La finalidad del arte es suscitar, despertar nuevas miradas, provocar, comprometerse, romper moldes y fronteras, innovar, descubrir lenguajes, emocionar, sorprender, alimentar el pensamiento, conmover, experimentar… Y todo ello ha sucedido en el VEO. Para mí, ha sido una experiencia muy enriquecedora. Es posible que mi mente se haya saturado de tanto espectáculo y reconozco que en algunos momentos llegué a perder la claridad. Sin embargo, ahora que el festival ya forma parte del pasado, empiezo a verlo todo más claro:
Me fascinó Juschka Weigel, la fuerza y la delicadeza de sus frecuencias corporales; me inquietó “El blanco de las cosas y la sangre” de Mateo Feijoo, aunque no me dijo mucho; me defraudó esa frágil Caragola varada en la plaza del Patriarca, del mismo modo que la puesta en escena del eterno y agotador O Banquete, que no del texto del libreto del espectáculo, que me pareció de gran interés filosófico.
Me poeticé de tierra y magia con Cavaterra; me desesperé con la verbena del Teatro delle Ariette y su discurso trasnochado, denso y agotador. Immens me regaló una noche inolvidable para mi colección de recuerdos; Compost Mentis no logró atraparme en su jardín abonado de fantasía. Disfruté como una colegiala con los Exrecicis d´amor del Pont flotant; me hipnotizó el Artefacto del Señor Serrano; me violentaron los golpes bajos de La otra parte; me divertí con el festejo del Circo Gitano Romanes; y me perdí feliz por esa red de araña tejida de palabras epistolares entre dos encantadores bichos.
Mi valoración personal del VEO es positiva, ya que entiendo que se trata de un festival que, pese a estar ya consolidado desde hace siete años, sigue apostando por la experimentación, sin dejarse seducir por los caramelos comerciales, aún sabiendo que siempre resulta arriesgado y, en algunos casos, incluso peligroso. No es de extrañar por ello que haya habido de todo: propuestas acertadas y magníficas, otras que no han calado en el público, y otras que directamente no han gustado. Lejos de las impresiones, que por supuesto siempre son subjetivas, la calidad artística de las diferentes piezas me ha parecido muy desequilibrada, es decir, con muchos altibajos. Sin embargo, el seguir el festival entero me ha permitido tener una visión más global, y ésta sí que la considero más armonizada, con sus luces y sus sombras.
Por otra parte, el hecho de llevar las distintas creaciones artísticas a espacios que no están expresamente diseñados para ello –un parque natural, una sala de exposiciones, un bellísimo edificio en el que se almacenaba el trigo en el siglo XV, un hotel de lujo, una plaza pública, un museo, etc.- me ha resultado interesante y muy sugerente. Un riesgo más que ha asumido el festival, supongo que no habrá resultado nada fácil, y que sin duda es de agradecer.
Por último, respecto al lema del Veo este año, Naturaleza, opino que es un tema tan amplio y tan infinito que cualquier creación tiene cabida en él aunque la escojas al azar. No obstante, creo que en el festival ha estado bastante explícito con elementos como la tierra, la caracola, los animalitos, el abono, los alimentos, el agua…
El año que viene volveré al Veo. No lo dudo, pues me parece que una bocanada de aires vanguardistas, ráfagas intrépidas, vientos tenaces, corrientes caprichosas, alguna nebulosa que otra, incluso algún ciclón del desencanto, me oxigena los pulmones y el pensamiento. Me sienta bien y, además, no contiene nicotina.
Marta Borcha
Marta, comparto tu punto de vista y el valor de la visión en perspectiva.
Creo que la experiencia de ver-mucho es especialmente interesante. En el formato «festival» es donde los espectáculos se ponen a prueba a si mismos,se exponen -más aun- que en una programación individual.
En la inevitable comparación unos crecen y otros menguan.
Con esa misma distancia y perspectiva no creo que el laboratorio sea «el monstruo»(como le llaman al público del Festival de Viña Del Mar) y que tengamos que disculparnos por exceso de entusiasmo. La participación pone en evidencia lo acertado de la propuesta: al percibir y dar aire a las ganas de muchos espectadores de completar la obra (que moderno Duchamp!)
Por cierto, este viernes día 27 de febrero vamos a quedar en Magatzems? No sé si os comunicáis vía email, el mío es: v.alonso@hotmail.com. Avisadme!
Virginia
Algunas observaciones Marta que, imagino realizas desde tu gratificación ante el festival, desde tu placentera experiencia, bajo el regocijo que te ha proporcionado el conjunto de las experiencias creativas que has vivido, difieren sin embargo de la realidad.
El Festival sí es comercial, aunque sea para una inmensa minoría. Prácticamente ninguna de las propuestas expuestas ponen en cuestionamiento ningún parámetro estético o político y las que pudieran hacerlo son tan gustosas, es decir, tan cercanas a parámetros propios de cierto “gusto” común, vulgar o vulgarizado, que pasan como la seda. Es un Festival bonito y popular, esa es su intención y lo consigue.
La apuesta por lo comercial “popular”, aunque en el mundo del Arte Plástico hay otro tipo de mercadeo, no suele comportar riesgo.
No hay ni vanguardias ni nuevos lenguajes. El hecho que vivamos en un desierto en esta, y parafraseo, “capital de provincias” y que una vez al año nos deleiten con cosas que en el exterior responden a tendencias a veces muy tradicionales, muy establecidas, pero que a nosotros nos resultan evidentemente novedosas, no significa que lo que veamos sea ni vanguardista, ni novedoso.
De todas formas, dudo que un nuevo lenguaje artístico, por el hecho de ser nuevo sea más artístico o sea un valor en sí, a no ser que se plantee de esa forma…
No me meto ahora a hablar de la finalidad del Arte, pero seguro que nos daría para largo.
Vuelvo a parafrasear:
“espectacularizar lo espectacularizable, ¿quién lo desespectacularizará? el espectacularizador que lo desesprectacularice buen director de festival será»
La experiencia estética que tú como espectadora vives es profundamente valiosa, pero las palabras para mí Marta, son las palabras y significan lo que significan.
Santiago