Un lugar de The Stain
Hijas de Zeus y Mnemosine, diosa de la memoria, las Musas conocían hasta los más ínfimos detalles del mundo y la historia. El alcance de su conocimiento era tal que sólo susurraban al oído de los artistas, que luego elaboraban una versión más simple de su relato para que los humanos pudiesen asimilarlo.
En la biografía que acompaña el programa María Jerez confirma que su principal interés es “lo innombrable”. Por este motivo, más que una obra artística en “The Stain” Jerez ofrece directamente el relato de las Musas.
En esta exposición que juega con los límites se entrecruzan una y otra vez lo vegetal, lo humano, lo animal, lo mineral, lo fúngico, lo femenino, lo masculino, el arte contemporáneo y el popular; entre muchos otros elementos. “The Stain” no es una pieza sino innumerables obras a la vez, muchas de las cuales se quedan cada noche sin presenciar. Por esta razón provoca de inmediato el deseo de volverla a ver.
En el espacio conviven a menudo diferentes centros de atención y el espectador se ve forzado a escoger uno, otro o el de más allá. Se te otorga una responsabilidad, ya que editas en tiempo real con tu mirada aquello de lo que eres testigo. El exceso de estímulos resulta desbordante pero no sobrecogedor debido a la libertad para escoger aquello que quieres mirar; aunque quizás también por la cercanía de los intérpretes, que tejen poco a poco una relación personalizada con el público. Se podría decir que por momentos los actores nos devuelven la atención que les prestamos. Es una relación que va en ambos sentidos: estamos juntos en esto.
La perspectiva del teatro a la italiana, que asume un centro y suscita la ilusión de un relativo dominio de la realidad mediante la visión, se ve dinamitada mediante una disposición elíptica e irregular del público y un espacio sembrado de recovecos, antesalas, fuera de campos, pliegues y espejos. Los reflejos de “The Stain” provienen de vidrios que evocan a Velázquez y Valle-Inclán, pero también de teléfonos móviles que suplementan el espacio compartido con la espectralidad de lo virtual. Esta complejidad no hace más que acrecentarse durante la obra mediante la deambulación constante de los intérpretes, que imposibilita la idea de un frente y provoca por momentos cierta desorientación espacial; pero también debido a pequeños gestos que crean cambios dramáticos tanto de perspectiva como de escala de forma distinta para cada uno de los presentes. Como observó un agudo espectador, “ni ellos mismos saben lo que tú estás viendo”.
Esta multiplicidad se repite en lo sonoro, que proviene de innumerables fuentes en el espacio y engloba muchas tradiciones musicales distintas; y en lo táctil, con una gama muy extensa de texturas que hace mella en las personas proclives a la sinestesia. Pero “The Stain” incide también en lo olfativo y lo gustativo. De hecho, se puede comer.
Esta exaltación de los sentidos recuerda el discurso de los nuevos materialismos. El magma de materiales en circulación suscita la experiencia de que como seres humanos nadamos en un océano de materias diversas donde resulta imposible fijar un límite entre nosotros y lo que nos rodea. Quizás el dispositivo más efectivo en este sentido sean los rostros de los intérpretes que se cubren una y otra vez parcialmente con diferentes materiales como parte de la coreografía. Si solemos primar el rostro a la hora de leer al otro, aquí la cohabitación de la cara con materiales extraños hace que poco a poco estos se conviertan en parte sustancial de las personas que los sostienen.
“The Stain” es también un ejercicio de ilusionismo donde lo que parece vacío a veces está lleno y a la inversa; donde lo rígido se vuelve blando y al revés. Como las leyes de la materia entran en contradicción, tendemos a suspenderlas. La propuesta se convierte así en una barraca de feria en el mejor de los sentidos, como la casa magnética de los parques de atracciones, un espacio donde debemos dejar de lado lo que conocemos para familiarizarnos con sus propias normas.
De esta manera “The Stain” resulta inquietante y está llena de suspense, algo que recuerda “El caso del espectador” (2004), la primera obra de María Jerez, donde el suspense se hallaba ya ligado al placer. El no-saber no como fuente de desasosiego, sino como lo que agita el deseo ante el misterio inagotable de la irreductibilidad del mundo.
Nosotros no creemos en las Musas, pero en nuestra sociedad aún pervive a veces el cliché de los artistas como mediadores de lo divino. Sin embargo, los artistas sólo median en la inabarcable y cambiante red de relaciones que establecen los humanos. “The Stain” apunta directamente a esa red de relaciones mutantes, que no son divinas, pero que sí nos trascienden.
Esta propuesta se asienta sobre las bases del extrañamiento y la tactilidad de “The Blob” (2016) y “Yabba” (2017) e incorpora también el trabajo sobre lo sonoro de “La coartada perfecta” (2011-2012). A pesar de que a nivel visual “The Stain” resuena con las dos últimas obras de Jerez, hay que buscar en “La coartada perfecta” su pariente conceptual más cercano.
Como recuerda Jaime Conde Salazar en un texto sobre esta pieza, el teatro es una tecnología de la subjetividad: “En el teatro tradicional, quien mira está física y simbólicamente separado de quien es mirado. Esta estructura realiza la manera de estar en el mundo característica de la cultura occidental burguesa moderna y cualquier alteración de la misma conlleva una transformación de dicha subjetividad. Desde el teatro alterado, el mundo se ve de otra manera.”
Al igual que “La coartada perfecta”, aunque de forma muy distinta, “The Stain” es una intervención drástica en la estructura de esta tecnología de la subjetividad donde a veces aquellos que miran y los que son mirados entran en contacto. Pero sobre todo, si Internet nos proporciona la ilusión del Aleph de Borges, un punto de vista desde el que contemplar la totalidad, “The Stain” en cambio te hace consciente de la multiplicidad de puntos de vista desde los que abordar el mundo y a la vez limita el tuyo a uno solo. Para quién quiera prestarle atención, “The Stain” es una cura de humildad acerca de lo que jamás llegaremos a conocer, un recordatorio del sesgo infinito de la experiencia humana.
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