«Agrio beso»
El «Agrio beso» de este sábado no difería mucho del que presencié en la Sala Apolo hace un par de años. A veces los espectáculos se transforman con el tiempo, otras no.
El Mercat de les flors es un espacio difícil, sobre todo para una pieza que juega con los códigos de un concierto de rock. Y es que el concierto de rock interpela al público, le permite agitarse e interrelacionarse durante la performance y no requiere silencio ni una escucha esmerada. Los butacones, la frontalidad brutal y la imposibilidad de hacerse con una cerveza eran elementos entorpecedores para disfrutar de «Agrio beso».
Esta obra también presenta una dificultad añadida debido a su estructura. Aunque el concierto de rock consigue un acercamiento a formas populares y abordables, esta dualidad de lenguajes dificulta la percepción de coherencia. En artes escénicas siempre es así, escoger algo implica renunciar a otra cosa.
El último escollo en «Agrio beso» es la dispersión de sus textos, lo cual también nace de su naturaleza íntima. Cuando dejas de lado la narrativa cerrada resulta difícil mantener la atención del espectador, porque la conexión entre los textos resulta sutil e indirecta. Es un fenómeno que sufro en mis propias carnes en ciertos ejercicios de escritura creativa. ¿Deberíamos por eso acatar las normas de la trama convencional? En absoluto, el belbelismo se queda para otros.
Después de enunciar las problemáticas, repasemos los momentos más bellos de esta pieza, que resuena especialmente en mí debido a mi afinidad con el lado oscuro. En esta obra destaca el principio, con la carta de Kurt Cobain y la maravillosa «Cien mil caballitos de anís» de Corcobado. Disfruté también con las demás canciones del músico, así como con el trabajo actoral y la mayor parte de las imágenes poéticas del espectáculo. Desde el tubo de fluorescente que crea un diminuto rayo azul en su base, pasando por la electricidad en el escote de Agnès o las construcciones con cajas de medicamentos y, sobre todo, el beso a cámara lenta en la pantalla del fondo. Dos de los textos me produjeron de nuevo una gran impresión: los consejos sobre cómo suicidarse con medicamentos y las reflexiones sobre la naturaleza de una epidemia. En relación con este último monólogo, la escena de la comunión resulta brillante porque consigue entrecruzar sutilmente la vida y la muerte. La pertenencia a algo que sobrepasa los límites de nuestro cuerpo es uno de los mayores placeres de nuestra existencia, pero evoca también el fin de la misma. La máxima experiencia erótica es la muerte, Georges Bataille dixit.
A pesar de las dificultades que pueden surgir al apostar por dramaturgias no convencionales, estos ejercicios valientes merecen siempre para mí una consideración enorme. Ojalá se viesen más a menudo. Gracias por el atrevimiento y la atrabilis, Juan.
Invito una vez más a todo el mundo a contradecir, apoyar o matizar mis palabras.
El mal de los blogs, la escasez de comentarios.
Curiosa dependencia.
En realidad la gente nos lee, y noscomenta en su cabecita, ita, y ita.
Un saludo criticón
D,
Bastante movimiento has provocado, que es de lo que se trataba no?
Espero que después del huracán LP te des un descanso merecido.
GRACIAS POR TU PASION, SENSIBILIDAD Y VALENTÍA.
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