Desde que he tomado clases, la organización de mí día a día ha cambiado radicalmente. Si antes me dormía a la hora que me daba sueño, es decir a eso de las 12 ó una de la madrugada, ahora me acuesto a las diez de la noche, leo un rato y antes de las diez y media ya estoy completamente dormido. Por las mañanas es cuando me asalta un gran abismo existencial porque antes me despertaba entre once y una de la tarde, ahora me despierto a las siete y media de la mañana, media hora después que mi papá. Desayuno y me ducho en cuarenta y cinco minutos, salgo de mi casa a las ocho de la mañana, porque además de preveer la distancia que tengo que recorrer también tengo que tener en cuenta que lo que no puede faltar en esta enorme ciudad es el tráfico, si no, no sería el D.F. Y perdería toda su esencia caótica que lo que distingue a nuestro querido Distrito Federal, como la urbe más grande, poblada y contaminada del mundo.
Tomo un autobús que ya va lleno y que me lleva al paradero apocalíptico del metro Indios Verdes (Ese nombre nunca me ha gustado pronunciarlo, es difícil ponerle un mote simpático, por ejemplo a la estación Moctezuma, se le dice la Montechusma. A Xochimilco se le dice Xochijiustón y a la Aquiles Serdán se le dice la Aquilesdan y hay unos maldosos que hasta dibujan un pito a lado de su dibujo en los vagones donde están anunciadas las estaciones, pero a Indios Verdes se le dice Nacos verdes y no es simpático, es racista y poco creativo)… Este autobús tarda una hora y voy de pié. Para después abordar el metro que esta más lleno que la China y recorro diecinueve de las veintiuna estaciones. Casi toda la línea verde hasta la estación Miguel Ángel De Quevedo, a veces puedo ir sentado o no. Aquí invierto cuarenta y cinco minutos, si es que el metro no se detiene en algún túnel. Salgo del metro corriendo a la avenida Miguel Ángel de Quevedo que ya es Coyoacán y tomo un microbus que me deja a dos calles de la Casa Del Teatro. Casi siempre llego dos minutos antes de las diez de la mañana, tiempo que aprovecho para ponerme mi chándal y mi camiseta, ropa que he aprendido a nombrar como ropa de trabajo.
En estos dos meses lo que hemos hecho en clase es hacer ejercicio físico y caminar a lo bestia, caminar en todas sus variantes, caminar lento, caminar en estado de alerta, caminar sigilosamente, buscar equilibrios, caminar en circulo, correr que es una manera diferente de caminar, y buscar el punto, que no es cualquier punto, el punto es el estimulo ficticio. Pero de lo que yo imaginaba por actuación no hemos visto nada. Un día el Maestro Luévano, nos pidió que memoricemos diez líneas, el tema no importa es libre y nos puso hacer una secuencia de movimientos físicos jugando con nuestros volúmenes vocales y sus posibilidades de matizar nuestras diez líneas. Yo memorice un pequeño monólogo de un autor que se llama Héctor Huidobro y que creó que solo lo conocen en su casa. Una de las chicas utilizo el Padre Nuestro he hizo su dinámica corporal con esta oración, cosa que al Maestro Luévano le encabrono de sobremanera. No porque Luévano sea católico, sino porque dijo que esta mujer estaba queriéndonos ver la cara de pendejos. El Padre nuestro, dijo- Es una oración que se la sabe todo México, hasta los niños antes de aprender a leer ya se saben el Padre Nuestro, es más desde que están en el vientre de la madre ya se saben el Padre Nuestro. Y Luévano empezó a decir la oración en Voz alta: Padre nuestro, que estas en los cielos. Santificado sea tu nombre, etc, etc, etc y al terminar dijo:- No me importa si llegas a tu casa y tienes muchas cosas que hacer, es más, no me importa si tienes un trabajo y a la vez estudias y estas cansadísima y nos has dormido nada. Un actor que no es capaz de aprenderse de memoria diez líneas insignificantes de un día a otro, es más insignificante él, que cualquier otra cosa en el mundo. Eso no es un actor en formación, eso es ser una chingada mujer perezosa, floja y sin escrúpulos de querer vernos a todos la cara de que haz cumplido con tus deberes. Se hizo un silencio sepulcral y enseguida Luévano río y le toco con su mano la mejilla de esta chica, para después decirle:- No lo vuelvas hacer. Y ese gesto nos relajo a todos, pero me dije a mí mismo: – Llueva, truene o relampaguee haz tus deberes.