ahora. Si lo preferís, podemos fijarnos en modelos más recientes y convertir el trayecto Barcelona-Montpellier en la nueva ruta del bakalao, solo que en vez de buscar música electrónica y drogas esta vez tendremos que ir en busca de algo aparentemente más peligroso como debe de ser este tipo de movidas que programa el CDN de Montpellier. Una programación que quien gobierna Catalunya y el Estado español (en esto se parecen asombrosamente) seguramente considera como algo subversivo que hay que esconder debajo de la alfombra. Y seguramente no les falte razón. Se empieza por dejar que la gente vaya a ver cosas raras y luego pasa lo que pasa.
Hace un mes estaba en cartel en Montpellier La mélancolie des dragons de Philippe Quesne, una pieza del 2008, a estas alturas con cierto aroma a clásico, que pudimos ver en Barcelona en el 2009 programada en el desaparecido Radicals Lliure. El Radicals era un ciclo de un mes que servía como reducto para programar ciertas piezas modernas que la rancia línea de programación del Teatre Lliure (en aquel momento una especie de contrapeso al aún más rancio, si cabe, Teatre Nacional de Catalunya) no admitía en su programación regular. Era un reducto, pero era algo. El Radicals Lliure desapareció con la marcha del director del Lliure de entonces, Àlex Rigola. Rigola, desgraciadamente, no era Rodrigo García pero en aquellos tiempos recuerdo oír a más de uno avisando de que, cuando se fuese, lo echaríamos en falta. Efectivamente, en el gobierno de las instituciones de todo el Estado español, podemos decir sin riesgo de equivocarnos que nunca ha estado muy bien la cosa pero, salvo contadas excepciones, últimamente todo ha ido a peor.
Otro día hablamos de Philippe Quesne. Era la segunda vez que veía La mélancolie des dragons, una pieza que me parece muy interesante por muchas razones. Ya le dediqué una pequeña nota hace seis años. Pero Quesne era la excusa. Lo que yo quería ver en Montpellier era el ambiente de ese Humain Trop Humain. Lo que vi fue una sala de 500 personas repleta de gente de todas las edades, desde adolescentes a señoras de 90 años. Gente que me pareció que disfrutaba de lo lindo de la función.
Un bar muy acogedor, en la entrada, donde se sirve buena comida y bebida a precios asequibles, antes y después de la función. Unas mesas donde puedes sentarte a comer junto a otra gente a la que quizá no conozcas, con un dibujo de David Shrigley en la pared que dice que Every thing is good.
Un jardín donde salir a fumar o tomar el fresco. Un par de conciertos de electrónica y hardcore después de la función (gratis), que puedes escuchar mientras te tomas algo o cenas y que, cuando la señora de 90 años ya se haya retirado, quizá acaben con el público bailando como locos y recogiendo cojines del suelo para hacerlos volar por los aires (como fue el caso).
Unos lavabos donde se invita a la gente a que pintarrajee las paredes y donde puedes leer tanto declaraciones de amor a Rodrigo García como deseos de que se torture a sí mismo.
En todas partes cuecen habas. En Montpellier también vimos una plaza llena de jóvenes que se quejaban de cierto acoso.
Y de este inaccesible y faraónico monumento que el Estado francés encargó a Ricardo Bofill para situarlo en la entrada a Francia desde Catalunya, al lado de la autopista, ¿qué me decís? Tanto a la ida como a la vuelta, a nosotros nos dio mucha impresión. No es por mezclar todas las mierdas pero Bofill también es el arquitecto del Teatre Nacional de Catalunya. Todo encaja.
A continuación, en La Jonquera, un pueblo catalán que, cuando la frontera servía para algo, tuvo su importancia, intentamos ir a ver el puticlub más grande de Europa (dicen) pero no lo encontramos a la primera y perdimos el interés. Pero en el primer bar donde paramos nos topamos de bruces con estas imágenes que, junto a la música de los Chunguitos, nos devolvieron instantáneamente al inicio de nuestra aventura.
Arte catalán o mestizo, charnego o español, no sé muy bien. Pero no me negaréis que hablamos de arte. Arte restaurador, porque esto lo encontramos encima de la barra de ese mismo bar.
Pero no fue hasta llegar al Barrio Chino de Barcelona cuando encontré, al final del viaje, delante de la puerta de mi casa, como si el cosmos, dándome la bienvenida, hubiese querido lanzarme un mensaje, la imagen con la que me gustaría acabar esto, amigos. Ya sabéis, una imagen vale más que mil palabras.
Pingback: Notas que patinan #58: Montaigne + Duchamp = Humain Trop Humain | fuga
Sólo para complementar la información. Que nadie piense que trabajar en Francia es jauja y que lo que están haciendo Rodrigo García y otros en Montpellier está siendo fácil. Rodrigo García recibe insultos y amenazas cada día y en el último mes se recogieron más de 20.000 firmas pidiendo la prohibición de su performance Accidens. Julien Bouffier, director de teatro y del festival Hybrides (de teatro contemporáneo y comprometido) ha visto como la 7a edición del festival tenía que ser cancelada por falta de apoyo institucional. Franck Bouchard, fundador y de momento director del La Panacée (una especie de CCCB de Montpellier), seguramente tendrá que dejar el puesto ante las ingerencias políticas que quieren transformarla en una especie de centro cultural para las asociaciones de la ciudad (o sea, para folklore). El proyecto cultural contemporáneo de Montpellier mola desde hace tiempo, pero las amenazas son cada vez más abrumadoras. Así que nadie lo dude y si puede que se escape a Montpellier porque nada dura para siempre.
Pingback: Notas que patinan #59 | Rubén Ramos Nogueira
Pingback: Notas que patinan #59: Ahí está el público, ¿no lo veis? | fuga
Pingback: Notas que patinan #63: 3, 2, 1, L’effet de Sèrge de Philippe Quesne / Vivarium Studio | Rubén Ramos Nogueira
Pingback: Notas que patinan #78 | El TNT | Rubén Ramos Nogueira