Se abre el telón (sí, hay telón) y vemos un grupo de ancianos, mujeres y hombres, en una sala de paredes blancas. Paredes inmaculadas. Paredes vírgenes, sin manchas. Paredes perfectas. Hay una televisión colgada en el centro emitiendo un programa de tertulia. Algunos ancianos van en silla de ruedas, otros en caminador, una de ellas va andando de un lado para otro con las bragas bajadas. Tiene un rumbo claro hasta que duda, entonces vuelve a decidir y a coger un rumbo preciso para caer de nuevo en la duda. Nadie mira el televisor excepto uno de ellos, el único que ríe constantemente. Este habla con los tertulianos que aparecen en televisión, parece entenderlos y les replica esperando contestación. Ríe con ellos a menudo, y se toma su tiempo para escucharlos, como si fuera a aprender algo sublime sobre la vida al escuchar esas sabias palabras que suceden de esas bocas imparables llenas de contenido necesario para llenar el vacío. De sus bocas solo emerge la palabra “broma”, aunque el significante de esas emisiones sonoras varia según la intención de los hablantes. Hablan sobre el hablar por hablar. La vieja de las bragas bajadas sigue andando de un lado para otro, busca algo concreto. Esto dura unos 10 minutos, sin ningún tipo de progresión. Tampoco hace falta que sea eterno, se trata de un espectáculo.
Entonces entran unos niños con unas bandejas llenas de comida. Niños muy serios y educados, y comida aceitosa, brillante y bonita. Se paran en una formación rígida y geométrica, algo muy ordenado en comparación con el desorden y el desperdicio estético de los tiernos seniles. Una danza de pies, una destilación de la fuerza rítmica con la que los africanos golpean el suelo para agitar sus almas, estilo claqué pero con el cuerpo muy rígido. Las bandejas siguen rectas, paralelas al suelo en todo momento hasta que cada niño, sin dejar de danzar, se acerca a su viejo, al que le toca por contrato, y en un ágil i acrobático movimiento, en el que sujetan la bandeja con una sola mano mientras con la otra separan la comida, todos a la par, empiezan a endiñar comida en la boca de los ancianos. Esta danza gastronómica empieza con sutilidad y ligereza hasta transformarse en una grotesca representación de la manufactura del foie.
Entonces se proyecta una gran teta. Esta gran teta tiene el pezón en forma de píldora. Alrededor del pezón hay un tatuaje en el que se puede leer “Sin arcada no hay mamada”.
Entonces entra una música electrónica con las frecuencias bajas muy altas y con el volumen variando constantemente, como si se tratara de un niño jugando a ser Dj.
Entonces las luces bajan y empiezan a entrar flashes, strobos, lásers i demás mierda luminosa sin ningún tipo de coherencia estética.
Entonces… nada ha parado, todo se acumula. La única premisa es que cada intérprete siga con su acción pase lo que pase. Lo que queremos es que la realidad nos desborde. Que la vida nos explote en la cara. Que lo repugnante se vuelva bello y que al que lo niegue se le trate como un inútil con poco gusto por el arte.
Como se trata de hacer visible lo invisible, pero no podemos evitar sacar a relucir nuestra afición tecnológica para sentirnos parte de nuestra época, proyectaremos algo: “HARTISTAS (las Haches son como Dios, invisibles)”
Se cierra el telón. El título es “Comed Ya!”.