Aún hoy en día el trabajo de Jérôme Bel consigue generar bastante controversia. Es algo que me sorprende, porque a estas alturas sus preocupaciones y forma de trabajar dibujan una clara trayectoria con una coherencia innegable. Partiendo de la base de que cada artista es libre de cultivar sus propias obsesiones, el rechazo hacia el trabajo de Jérôme Bel me resulta difícil de entender. Parece como si algunos artistas percibieran su discurso sobre las artes escénicas como una amenaza sobre su propia forma de trabajar. Es un sentimiento que no comparto, quizás porque no me tomo muy en serio algunas de sus ideas, aunque reconozco el valor y la necesidad de reflexionar sobre las características más esenciales de las artes escénicas.A continuación me limitaré a señalar algunas contradicciones en esta pieza que constituyen considerables agujeros en el discurso de Jérôme Bel. La capacidad para potenciar la reflexión de estas contradicciones me parece lo más interesante de su trabajo.
En primer lugar, Bel afirma en esta pieza que quiere huir de la representación ya que, tras leer La société du spectacle, llegó a la conclusión de que nuestra sociedad padecía un exceso de representación. Sin embargo, «Pichet Klunchun and myself» es pura representación, una pieza de teatro con todas las de la ley donde Bel y Klunchun fingen una situación determinada (como si se encontrasen por primera vez) y mantienen un diálogo donde conocen todas las preguntas y respuestas de antemano. ¿Qué hay más representacional que esto? Más allá de esta circunstancia particular, habría que recordar que de todos modos es imposible huir de la representación. Incluso nuestras más elementales acciones, aquellas que querríamos creer «naturales», tienen un marcado carácter performático. En este sentido, las supuestas huidas de la representación por parte de Bel están irremediablemente abocadas al fracaso.
Por otro lado, Bel argumenta que en el arte contemporáneo ni el creador sabe de antemano lo que va a realizar ni el espectador puede ir a colmar unas expectativas previamente establecidas. El coreógrafo pone como ejemplo antagonista el ballet, donde los creadores recrean un producto ya cerrado y el espectador compra una entrada para «reconocer» una obra. Aunque personalmente no tengo ningún tipo de interés por el ballet, se puede conceder la posibilidad de variaciones en la ejecución y en los detalles que constituyan un estímulo mayúsculo para el connaisseur. Independientemente de este hecho, para los que conocemos la trayectoria de Bel, nuestra sorpresa ante sus nuevas propuestas resulta francamente limitada. Para sorprenderme en su próxima obra Bel probablemente debería mostrarme algo como «El lago de los cisnes», lo cual crearía una paradoja mayúscula dentro de su definición de «arte contemporáneo». En el fondo aquí Bel entronca su discurso con el de las vanguardias que se propusieron una innovación sin tregua. Sin embargo la innovación constante es una imposibilidad tan grande como la de evitar la representación. Es algo sobre lo que reflexionaba en el artículo «Es cool Sonia Gómez?» (Liquid Docs, 2009) o sobre lo que trataba Carles Santos al final de una entrevista. Es más, la obsesión por la innovación absoluta suele llevar a situaciones bastante absurdas y a piezas mediocres. Sin embargo, el ser humano no parece poder desprenderse de la refulgencia del adjetivo «nuevo». Lo demuestran los anuncios de detergentes. ¿Cómo definir pues lo contemporáneo? Ésa es una pregunta para la que no tengo una respuesta que pueda valer para todo el mundo. Personalmente, considero una pieza «contemporánea» cuando ésta refleja las preocupaciones de un individuo particular en el presente. Teniendo en cuenta que lo que corresponde al «presente» es un tema abierto a discusión, esto dibuja para mí unas fronteras muy difusas, pero donde a menudo entran piezas sustancialmente «convencionales». Lo cual no impide, naturalmente, que pueda haber piezas contemporáneas que no me interesen. Pero el factor principal para la aparición de mi interés no siempre gira alrededor del binomio «sorpresa»/»reconocimiento».
En cierto momento de la pieza, Bel defiende su rechazo a utilizar la técnica como una herramienta democrática. Si en el escenario no se realiza nada que el espectador común no pueda repetir, esto pondría a todo el mundo en pie de igualdad. A pesar de que el exhibicionismo técnico sin una justificación clara me parece una de las causas principales del fracaso de muchas piezas, no creo en absoluto que Bel vaya a hacer más democrática nuestra sociedad mediante su rechazo de la técnica. Sería como pretender la inexistencia de variaciones entre los individuos de la sociedad por el mero hecho de poner a hermanos gemelos en escena. Más allá de la ineficacia de este mecanismo, tampoco creo que la diferencia sea un obstáculo para la democracia.
Finalmente, Bel defiende la inmovilidad como un espacio para la reflexión. Quiere promover el pensamiento en el público, huyendo así del mero «entretenimiento». Es un argumento que se cita en «Agotar la danza» de Lepecki y que es ciertamente válido. Sin embargo, este argumento no se puede llevar al límite, ya que en ese caso la pieza donde se generaría más reflexión sería la de un escenario vacío por un tiempo indeterminado. La inmovilidad puede ser un espacio para la reflexión, pero también puede ser mero vacío. Resulta difícil diferenciar entre estos dos fenómenos que, además, se darán de formas distintas en espectadores diferentes según la situación. Pero si bien la reflexión necesita del vacío, también requiere de un estímulo previo. A veces el predominio del vacío respecto al estímulo puede generar un solemne aburrimiento. Y de este aburrimiento no se puede culpar al espectador por una supuesta adicción a la sociedad del entretenimiento. De ese aburrimiento es culpable la falta de habilidad del artista. Debido al rechazo al entretenimiento, el aburrimiento se ha convertido en un argumento tabú a la hora de evaluar el arte contemporáneo. Quizás sería la hora de recuperarlo en su justa medida.
Como siempre invito a todo el mundo a expresar su propia opinión y rebatir, apoyar, contradecir o ampliar todo lo que afirmo con sus propios argumentos. ¡Muchas gracias!
kim , hay dos cosas que me molan especialmente de tu crítica. La última idea, totalmente de acuerdo con lo del aburrimiento. Aunque comparto la reflexión sobre nuestra sociedad del etretenimiento y la necesidad del vacio para reflexionar valoro enormemente que me estimulen, que me muevan cuando voy al teatro, que no me dejen en el mismo sitio, que me obliguen a moverme de mi butaca. Pero bueno que lo explicas muy bien…»pero si bien la reflexión necesita del vacío también necesita de un estímulo previo»
Y lo otro, lo de la obsesión con innovar, ay que a veces me hace sentirme conservador algunas cosas que veo, y es que innovar por innovar es una chorrada, por sí mismo da igual. siempre hay razones por la relación con el entorno que mueven a innovar, pero cuando la innovación se aleja de la necesidad en la que subyace y es pura moda o estilo se ve el vacio dentro y me aburre como un hongo. Si se disocia el movimiento y el impulso que lo provoca la cosa se muere la vida se mecaniza y al final no nos movemos, estamos quietos
Me alegro de que te guste el texto, aunque hay un gran dilema por resolver… Qué se considera un estímulo suficiente para un determinado intervalo de vacío? Porque también debo aceptar que el vacío me gusta, sobre todo si permite una cierta cualidad contemplativa. Quizás lo que me molesta es el vacío que aspira a la trascendencia…