La historia de Lucía no dejó indiferente a nadie. Pero al que menos a Master. Cuando Master acabó de escuchar el mp3 de Lucía, la noche de un viernes de mitad de mayo de 2010, no tuvo ninguna duda de en qué lugar había estado Lucía durante esos tres días que describía en su relato: en la misma aldea de la que acababa de volver él. Habían llegado por caminos distintos y habían vuelto de maneras muy diferentes pero Master estaba seguro de que habían pasado por el mismo sitio. Master también había oído ese zumbido del que hablaba Lucía, aunque en su caso no había sido consciente del zumbido hasta algunos días después de su llegada a la aldea. El zumbido, los flashes, la aldea desierta, Master reconocía todo eso. También algunas de las experiencias de Lucía, aunque indudablemente Lucía había llegado bastante más lejos que él. Los perros viejos de la NHA no se habían equivocado con esta chica, eso estaba claro. Las experiencias de Master se mezclaban más con sus sueños y con el uso de ciertos estupefacientes, aunque en algunos casos Master había tenido que rendirse a las evidencias. Había visto lo que había visto, había pasado lo que creía que había pasado. No era un sueño. No eran las drogas. No se estaba volviendo loco. Aunque le costaba tanto aceptarlo que no había dicho ni una palabra a nadie de todo eso. Había pasado más tiempo en la aldea que Lucía, casi diez días. Todo había ido mucho más lento. Durante su estancia le dio por grabar un videodiario, seguramente como exorcismo, pero ni siquiera se atrevió a reflejar en él lo esencial, seguramente por pudor. Y porque no acababa de aceptarlo. O sí, pensándolo mejor quizá sí que reflejó lo esencial porque, en realidad, ¿qué era más importante? ¿Descubrir que podemos volar o que tenemos la capacidad de reinventarnos infinitamente y, de paso, transformar nuestra relación con todo lo que nos rodea? Master recordó aquella vez que sus padres le llevaron a la Iglesia Mayor de Santa Coloma cuando era un enano y durante la misa vio al cura envuelto en una luz elevándose un par de metros. Todos los trucos estaban allí, ya. Esa noche, después de escuchar el mp3 de Lucía media docena de veces, Master dedicó un par de horas a meditar, sentado en el suelo de madera de su piso de Las Ramblas, mientras afuera los guiris celebraban cuarenta despedidas de soltero y las prostitutas africanas no daban abasto agarrando del brazo a los ejemplares de guiri macho para arrastrarles con ellas como si la Rambla fuese un río y ellas pescasen peces a dos manos y contracorriente. ¿Y ahora qué? Si a él le había pasado, si a Lucía le había pasado, lo más probable es que no fuesen los únicos. Debería haber escrito un mail de respuesta a Lucía con copia a todos los destinatarios a quienes Lucía había enviado su mp3 pero, para esas cosas, Master era un poco old style. Lucía vivía a cinco minutos de su casa, en el carrer Lledó. Con un poco de suerte estaría en su casa o por el barrio. Aunque también podría ser que estuviese oculta. Después de todo lo que le acababa de pasar quizá lo mejor sería esconderse y buscar algo de protección. Le envió un mensaje al móvil. Yo también he estado en esa aldea. ¿Podemos quedar ahora? ¿Estás por el barrio? Lucía le contestó enseguida. En Sant Just i Pastor en cinco minutos. ¡Qué ganas tengo de verte!
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