Pasé tres días en esa aldea maravillosa absolutamente alucinada con cada nuevo descubrimiento. No os voy a aburrir con los detalles. Si aún seguís escuchándome espero que no me toméis por una loca. En esos tres días aprendí más cosas que en toda mi vida anterior. Me sentía como cuando era una niña. Todo era nuevo y divertido. Aprendí a mover piedras y troncos, me comuniqué con zorros, pájaros y ardillas, me saludaban como saludarías a una vecina, podía sentir cada árbol, cada planta, sabía dónde encontrar agua, era capaz de provocar vientos huracanados y calmar esos mismos vientos a placer, si miraba una nube pasar por un cielo azul completamente despejado, y me concentraba mucho, se convertía en una tormenta eléctrica con rayos y truenos. No tenía hambre pero probé algunas frutas, higos y cerezas, que tenían una pinta estupenda y un sabor delicioso, pero sólo por placer. Lo único que necesitaba era calmar la sed de vez en cuando. En la aldea había fuentes y riachuelos por todas partes, eso no era problema. Nunca había probado una agua tan deliciosa. No dormí en tres días. Por la noche el silencio era sobrecogedor pero no me daba miedo. Oía esos zumbidos en mi oído interno y sabía que todo iba bien.
Entonces, cuando llegó el tercer día, más o menos a mitad de la mañana, estaba yo subida en lo alto de una higuera enorme, miré para abajo y vi a una señora muy mayor que iba vestida de negro, con un delantal y un pañuelo en la cabeza. La señora estaba cavando en un huerto muy pequeño que no recordaba haber visto en los otros dos días. La señora parecía una anciana china de película, delgadísima y como centenaria. Pero no tenía rasgos asiáticos, simplemente era la viva imagen de la típica anciana china de película de Zhang Yimou. Se agachaba a arrancar las malas hierbas como si tuviese veinte años pero se veía que la mujer era en realidad muy mayor. Yo estaba ahí en lo alto de la higuera, flipando, y no sabía qué hacer. En tres días no había visto a nadie. Me había olvidado de todo y sólo jugaba y jugaba y aprendía con cada juego cosas que a mí ya ni me sorprendían pero que, de pronto, como si recordase quién era y de dónde venía, me parecieron una locura inconfesable. Y entonces la mujer levantó la vista y me vio. Y yo me puse muy nerviosa, me comenzaron a sudar las manos, me dio una especie de taquicardia, me daba la impresión de que me iba a marear y me asusté porque pensé que me caería de la higuera y me mataría del golpe. ¡Aunque yo había volado! Pero de pronto, ante la mirada de la señora, me volví toda inseguridad y miedos. No era miedo, era puro terror. El zumbido seguía ahí y a él me agarré con todas mis fuerzas. Me volvieron los flashes como en la nuca. Y entonces la señora me habló, como la otra vez en el vagón del tren, sin abrir la boca. La escuché otra vez como por unos auriculares, que yo no llevaba. Y me dijo: Nena, agora volve e conta o que viches, pero escolle ben a quen, non vaia ser o demo. Mal será.