El discurso del arte contemporáneo es un auténtico salvavidas que nos permite escapar de los tics y los límites del arte escénico convencional. Últimamente cada vez que veo una performance de un «artista plástico» siento como un soplo de aire fresco. Los artistas que se formaron en Bellas Artes saben con certeza que su objetivo no es el entretenimiento y además su formación suele proporcionar enfoques distintos y planteamientos rigurosos.
Y sin duda si este work-in-progress podía presumir de algo era de coherencia. Las escenas exploraban el imaginario automovilístico en sus más distintas vertientes dentro de una estética determinada y sin desviarse jamás de su propósito. Sin embargo sí que podríamos discutir sobre el ritmo de la presentación. Las escenas que se sucedían solían tener un ritmo acelerado que se volvía monocorde al cabo de un rato.
¿Es esto bueno o malo? Pues depende de lo que el artista quiera conseguir. Personalmente no tengo problema alguno con las performances «duras». La acumulación de rapidez, fuerza y agresividad produce una sensación de monotonía a lo largo del tiempo. Curiosamente, para transmitir rapidez, fuerza y agresividad suelen resultar más efectivas las varaciones sutiles, los escalonamientos y los contrastes. Se trata de un arduo trabajo de composición donde el silencio y el vacío suelen jugar un papel importante. Así pues, ¿composición o simple sucesión vertiginosa? Depende de la visión del artista y de lo que quiera lograr…