¿Puede la falta de coherencia convertirse en una estrategia que articule una pieza de forma coherente? Ésta es una pregunta que han planteado de forma diferente varios creadores a lo largo de los últimos años, ya sea Jan Ritsema y compañía con “Breeding, brains and beauty” o bien Paz Rojo con su “After Talk”.
Como siempre, no importa que otros artistas ya hayan explorado la misma pregunta: cada propuesta difiere tremendamente en la forma y ofrece una respuesta distinta en cada ocasión. Si bien “Breeding, brains and beauty” y “After talk” son piezas algo difíciles que requieren que el espectador se deje llevar progresivamente por la ausencia de lógica hasta que paradójicamente ésta termina por transformarse en una lógica propia, “Borrón nº8” de la compañía valenciana Los que quedan tiene la peculiaridad de resultar accesible desde el principio.
Esto se debe sin duda al carácter jocoso de la obra, que hace un particular repaso de la historia de la danza. “Borrón nº8” constituye un verdadero patchwork donde hay cabida para bailes infantiles (el corro de la patata), la danza folclórica (la jota), el ballet clásico (Gisèle), citas de piezas seminales de la danza moderna (Martha Graham, Mary Wigman, Merce Cunningham) y demostraciones virtuosas de contact-improvisation, release y la técnica zambraniana del flying-low.
Naturalmente se trata de una apuesta por el exceso por la que hay que pagar un precio. A pesar de los esfuerzos para hacer fluir las transiciones el contraste entre escenas crea no pocos sobresaltos y el nivel técnico de los intérpretes varía según la escena. Vicente Arlandís brilla en la improvisación de contact (una técnica que ha marcado su carrera) mientras que el resto de los intérpretes deja constancia de su formación clásica.
Aunque, como ya hemos dicho, la pieza supura cierta comicidad, ésta se ve amortiguada por la caracterización de los intérpretes, que resulta fundamental. Los cinco intérpretes de “Borrón nº8” llevan en todo momento una máscara que tapa su rostro y llevan el logotipo de una institución cultural bordado en el pecho.
La inquietante despersonalización de los intérpretes se convierte en un contrapeso para una comicidad que, de otra manera, correría el riesgo de apoderarse de la obra y convertirla en algo fútil. Por otro lado, el logotipo en el vestuario se lee desde el principio como una afirmación política que, sin embargo, no se explicita hasta el final de la pieza.
Una vez los intérpretes han realizado su particular revisión de la historia de la danza, uno de los miembros de la compañía pronuncia la frase de José Luis Brea que está impresa en el programa de mano: “Una cosa es que se le exija al discurso teórico-crítico que rebaje sus humos y otra cosa bien distinta es que se le pida sumarse a las explosiones de júbilo que vienen saludando la falta de ideas y, por añadidura, de escrúpulos”.
En ese momento los intérpretes se miran unos a los otros, gritan “¡Borrón nº8!”, se bajan los pantalones y arriman la ingle a las posaderas de sus compañeros. Quién sepa de rimas obscenas y del pobre apoyo institucional a la escena contemporánea en Valencia entenderá el inequívoco mensaje de la obra.