Nada más salir del despacho del pingüino me encontré con los dos policías. Uno de ellos se interpuso en mi camino y me pidió que les acompañase a la calle. Sin inmutarme caminé hacia la puerta con un agente abriéndome paso por delante y otro siguiéndome por detrás. Al salir vi las dos lecheras de antidisturbios. Por lo menos había una docena de antidisturbios rodeando la sucursal de La Caixa. Más allá del cordón policial puede ver a algunos vecinos curiosos y mosqueados. En Lavapiés las cosas funcionan un poco así, en cuanto aparece la policía la gente se moviliza, se van llamando entre ellos y enseguida se monta un buen grupo de gente para ver qué está pasando y si es necesario actuar. Podía sentir todos esos movimientos, podía sentir a la gente inquieta. En cuanto vieron que se trataba de una chica joven y de aspecto inofensivo noté cómo todas esas energías estaban conmigo. El policía que me había hablado me pidió la documentación. Busqué mi DNI y se lo enseñé, pero no se lo di. Me dijo que iba a tener que acompañarles a comisaría. Yo sabía perfectamente lo que significaba eso. Me concentré en el zumbido. Lo escuchaba con más fuerza que nunca, desdoblado en dos zumbidos, como las otras veces, uno más grave y otro un poco más agudo, alternándose entre ellos. Le di un repaso a la situación. Los antidisturbios me estaban rodeando. Los curiosos cada vez eran más y le gritaban a la policía que me dejasen en paz y que se fuesen del barrio. Los dos policías cada vez estaban más nerviosos. Los antidisturbios parecía que fuesen drogados como cuando los sueltan en las manifestaciones. Respiré hondo. Cerré los ojos. Me concentré todo lo que pude en el zumbido hasta que sentí un primer destello de luz en la nuca. Como si fuese una señal. Entonces abrí los ojos, miré al policía que me había hablado, le miré a los ojos, ojos marrones, y le dije muy despacio y muy bajito: no voy a ir con vosotros. El policía se puso aún más nervioso y me preguntó de muy malas maneras que qué coño estaba diciendo. Y yo le contesté, sin levantar la voz y mirándole a los ojos: cálmate, Alberto, esto no va contigo, llama ahora mismo a tu superior, dile de mi parte que no voy a ir con vosotros y que si quiere convencerme de lo contrario tendrá que venir él mismo en persona a esta plaza y decírmelo a la cara delante de toda esta gente, pero dile que se lo piense bien, porque yo no pienso esconderme. Cómo sabía yo que el policía se llamaba Alberto no lo sé pero se llamaba Alberto. El tipo me miró como si no recordase muy bien de qué nos conocíamos pero se apartó unos metros y llamó a alguien, supongo que a su superior. Estuvo un rato hablando, supongo que le harían esperar y que la cosa iría subiendo en la escala de mandos. Yo me quedé en silencio, apoyada en la pared, concentrándome en mis zumbidos y mis luces. Aunque no exactamente como en el tren pero podía ver algunas luces entre la gente de la plaza, alrededor de los policías, entre la gente y yo y entre los policías y yo y entre la gente y los policías. También vi luces de colores que salían del teléfono del agente. Me entretenía disfrutando de ese espectáculo de luz y de color, jugando con las lucecitas, las podía mover a placer. Excepto la del teléfono del agente. Esa a veces se me resistía. Pero me relajé completamente, el miedo desapareció, comencé a reírme para mis adentros. De hecho comenzó a notarse. El otro policía, el que aún no había abierto la boca, me dijo que de qué me reía. Me limité a sonreírle aún más y conecté la luz que salía de su cabeza con alguna de las luces de la gente de la plaza. Cada vez había más gente. Reconocí a un amigo compañero nuestro. Le guiñé un ojo para que no se preocupase. Captó el mensaje y me dijo que sí con la cabeza. Por fin llegó el poli y me dijo que podía irme. Sin más. Dio órdenes a los antidisturbios para que se metiesen en las furgonas y se piraron todos a toda pastilla. Respiré tranquila y me abracé con mi amigo. La gente comenzó a cantar consignas contra la policía. Algunos se acercaron para preguntarme qué había pasado y si yo estaba bien. Les dije que estaba bien, que estuviesen tranquilos, les di las gracias a todos y le pedí a mi amigo que me sacase de allí y me llevase a su casa. Menos mal que vivía allí al lado porque casi me tuvo que llevar en brazos. Yo no podía más. Pero mereció la pena. He llegado hasta aquí para contaros esto. Ahora os invito a pensar juntos qué podemos hacer con toda esta historia. Estoy dispuesta a llegar hasta donde haga falta pero esto no puede quedar así. He aprendido muchas cosas. Quiero saber si alguno de vosotros habéis pasado por algo así. No me puedo creer que sea la única. Quiero compartir todo lo que he aprendido con vosotros. Quiero practicarlo con vosotros. Quiero que nos entrenemos juntos. Y quiero más. Mucho más. Os pediría discreción, por favor, pero también que compartáis este mensaje con todo aquel que creáis conveniente, con cualquiera que creáis que esté preparado para recibirlo, sea o no de la organización, eso creo que a estas alturas ya da igual. Estoy a vuestra disposición para lo que sea. Tengo la impresión de que esto no ha hecho más que comenzar. Todo va muy rápido. Pero yo sola no puedo. Sola se está muy sola. Vamos a hacerlo juntos. Espero vuestra respuesta. Hasta pronto.
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