Debo repetir que soy un auténtico ignorante del arte flamenco y que, además, no voy a hacer nada por remediarlo en un futuro próximo porque no es algo que me obsesione. Pero aún así, quise asistir a «El final de este estado de las cosas redux» porque la anterior actuación del bailaor en el TNT de Terrassa me produjo una impresión notable.
Israel Galván repitió en este nuevo espectáculo muchos de los pasos que mostraba en el previo «La edad de oro». Y, aunque no tengo una gran memoria coreográfica, los recordé de inmediato. Esto implica que es un material potente y que con él Galván imprime un sello propio a todo lo que hace. Pocos bailarines pueden agarrarse con firmeza a un estilo personal. Para mí esto constituye sin duda un fuerte atractivo. También es cierto que a la larga puede resultar repetitivo, pero confío en que, como artista, Israel sepa desarrollar también una evolución personal en el futuro.
Dramatúrgicamente, el espectáculo es un mosaico de escenas sin ningún otro vínculo que un eje temático: algunos pasajes del libro del Apocalipsis. Esto crea una fuerte incoherencia a nivel global. Las escenas sólo tienen este difuso fondo en común y no se relacionan entre ellas. También me costó entender la necesidad de una plataforma articulada con muelles sobre un lecho de polvos de talco. Galván no necesita efectismo alguno. Y cuadro tras cuadro, las estrategias y las tonalidades varían de forma radical. Desde una drómica banda de metal con los músicos disfrazos de franciscanos hasta una teatral escena con uso de máscara y suelo de arena. Es decir, un auténtico batiburrillo. Una sola de estas estrategias bien desarrollada hubiese sido suficiente para un espectáculo de una hora.
Pero, sin embargo, importó poco. Galván es capaz de convencer hasta alguien como yo, sin ninguna inclinación en especial por el flamenco. Su decisión de seguir el compás con movimientos minúsculos crea un contrapunto maravilloso para la espectacularidad sin tregua del zapateao. Además tiene una presencia neutra y clara, una personalidad escénica que resulta fascinante precisamente por su falta de pretensión. Por otro lado, los cantaores me humedecieron los ojos con un simple «Dios te salve María». A mí, que soy ateo furibundo y apostata orgulloso.
Pensé que eras Quim Gutierrez, y te iba a decir si fueras Quim Gutierrezque no me creo lo que dices ni l oque haces…
Es una tonhtería pero ahí está