Imaginemos por un momento a un joven de nacionalidad española, que vive en Madrid, es seguidor de Teatron y de los Ganglios. Imaginemos a ese joven la semana pasada. Él sabe que el fin de semana los Ganglios van a actuar en el FEA, en Barcelona. Tiene amigos que le pueden acoger en su casa. Sabe que, entre Madrid y Barcelona, es fácil encontrar plaza en un coche compartido en BlaBlaCar. Y barato. Todo le empuja a viajar a Barcelona y disfrutar de unos días libres. ¿Qué es lo que le esperaría en la ciudad condal?
Llega el viernes por la tarde. Su amigo le invita a unas cervezas de bienvenida en su casa. Intenta tirar las cervezas en el vaso lo mejor que puede para conseguir esa espuma de caña bien tirada, como se acostumbra en Madrid y ya casi se ha perdido en Barcelona. Pero el joven enseguida siente la pulsión exploradora que le ha traído hasta Barcelona. ¿No podría ir a ver algo esta noche? El anfitrión repasa mentalmente la agenda de Teatron. Demasiado tarde para pasarse por el Espacio Práctico. A esas horas ya deben estar echando la peli de ciencia ficción que estaba programada después de una sesión de lectura. Pero aún están a tiempo de llegar al Antic Teatre para ver a Macarena Recuerda Shepherd con su Greenwich Art Show. El anfitrión ya vio el estreno en el festival Neo del año pasado pero no le importa repetir. Así, de paso, el joven podrá conocer el Antic. Lo primero que el joven descubre cuando llega al Antic es su flamante terraza-jardín.
Llena de gente bebiendo, fumando y echando unas risas. Guau. No se lo imaginaba así. Sólo había visto streamings realizados desde la sala oscura del teatro. La verdad es que el jardín es mucho más grande que el teatro. Y está más lleno de gente. El joven conoce a la responsable de comunicación del Antic. Le pregunta cómo habría que hacer para conseguir que toda esa gente que está ahí fuera bebiendo entrase en el teatro. No hay tiempo para respuestas definitivas. Entramos a ver la función. La verdad es que las gradas están casi a tope. Últimamente da la impresión que se llena más. Aunque hay opiniones para todo. Depende de lo que vayas a ver. Acaba la función. El joven sale a tomarse unas cervezas al jardín. Su amigo le presenta a mucha gente. Artistas y gente del mundillo. Se encuentran incluso algunos mexicanos del ciclo MEX -> BCN que actuarán en unos días en Barcelona. Conoce a Semolina Tomic en su feudo. Hablan largo y tendido. Comienzan las comparaciones. Hay más comunidad en Barcelona que en Madrid, ¿verdad? El anfitrión no sabe qué contestar. Le incomodan esas comparaciones. Eso dicen algunos. El Antic cierra. El joven se va al Reloj, que es el bar de Via Laietana donde los artistas y sus colegas cenan porque es el típico bar que abre hasta muy tarde. Un clásico. En la tele otro clásico madrileño: Madrid-Atleti. Pero al joven visitante no le interesa el fútbol. De allí para casa. Es muy tarde y hay que dormir porque al día siguiente hay partido de básket en la Filipicancha, en el Barrio Chino. El joven ha quedado con otros teatreros aficionados al básket. La Filipicancha se llama así (la llaman así) porque hay muchos filipinos. Juegan españoles contra filipinos. Bueno, españoles valencianos, catalanes, gallegos y algún francés. El básket es bueno para la resaca. Luego comida barata pero decente en Can Eusebio, en Poble Sec, duchita y mini-siesta. No hay que distraerse del objetivo que le ha traído hasta aquí: el FEA.
Este año, el festival se divide en FEA de día y FEA de noche. Llegan tarde pero llegan. En el Centre Cívic Les Basses (metro Vilapicina) en ese momento tocan The Raros. El cantante, que es como una versión española y relajadísima de Bowie, dice que van a tocar una más y lo dejan, que a él esto del escenario no le va, que no le da nada, que él ya tiene su casa, su coche, que subirse al escenario no le aporta nada. The Raros se equivocan, se olvidan las letras de las canciones, se pierden. Pero da igual. La gente se lo pasa bien. El joven comienza a flipar y a entender qué es eso del FEA. Aún tienen que llegar los otros colegas, gente a la que el joven y su anfitrión han ido convenciendo para compartir este acontecimiento. No todos están convencidos. Suele pasar con el FEA. El amigo del joven, que tiene más experiencia en esto del FEA, propone ir a comer un bocata al bar chino que queda más cerca. El típico bar chino que mantiene todo exactamente igual que cuando lo llevaban unos catalanes, carta incluída. Mientras comen un par de bocatas y un chorizo frito, una televisión les recuerda que el FEA está contraprogramando Eurovisión. Nada más y nada menos. Los amigos van llegando. Se meten en esa especie de gimnasio con barra donde se celebra el FEA. Son más o menos las 10 de la noche. Putilatex ya está tocando. Todos los amigos disfrutan de lo lindo. Se baila, se grita, se contempla el espectáculo. El Gran Puzzle Cózmico y Xoxe de los Ganglios están por ahí al lado, entre el público, disfrutando la actuación. Se acaba. El joven se va a fumar a la calle y saluda a la cantante de Putilatex. Vuelven a entrar dentro para la actuación del Gran Puzzle. No se puede explicar si no lo vives.
Un reportero con un micro entrevista al amigo del joven para conocer su opinión sobre el Gran Puzzle. «El último poeta de la Corona de Aragón», responde. No tiene más que añadir. Si alguno de los amigos aún conservaba alguna resistencia se les caen todas de golpe. Cuando acaba, uno de ellos, dramaturgo de los del teatro de texto (por llamarlo de alguna manera), dice que se le ha roto algo dentro y se señala el pecho. Y no lo dice en coña. Pero aún faltan los Ganglios. La que lían es indescriptible. Si es indescriptible no podemos describirlo.
Todos bañados en sudor. La cosa va acabando. No quedan vasos de cerveza. Cierran los Modern Tolkien. No pretenden superar lo anterior. Es para ir saliendo. Después de algo así y a las dos de la mañana, ¿qué haces? Hay algunas deserciones. Alguien se lleva al joven y a sus amigos a Can Vies, la famosa casa okupa de Sants, en la otra punta de la ciudad. ¿A qué hora cierra el metro? El joven se sorprende al descubrir que los sábados por la noche el metro no cierra en Barcelona. La casa okupa, por dentro está decorada como si fuese una iglesia pero en okupa. Hay barra, la gente se aprieta bailando sudorosa. ¿Pero qué bailan en una casa okupa barcelonesa? ¿Punk? No, salsa. Es muy tarde, se mezcla todo. El joven sospecha que quizá Semolina tenga algo que ver con Can Vies. Sus amigos le dicen que no saben. Mientras se fuman unos cigarros afuera, una chica les dice que los vecinos se quejan. Y eso es suficiente para que el joven y sus amigos emprendan el regreso hacia el centro de Barcelona. Por nada del mundo querrían cargar con la responsabilidad de que cierren Can Vies por culpa de ellos, después de tantos años. Llegan caminando hasta el Paralelo y entran en el Rincón del Artista, otro garito donde se puede cenar a las tantas. Comentan la megaperformance del FEA. Corean los poemas del Gran Puzzle Cózmico. Todas las culturas lo sabían, la egipcia, la romana y hasta los Fragel. Se fijan en que el público del FEA es muy variopinto, no se puede reducir con un adjetivo, no puedes decir que es un coto de modernos ni de frikis ni de gafapastas ni de garrulos. La gente está relajada, hay un rollo como humilde. No hay tipos de seguridad pero no hace ninguna falta. La gente va a pasárselo bien pero no es sólo puro cachondeo. Hay gente muy lista. Encima y abajo del escenario. El joven se pregunta por qué esa intensidad no la siente prácticamente nunca cuando va a ver algo escénico. Cuando salen del Rincón del Artista ya es de día. Al día siguiente el joven duerme como un niño hasta las cinco de la tarde. Tiene un poco de resaca pero no tanto como cabría esperar. Después de un brunch de media tarde, se ducha y le pregunta a su anfitrión que qué hay hoy. Hoy hay In-prescindibles en La Poderosa. El programa no le dice nada pero ha oído hablar del mítico local y tiene curiosidad por conocerlo.
Las piezas no están acabadas, se trata de eso, y ese es un tema que le interesa. La Poderosa le parece un local muy curioso al joven visitante. Vuelven las comparaciones. En Barcelona hay más locales de este estilo que en Madrid, ¿verdad? El anfitrión no sabe qué decir. Sí, es posible. Seguramente hay más garitos musicales en Madrid que en Barcelona. En Barcelona han intentado asesinar la música en directo. Es lo único que se le ocurre para compensar. En La Pode pasan la resaca pero no vibran como en el FEA. Tampoco lo pretendían. Muchos de los artistas que presentan ese día piden la colaboración del público. Las comparaciones son odiosas pero el amigo piensa que en el FEA esa implicación del público se da automáticamente, sin que nadie la pida. Incluso el público se comunica a través de un hashtag de Twitter. Los tuits aparecen en la pantalla del escenario. Esto en el FEA, donde el de The Raros decía que él quería bajarse del escenario y parecía sincero. Esa noche en La Pode, el amigo se descubre pensando que esta vez los artistas tienen demasiada necesidad de atención. El joven visitante replica: falta dramaturgia. Pero La Pode está llena de gente. Muchos jóvenes, gente desconocida. Eso les gusta. Está bien. Se toman unas cervezas y se comen un bocata en la barra antes de despedirse. Al salir se encuentran con el Marsella, mítico y antiquísimo bar de la ciudad, amenazado de cierre. Se piden una absenta, que es lo típico. La encuentran muy cara. Bueno, igual no es tan jodido que chape el Marsella. Se van a la Ramona, que está al lado. Allí encuentran calor humano y buenos gintonics. En el London compran tabaco. El joven no puede dormir y se queda fumando hasta que se hace de día. Al día siguiente el anfitrión le lleva a ver el mar. A estas alturas el joven ya quiere quedarse a vivir en Barcelona. En la Barceloneta están de fiesta y las pachangas tocan pasodobles por la calle. El pasodoble no es muy catalán, ¿no? El joven que vive en Madrid va descubriendo que, en algunas cosas, Barcelona tampoco es tan diferente. En la arquitectura sí, el Gótico y la Ribera le hacen pensar que Madrid no tiene esa belleza arquitectónica. Pero es que a estas alturas el joven está ya muy flipado. Hasta le gusta más el Parque de la Ciudadela que el Retiro. Le parece más bonito Barcelona que París. Algo debió tomar en el FEA. Entran en Santa Maria del Mar, la basílica gótica del Born.
El joven se fija en la iluminación artificial, que va de abajo a arriba. Dice que eso es una referencia al infierno. El joven ha estudiado iluminación. Le sorprende ese detalle en una iglesia católica. Quizá eso explique muchas cosas. Más tarde, en Poble Sec, donde volverán a hablar de dramaturgia, se encuentran algo parecido a una mascletá cerca de las doce de la noche. No se entiende por qué. Todo es muy loco, en general. También hablan de la corrupción, pequeña y grande, que ven por todos lados. En eso Barcelona y Madrid se parecen mucho. Y ellos están hartos de no identificarse con nada y con nadie. Y de que los que estaban antes que ellos les intenten captar. Pero no se les ocurre más solución que la revolución íntima y personal, la de los pequeños detalles de su vida diaria. Al día siguiente, como despedida, el joven invita a su anfitrión a comer en el restaurante Bar-celona de Poble Sec. Casi que le tienen que traducir y explicar todos los platos. El barcelonés no se había dado cuenta hasta que el habitante de Madrid (él dice que no es madrileño) le dice que le suena todo a chino. Bacalao con sanfaina. Esqueixada. Sopa de galets. Fricandó. Todo le parece buenísimo en este restaurante donde deconstruyen el nombre de la ciudad con ese guión tan cachondo y con tan poca intención derridiana. Y es que en el Bar-celona todo está muy bueno y son extremadamente amables y simpáticos. Y no es caro, que esto a los de Barcelona y a todo quisqui nos mola. BlaBlaCar y para casa.