Este mes de julio he sido algo perezoso y, aparte de la anterior entrada, no he escrito nada después de asistir a cada espectáculo. Por un lado el paso del tiempo hace que olvides detalles e ideas relevantes para escribir el análisis exhaustivo de cada pieza pero, por el otro lado, las impresiones se sedimentan y eres capaz de apreciar otros aspectos que la inmediatez de la experiencia enturbia.
Por ejemplo, Yumi Fujitani nos mostró el 13 de julio su «Butôtic» en sesión doble junto a Victoria Macarte y su «Demented sausage» (ver foto). Al salir de la Nau Ivanow pensé que era relativamente interesante, pero no me impresionó mucho. No soy un experto en Butoh ni tampoco es un lenguaje que me cautive en extremo. Además la pieza es un poco árida porque no busca mantener la atención del espectador como principal objetivo. Así que aprecié ciertos aspectos artísticos, pero al salir pensé que tampoco hubiese pasado nada si me lo hubiese ahorrado. Sin embargo estas últimas semanas las imágenes de Yumi y su peculiar movimiento han vuelto a mi cabeza de forma recurrrente. Su particular uso del cuerpo y la poética sencilla y colorista de su espectáculo se han quedado grabadas en mi mente como un acertijo sin resolver. ¿Qué era aquel movimiento extraño, esos juegos infantiles y algo simplones que a ratos se me hacían pesados? Supongo que eso es la calidad artística. Una impresión que no se borra, una pregunta que se formula, una puerta que abre más allá de lo entretenidos que hayamos podido estar durante la representación.
Sin embargo, una semana después de «A disappearing number» de Théâtre de la Complicité en colaboración con Simon McBurney, no queda apenas nada. Y sin embargo era un espectáculo de casi dos horas que no se hacía largo y que explicaba una buena historia. Los actores mostraban a veces actuaciones sobresalientes, como el soliloquio de la profesora de matemáticas al principio. Y sin embargo… nada. Es cierto que también me molestó la escenografía con su ostentosa complejidad y el abuso de las proyecciones que ensuciaban la obra con su superposición de lenguajes sin aportar gran cosa. También me incomodaron los tópicos de folklore indio. Pero aún así era correcto. Y no obstante sólo me ha quedado un vivo interés por la figura histórica del matemático Ramanujan.
La pieza corta de Victoria Macarte que servía de introducción a Yumi Fujitani se inscribía dentro del lenguaje clásico de la danza contemporánea y estaba articulada alrededor de un tema bien definido (al igual que su «Shit Bingo» que vimos en el último IN de La Poderosa). No me gustó tanto como «Shit Bingo» pero de nuevo era una obra donde todo estaba bien medido y donde todo era consecuente con el punto de partida escogido. Ya les gustaría a muchas compañías disponer de la fuerza argumentativa y la capacidad de síntesis de Victoria. El lenguaje era un pelo demasiado tradicional para mi gusto, pero la presencia escénica de la intérprete resulta muy notable. Y si además te explican que la pieza está basada en la abuela de Victoria que fue bailarina de music-hall, entonces la representación se vuelve ciertamente emotiva.
Pero afilemos los cuchillos para hablar de «Fast Forward, lo que vendrá en las artes escénicas», la primera muestra programada por un/a médium. ¿Cómo sino sabe lo que vendrá en las artes escénicas? Por otro lado, ¿qué me decís de que el futuro sólo pueda provenir de Inglaterra? Porque en Fast Forward sólo se mostraban compañías inglesas… Peligrosamente vemos como las artes escénicas se imbuyen de la lógica de las revistas de tendencias. Qué cool, nena, me encanta tu rollo brit y tu escenografía. Pues a mí me encanta el bluf que te has montado y encima los espectáculos los debe de haber pagado el British Council…
Pero dejemos la frivolidad de lado. «Lo que vendrá en las artes escénicas» se convirtió mayoritariamente en un festín de caspa donde, de lo que vimos, sólo resplandecía «Alice Bell» de Lone Twin. Un espectáculo austero de teatro narrativo con elementos de movimiento que tenía puntos en común con Jan Lauwers en el modo expositivo. Muy loable.
Aparte de esta pequeña joya y prescindiendo ya de la programación deficiente y el envoltorio arrogante, el mayor fracaso de «Fast forward» era de concepto y organización. No se pueden embutir a 400 personas sentadas en sillas de plástico en un espectáculo de un solo intérprete donde es importante una buena visibilidad para apreciar los detalles. No se puede dejar a centenares de personas sin un espacio de encuentro social donde relacionarse entre espectáculo y espectáculo. No puede haber un solo bar colapsado que, además, cierra 2 horas antes de que termine la muestra. No se puede ignorar el flujo de los espectadores y crear colas y aglomeraciones. No se puede hacer una previsión irreal del tiempo que desemboque en retrasos de más de una hora.
La única lección que podemos sacar de todo esto es que en las artes escénicas el espacio y la forma de presentación son la mitad del valor de una obra. Porque se trata de un lugar de encuentro y de intercambio, no de transporte vacuno.
hay un temazo en lo que comentas de como una obra sigue resonando días después de verla y como otras no lo hacen. como cambían los argumentos inmediatos con el paso de los días haciendo que la balanza entre unos y otros se de la vuelta. a que nos estamos refiriendo cuado acaba el espectáculo y a que nos referimos al cabo de un tiempo?
por cierto lo de «muestra programada por un medium» es algo nuevo joder, yo me estoy pensando en visitar un oraculo o echarles el tarot a algunas obras a ver si son futuras, pasadas o atropelladas. en todo caso es otro ejemplo, este del Grec, donde lo que te queda de la programación es el marketin usado.
Sí, el tiempo hace cosas curiosas con lo que ves… En cuanto a lo del Márketing y la cultura yo no dejo de darle vueltas… ¿Será la culpa de Andy Warhol y sus latas de sopa Campbell?