A menudo los textos que escribo en este blog no efectúan análisis exhaustivos de las piezas que he ido a ver. Éste es sin duda el caso de las últimas notas que he escrito. Al fin y al cabo hago lo que puedo teniendo en cuenta el tiempo que debo destinar a otros trabajos. Aún así no me sabe del todo mal: prefiero unos comentarios breves que me sirvan de diario personal y de reflexión fugaz que pasar por alto ciertas obras.
Digo esto porque en el caso de «Blue» (que se escribe con letras rojas) sí que lamento profundamente no disponer de un par de días libres para investigar e hilar un texto sólido y bien argumentado.
Se trata de una pieza muy especial y compleja.
En el primer minuto de «Blue» podríamos creer que estamos ante una obra de slow motion, pero pronto vemos que no es el caso. Hay algo más. Intuimos que el director ha estado trabajando con una «sensación» determinada y también con una «forma de estar». Se trata de actores que viven una experiencia en directo «aquí y ahora», de ahí que se apoyen ocasionalmente en la comida, en el espacio abierto de una puerta lateral que da a la calle, en la mirada del otro. Acciones todas que remiten al presente e implican un ejercicio de atención extremo por parte de los intérpretes. A pesar de la sencillez aparente de las acciones, se trata de una propuesta virtuosa. Sólo quien haya intentado estar en escena como quien no está en escena conoce la dificultad de tal propósito.
Más allá de esta «forma de estar», en ciertos pasajes podemos hablar de un ritmo de baja intensidad que emana de cambios pequeños y constantes que, sin embargo y como ya he mencionado, no son un slow motion. Se trata más bien de «mantener con vida aquello que se desarrolla en escena». Sin embargo este mecanismo no siempre resulta el pilar central, ya que las escenas de «Blue» evolucionan hacía paraderos que difícilmente podríamos prever en un primer momento. Esta evolución sorprendente resulta muy arriesgada porque podría considerarse como una falta de coherencia respecto a los principios que se sientan en las primeras escenas de «Blue». No obstante, el todo está suficientemente bien tejido para que el conjunto conserve su unidad, de manera que la progresión inesperada de las escenas hace que la pieza «funcione» y nos desoriente a la vez.
Dentro de la conciencia absoluta de que este análisis resulta muy incompleto, me estoy basando sólo en el nivel de la experiencia en vivo por parte del espectador que desconoce los principios detrás de la obra. Como se palpaba una alta densidad reflexiva detrás de las escenas, hay que señalar otro nivel posible de análisis que derivaría de la relación entre la experiencia en vivo y el pensamiento detrás de la propuesta. En la conferencia del día 2 de noviembre, Juan habló de física cuántica, de alterar el orden de los acontecimientos, de trabajar con el «antes y el después»… Y aquí me permito añadir el texto del programa porque resulta relevante y proporciona pistas: «Invertir la temporalidad de los eventos, sacarlos de contexto, disociarlos, transformar sus intenciones, transitar en sus confines, prolongar su eficiencia, eliminar la jerarquía entre causa y efecto, incrementar la consciencia, reducir la resistencia, prolongar el placer, aumentar el esfuerzo a infinito, congelar la sensación, flexibilizar la percepción, experimentar el proceso de atribución de significado, habitar los satélites, traer el fondo, palpar la deformidad , darle tiempo al espacio, vivir el gerundio, gatear analógicamente, imaginar la realidad, transformar la curiosidad, exagerar la manera, apaciguar el deseo, asombrarse mas, segregar mas, decodificarse mas, intensificar más más más ma mmmmmmmmmmmmmmm, guiña un ojo! guiña el otro! ya estaba sonriendo cuando empezó a sonreír por segunda vez. Espera! Quédate ahí un momento, no te muevas…»
La imprecisión de este análisis constituye quizás el elogio más elocuente para «Blue». La facilidad con la que esta pieza escapa a mi alfiler de entomólogo es prueba de su rigor y de la inteligencia tras cada una de las decisiones que sustentan su elaborado diseño.