Caterina de Berg me cede de nuevo el texto que ha escrito para el blog de In-presentable. Esta vez se trata de una reflexión sobre «El Club».
“Los festivales son, en su sentido más extravagante y megalómano, la parodia más eficaz para simbolizar una sociedad superficial al borde de la crisis, que hasta para el arte inventa lógicas de supermercado” Claudia Galhós
“Si la colaboración es una palabra en boga para un hábito de trabajo en la performance hoy en día, el colectivismo se halla abandonado o incluso reprimido, y la mera idea genera rechazo. La incomodidad alrededor de lo colectivo es más que un síntoma de las políticas de individualismo liberal que existen en las artes en vivo. (…) ¿Cómo puede la iniciativa de invitar autores a una investigación garantizar una base colaborativa igualitaria, un marco de colectividad sin liderazgo central?”
Bojana Cvejić
El Club propone una herramienta para que nueve artistas puedan trabajar de forma conjunta sin caer por eso en la autoría colectiva y sin renunciar a su individualidad. Se trata, como afirma Cvejić en el artículo que se cita arriba (“Collectivity? You mean collaboration”), de “ser responsables de las relaciones “con” al trabajar con los demás, sin poner en peligro la tolerancia, pero manteniendo lo diferencial en contacto.”
Las premisas de El Club son simples. Un artista produce una pieza –por lo general breve- en un formato indeterminado en el plazo de una semana. A continuación pasa el resultado a otro artista que deberá hacer lo mismo tomando como estímulo aquello que el primer artista creó. Esta herramienta puede tener dos objetivos que no resultan incompatibles entre sí: la producción y el aprendizaje.
En el caso de que se ponga el énfasis en la producción, las preguntas que surgen probablemente girarán en torno a cómo modificar la herramienta para obtener “resultados”. Las posibilidades de juego son casi infinitas: hacer girar los pasos alrededor de temas, imponer condiciones, uso de estructuras complejas, emplear un proyecto ya existente como punto de partida para una nueva serie de pasos, etc.
Si nos centramos en las lógicas de aprendizaje, igual deberíamos reflexionar sobre lo que le enseña a cada uno de los miembros de El Club esta práctica. Si esta primera ronda permite alcanzar ciertas conclusiones al respecto, ¿cómo modificar esta herramienta (si es que hay que hacerlo) para que les sirva para seguir aprendiendo a cada uno de ellos?
Llevando esta lógica al límite tampoco sería necesario llegar a producir nada concreto. Como afirma Cvejić en el mismo artículo “La única táctica para que el artista autónomo resista el mercado institucional consiste en convertirse él mismo/ella misma en la máquina mediadora, produciendo productividad y un trabajo en red autogestionado. Su trabajo se transforma en una multiplicación de actividades, contactos, formatos de trabajo, colaboración y presentación, permitiendo que el carácter de work-in-progress invada todo su obra, trabajando sin producir piezas.”
Probablemente, los miembros de El club se lanzarán ahora a una larga serie de deliberaciones sobre el futuro de la propuesta. Sean cuales sean las decisiones que tomen no estaría mal recordar las palabras de Mårten Spångberg en el mismo libro de In-presentable: “Sólo insistiendo en una producción en la que predomine la disensión existe una oportunidad (…) de crear algo radicalmente diferente.”