No hay teatro radical, sino buen o mal teatro.
Si no me equivoco era Bachelard quien advertía contra el peligro de las metáforas y otros juegos de palabras. Por ejemplo, Aristóteles utilizó la metáfora de la savia para explicar la circulación de la sangre en los humanos y en consecuencia durante un buen puñado de siglos la humanidad creyó que la sangre fluía en un solo sentido.Ocurre algo similar con los «Radicals Lliure» (cuyo primer espectáculo se ha estrenado ya con éxito como atestigua este artículo de La Vanguardia) , un bonito juego de palabras a conjunto con el nombre del teatro. Y estos juegos de palabras funcionan muy bien en prensa. Pero el peligro es que «lo queda bien en prensa» termine por contaminar la realidad.El ciclo Radicals Lliure es uno de los pocos oasis en el desierto de la escena contemporánea barcelonesa. Gracias a Dios que existe y ojalá extiendan su duración. Sin embargo, la radicalidad no es en absoluto el valor que lo hace interesante. Sin embargo, los medios de comunicación han caído en la trampa a pies juntillas. Belén Ginart en El País describe a Sergi Fäustino como «auténtico paradigma de la escena radical barcelonesa», mientras que Justo Barranco en La Vanguardia habla de «la propuesta ciertamente radical» de «Dead Cat Bounce» y dice de «Jerk» que es una obra «tan radical como el ciclo».Pues no, el interés de estas obras no estriba en que hablen de zombis, pedofilia o especulación bursátil. Estas creaciones resultan valiosas porque abandonan los formatos convencionales y realizan una investigación rigurosa en busca de un lenguaje personal. Por ese motivo continuarían siendo interesantes aunque tratasen de algo tan anodino como el tiempo que va a hacer hoy en Barcelona.Mientras que en la artesanía se repiten los mismos formatos una y otra vez (las vajillas de La Bisbal o los clones de Focus en el Romea), el arte se distingue precisamente por este tipo de investigaciones rigurosas y personales. Si el componente esencial del arte escénico se etiqueta como «radical», en vez de situarse como un objetivo primordial se desplaza hasta los márgenes del discurso. Es decir, con este nombre indirectamente se sugiere que estas obras no son más que curiosidades. Bendito sea este ciclo pero, por el amor de Dios, que le cambien el nombre.
Ya puestos a cambiar por favor que cambien la imagen del bogavante
Para algunos ser Radical es ponerse unas patas de bogavante en la frente y sacar la lengua. Entonces mamá-rigola dice «ay, que mono». ¡Está tan contenta de que el niño divierta a las visitas! y, si además atrae a unas cuantas programadoras francesas que den lustro a una programación casposa, pues mejor. Eso sí, el niño tiene que hacer la monería sin pasarse de listo: que no cueste mucho dinero y que no se salga de lo digerible (vaya, que el bogavante, si es de vivero, va que ni pintao. Papá y Mamá se comen la chicha y a los Radicales que les den morcill… que les den las pinzas).
Y puestos a elegir, entre el teatro «radical» y el «buen» o «mal» teatro, yo prefiero el «mal» teatro.
Por cierto, a parte de los catalanes, no sé si os habéis dado cuenta de que el resto suelen pronunciar «Rádicals», con acento en la primera a, como si fuese yanki. El nombre ya es curioso pero cuando lo oigo con ese acento no puedo evitar la risa: «¿Vas a ir al Rádicals?». ¡Qué cool! Si es que quien no se ríe es porque no quiere.
desde luego ruben!