A pesar de que sé poco sobre el butoh, me gustaría escribir algunos apuntes tras asistir a «Kinkan Shonen». De hecho, cada vez soy más consciente de que eso es lo que quiero que sean estos textos en Teatrón: reflexiones personales. El papel de los críticos parece implicar la valoración de los espectáculos a la manera de los Césares en el Coliseo. Pulgar arriba o pulgar abajo. Es cierto que a menudo incluyo una valoración personal de los espectáculos que comento, pero me gustaría que esta parte fuese marginal. Lo que me interesa es entender qué ocurre en el escenario, cómo está construido, qué reacción provoca y qué razonamientos desencadena. La valoración que yo pueda hacer sobre el espectáculo me parece la faceta menos relevante.
Así pues sólo quería dejar constancia de algunas características de esta performance butoh. En artes escénicas hay una estrategia que, si no se usa con extremo comedimiento, resulta horripilante. Se trata de la apuesta por lo espectacular. Lo espectacular es aquello que capta de inmediato la atención de los humanos. Se me ocurre una serie de ejemplos: telas que ondean, el humo, luces de colores, explosiones… Dentro de lo espectacular hay otra categoría que se podría denominar el «virtuosismo exhibicionista». Se trata de propuestas que implican un dominio técnico extremadamente elevado y cuyo único valor estriba en esta misma dificultad técnica. En danza se trata de saltos acrobáticos, constorsiones imposibles, un equilibrio superlativo…
Hace poco vi el vídeo de Madonna de «Confessions Tour» y encajaba de pleno con esta tipología. Luces, humo, una capa ondeando, tecnología (la bola disco de donde sale), los saltos de sus bailarines, miles de globos, destellos por doquier y provocación fácil (la cantante en la cruz de cristalitos). Si todos estos elementos no están articulados, la propuesta es como un cañón que va disparando de forma monótona. El primer disparo logra captar tu interés, pero al décimo zambombazo no hay quien aguante.
En parte esto se debe a que lo espectacular siempre está relacionado con lo obvio. Si nos hemos de asegurar de que algo capte la atención de todo el mundo debe ser evidente. No hay sitio para sutilidad alguna. Así que no debe extrañarnos que a menudo las propuestas más espectaculares sean a la vez las más tontas.
¿Por qué toda esta digresión? Porque en «Kinkan Shonen» había una gran dosis de virtuosismo. Los movimientos de los bailarines a menudo eran de un bizarro extremo. Se inhibían reacciones corporales básicas (un hombre caía al suelo de espaldas y conseguía no alterar ni un milímetro la posición recta de la columna ante la inminencia del impacto), se ejecutaban gestos difíciles y se lograba un equilibrio sin temblor alguno en posiciones inverosímiles. Sin embargo este virtuosismo se ponía al servicio de una poética coherente e interesante que te arrastraba de principio a fin. Además, este dominio técnico se mostraba a menudo en elementos pequeños, en detalles, con un ritmo pausado que no buscaba la ovación fácil sino el desarrollo consecuente de la pieza.
Es decir, el virtuosismo cobra sentido si se usa con una finalidad. Y si en vez de invertirse en aquello que clama al cielo por su obviedad se emplea en lo diminuto, obtenemos una pieza inteligente y delectable, llena de contrastes y matices.
no he visto la obra referida, pelo me llamó la atención a la reflección a cerca de lo espetacular.
acertdado.
saludos.