El trabajo de Gerard Ortín gira alrededor de la borrosa entidad que denominamos “naturaleza”. Según la lógica de binomios que ha caracterizado en gran medida el pensamiento occidental desde Platón, la “naturaleza” constituye una figura de alteridad radical que abarca todo aquello que no pertenece al ámbito humano. Adaptando la famosa frase de L. P. Hartley podríamos decir que “la naturaleza es un país extranjero”.
Sin embargo, como claman ciertas voces (Bruno Latour o Tim Ingold, entre muchas otras), esta separación antagónica resulta tan falsa como peligrosa, ya que arranca a los humanos del medio del que dependen. Dentro un proyecto más amplio en occidente, estas voces intentan dejar de lado los binomios para desarrollar las consecuencias de lo que Brian Massumi llama una “ontología de la relación”. Es decir, se trata de sustituir la idea de un mundo formado por una serie de esencias que establecen entre ellas relaciones de oposición por una construcción que se redefine de manera constante según las relaciones dinámicas que aparecen entre entidades de carácter voluble.
Las propuestas de Ortín se enmarcan dentro de este proyecto filosófico materialista. Sus trabajos insisten una y otra vez en una visión de la “naturaleza” que no se opone a lo “cultural”, sino que deriva directamente de su relación con este segundo término. Por este motivo, tal y como escribía Caterina Almirall acerca de “Intravia”, Ortín desdibuja “el límite entre lo natural y lo construido”. En la misma línea, la hoja de sala de la versión para galería de “Vijfhoek” en Estrany de la Mota especifica que “el artista realza el hecho de que cualquier percepción del paisaje es eminentemente cultural”. Marc Vives también señalaba este aspecto en relación a la exposición de Ortín que comisarió en la Galería SIS (“Inframince”) al escribir que mediante su trabajo Gerard “evoca una noción de naturaleza que no podemos considerar pura y que, debido al contacto con lo cultural, incluye toxicidad”.
En su nuevo trabajo “Lycisca”, Ortín deshace una vez más el binomio naturaleza/cultura al poner en el centro de su película a perros y lobos. El perro pertenece al ámbito doméstico y humano (el mejor amigo del hombre), mientras que el lobo representa en nuestro imaginario la naturaleza amenazante capaz de asaltarnos en el bosque o de llamar a la puerta para derribar nuestro hogar de un soplido. Naturalmente el chiste es que el perro (Canis lupus familiaris) es una especie que desciende del lobo (Canis lupus). El perro aparece como resultado de procesos de domesticación del lobo que se remontan al neolítico y que coinciden con el desarrollo de la agricultura (la domesticación de la tierra). Es decir, no hay ni naturaleza ni cultura, sino que establecemos relaciones cambiantes con lo que nos rodea.
Pero además, en esta película Ortín incide en un aspecto que quizás no resultaba tan claro en piezas anteriores, a pesar de que Vives ya lo intuía en su texto al hablar de trance, percepción, cuerpo y “otros mundos” respecto al trabajo del artista. En efecto, en “Lycisca” lo mágico se manifiesta de manera nítida, y esta dimensión está estrechamente ligada al cuerpo y lo sensorial.
Si la figura del lobo evoca de por sí el mundo de los cuentos y la fábula, lo mágico se ve reforzado por el papel de la cueva de Pozalagua. La cueva, que fue descubierta accidentalmente en 1957 durante la explotación de una cantera contigua y se convirtió en atracción turística, constituye un elemento más donde cultura y naturaleza están profundamente imbricadas. Pero sobre todo, la gruta sirve como metáfora de lo oculto que finalmente se revela. Es bajo el auspicio de esta cueva donde lo inanimado cobra vida y oímos la caracola que servía para ahuyentar al lobo. El sonido de frecuencia continua de la caracola -no muy diferente de los audios disponibles en youtube para entrar en trance- señala un cambio en el régimen sensorial que nos da acceso a una dimensión “sobrenatural”.
David Abram afirma en “La magia de los sentidos” que nuestra cultura se refiere a fuerzas “sobrenaturales” para describir aquello con lo que lidian los chamanes en otra culturas, pero él sugiere en cambio que “lo que las culturas orales e indígenas contemplan con el mayor respeto y admiración es, precisamente, lo que nosotros consideramos como la propia Naturaleza. Los poderes y entidades profundamente misteriosos con los que el chamán establece relación son, en última instancia, las mismas fuerzas -los mismos árboles, animales, bosques y vientos- que para el ilustrado europeo “civilizado” constituyen meramente un escenario, un agradable telón de fondo para nuestras ocupaciones humanas más apremiantes”.
Esta capacidad para entrar en relación con las fuerzas de la naturaleza requiere un cambio perceptivo, ya que “tan sólo abandonando temporalmente la lógica perceptiva aceptada dentro de su cultura, puede el hechicero esperar establecer relación, en sus propios términos, con otras especies. Únicamente alterando la organización corriente de sus sentidos, podrá entrar en contacto con las múltiples sensibilidades no humanas que animan el entorno local”. Bajo este punto de vista la magia se convierte “en la experiencia de existir en un mundo constituido por múltiples inteligencias, en la intuición de que cada forma que percibimos -desde la alondra que surca el cielo sobre nuestras cabezas, hasta la mosca posada en una brizna de hierba y, ciertamente, la propia brizna- es una forma que experimenta con sus propias predilecciones y sensaciones, aún cuando éstas puedas ser muy diferentes de las nuestras”.
Así pues, lo que comúnmente llamamos “sobrenatural” puede no ser más que la capacidad de relacionarnos de manera diferente con lo que nos rodea mediante un cambio en la percepción. En nuestra cultura, nos referimos a esta capacidad de entrar en relación con elementos “naturales” o “inanimados” con el término de “animismo”, un término sobre el que resulta problemático hablar porque está cargado de prejuicios etnocéntricos.
Isabelle Stengers propone recuperar el animismo y cita a David Abram en su famoso artículo “Reclaiming animism”, pero se niega a definir el término para no caer en esta trampa. Stengers también rehuye visiones nostálgicas o mitificadoras de otras culturas. De manera pragmática, para Stengers la “recuperación del animismo” pasa primero por darle a la experiencia (ligada al cuerpo y los sentidos) la importancia que se le debe y por reconocer que somos inseparables de nuestro entorno: “It is rather a matter of recovering the capacity to honor experience, any experience we care for, as “not ours” but rather as “animating” us, making us witness to what is not us”. La filósofa belga no propone una visión particular de este animismo que propugna, ya que para ella se trata de una herramienta para conectar de diferentes maneras con lo que nos rodea más que de una práctica con objetivos predeterminados.
Antes hemos situado el trabajo de Ortín dentro de un movimiento más amplio en occidente que busca comprender las consecuencias de una ontología de la relación. El texto de Stengers -que forma parte de esta corriente- termina de manera abierta señalando al enorme potencial que tiene el animismo para producir configuraciones de la realidad distintas de las que conocemos. “Lycisca” emplea en cierta modo esta herramienta para producir una nueva ordenación de la realidad y, como toda reordenación, tiene implicaciones políticas.
En primer lugar, en “Lycisca” la “naturaleza” multiplica sus facetas según el fenómeno humano con la que entra en tensión. Así pues, la cueva de Pozalagua comprendida en relación a la explotación minera se solapa con la cueva de Pozalagua en relación a cierto conflicto laboral y a su vez con la cueva en relación con un nuevo modelo económico. De esta manera un mismo lugar se desdobla para ofrecernos una visión compleja de la realidad.
Este gesto puede comprenderse como una historización que atestigua cómo se transforman las relaciones que establecemos con nuestro entorno. La historización es importante porque nos permite entender las fuerzas que modifican nuestra mirada sobre el mundo, en vez de aceptar lo que vemos como representación fidedigna (naturalizada) de las cosas. Ser conscientes de estas fuerzas nos da un margen de acción para interactuar con ellas, mientras que si somos meros testigos de esencias inmutables no tenemos agencia alguna.
En segundo lugar, esta historización nos invita a pensar qué tipo de relaciones queremos establecer con lo “natural”. Este es uno de los proyectos colectivos más urgentes e interesantes que debemos desarrollar en los años por venir. En este sentido, Timothy Morton afirma que “calling something nature, putting it on a pedestal and worshipping it from a distance does for the environment what patriarchy does for women”. Tal aserción conecta con otras luchas que intentan deshacer otros binomios de lógica parecida y nos previene sobre los peligros de un pensamiento ecológico paternalista. Es por eso que Morton insiste en la importancia de modelos de pensamiento que tengan en cuenta las múltiples maneras en que la que los seres están conectados entre sí con el fin de lidiar con la catástrofe ecológica. Al desplegar un extenso catálogo de tipos de relación entre humanos y otros seres, Ortín contribuye a imaginar un modelo en el que diferentes elementos se hallan conectados entre sí de diversas maneras al mismo tiempo.
Finalmente, estaríamos desaprovechando el potencial transformador del animismo si no entendiésemos la experiencia sensual que supone el visionado de “Lycisca” como acontecimiento político en sí. La herramienta animista deriva de una manera de entender el cuerpo donde la sensualidad constituye un requisito previo para proceder a múltiples reordenaciones de la realidad. Sólo entrenando diferentes modos físicos de presencia y percepción podremos desarrollar constructos más complejos que ofrezcan no sólo una visión más rica de lo que nos rodea, sino también de nosotros de mismos.
Nota: “Lycisca” se puede ver en el centro de Art Santa Mònica hasta el 2 de octubre dentro del ciclo Xarxa Zande. Debido a la importancia de lo sensorial, se aconseja subir el volumen del equipo de audio nada más entrar en la sala de visionado (a mano derecha).