Este espectáculo se enmarca dentro de la danza contemporánea que desdeña lo supérfluo y busca una razón para todo aquello que se incluye en un espectáculo. En otras palabras, se trata de una propuesta ponderada y coherente. En este caso el tema central de la obra es lo que el programa denomina «lo burlesco». Este término engloba en esta ocasión el slapstick, el humor absurdo, y un cierto sentido trágico de la existencia. Si resulta más esclarecedor, se podría llamar también «el universo del clown».
A veces por el Mercat transitan grandes compañías con mastodónticos espectáculos cuya vocación es únicamente plástica y cuyo discurso deja que desear. Es un gustazo ver una obra que atiende ambos aspectos y consigue llenar un escenario tan grande con sólo dos intérpretes. Como era de esperar debido a su renombre y larga trayectoria, las dos creadoras tienen una presencia escénica de primera línea.
Si algo hay que destacar de la pieza, además de buenas dosis de humor, es la precisión y la buena escritura. Las escenas están bien articuladas entre sí, la acción jamás se aleja del eje aglutinador, ningún elemento resulta reiterativo, nada parece fuera de tono y el todo fluye con ritmo. Esta excelencia en la escritura hace que este espectáculo contemporáneo emane un aroma clásico, en el mejor de los sentidos.
¿Cómo se logra este nivel de acierto y fluidez en la exposición? Utilizando las tijeras doradas que Juanjo Sáez dibuja en su libro «El arte». Es decir, cuestionando todos y cada uno de los elementos que van surgiendo a lo largo del proceso de creación y conservando sólo aquello que resulta esencial. Algo muy fácil de decir y terriblemente difícil de realizar.
En un final de semana tan reivindicativo como éste, el espectáculo resulta alentador para todos aquellos que trabajan el lenguaje contemporáneo, por la razón de que muchas propuestas que he visto en escenarios pequeños y con bajísimos presupuestos no están muy lejos de este nivel de calidad. Suelen ser piezas más breves y menos cuidadas debido a la falta de medios, pero el espíritu está allí. Falta que alguien lo sepa reconocer.