«Evacuació» de Alexandra Broeder, 11/9/2009, Festival MAPA

Con la Diada de por medio, este año el MAPA ha cambiado un poco de formato. Las piezas, en vez de encadenarse unas tras otras dentro de un recorrido, están más espaciadas entre sí. La primera performance a la que asistimos el viernes es “Evacuació” de Alexandra Broeder. En el vídeo de arriba encontraréis una entrevista con su creadora. La performance empieza con el registro de los espectadores ante una mesa donde hay sentadas dos niñas que reparten un adhesivo identificativo. Las niñas no sonríen ni por atisbo y tratan al público con aspereza. De hecho, todos los jóvenes intérpretes que participan mantienen esta actitud grave y desafiante a lo largo de la pieza.

Inscripción para «Evacuació»

 Al cabo de un rato suena la sirena que señala el inicio del recorrido. Lo primero que nos pide una niña es que nos cojamos de la mano de un desconocido y que formemos grupos. Son las 17h y cae un sol de justicia. Lo último que te apetece es agarrar la mano sudorosa de un desconocido, así que con mi improvisada pareja lo dejamos para el último momento. Pero un enjambre de niños tira del brazo de los adultos que aún no han obedecido y los emparejan al azar.

El mecanismo de fondo de la performance se adivina desde este primer momento: los niños toman el poder y los adultos deberán adoptar el rol sumiso que normalmente les imponen. Esta inversión de roles resulta característica de muchos rituales relacionados con el poder: ya en la Antigua Roma durante las Saturnales amos y siervos se intercambiaban los papeles.

Por supuesto, el contraste entre la “dulzura” que se les supone a los niños en nuestra cultura y los rostros inamovibles de los intérpretes crea un efecto inquietante. Pero por otro lado, se palpa algo muy familiar. Estos niños de camisas sucias y expresión pétrea resultan genuinamente infantiles. Y es que aunque los medios de comunicación difundan estereotipos edulcorados, la infancia y la adolescencia son periodos con muchos claroscuros. Desde sádicos compañeros de juegos a familiares chalados pasando por profesores que practican la humillación pública, la niñez siempre me pareció algo más cercano de los dibujos de Edward Gorey que del universo Disney.

 

Ilustración de Gorey con el emblema del MAPA

Esta inversión de roles crea en muchos de los asistentes una cierta hilaridad. Me pregunto hasta qué punto la situación les parece divertida o bien si se trata de su reacción frente a una posición incómoda. A pesar de que me irrita la resistencia de estos adultos para entregarse al juego, esto ofrece a los actores una oportunidad de demostrar su poder. Sin vacilar, hacen callar a los adultos.

A lo largo del recorrido, los niños nos someten a pequeñas vejaciones. Además de prohibirnos el habla, controlan que no nos dejemos ir de la mano, nos despojan de efectos personales y nos encuadran dentro del grupo. Poco a poco, los asistentes dejan de reír y muchos recordamos la película de Ibañez Serrador «¿Quién puede matar a un niño?«

Una de las paradas implica sentarse alrededor de una mesa donde los niños nos obligan a comer pan duro y beber un brebaje azucarado. Bajo el sol de la tarde, la experiencia como público se hace progresivamente dura. Sitiado por los niños y sus expresiones inmutables, de repente me da un extraño arrebato: tengo unas ganas locas de amasar bolitas de pan y tirarlas a los demás participantes.

La rigidez del entorno me provoca esta curiosa reacción. Lo cual resulta interesante, porque apunta la posibilidad de que ciertos comportamientos “infantiles” tengan menos que ver con una edad particular que con una posición determinada dentro de un esquema social.

Mientras proseguimos el camino por el bosque en silencio y rodeados por nuestros jóvenes guardianes, poco después me descubro de nuevo con una actitud infantil. Estoy cortando hierbas y jugueteando con ellas, extrañamente absorto. Y es que el control al que nos someten mientras andamos es tan exhaustivo que no se requiere participación ninguna por mi parte. De nuevo, he tenido una conducta infantil simplemente porque se me trataba como a un niño.

Supongo que la performance de Broeder tiene como objetivo cuestionar las estructuras de poder a las que están sometidos los niños (algo que consigue de forma magnífica), pero mi profunda satisfacción como espectador tiene un origen distinto: gracias a esta experiencia durante unos instantes me he sentido como un niño de nuevo.

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