Domingo 11 de mayo
Esta vez dejamos la bolsa de agua de lado y calentamos con ejercicios por parejas de Bodu, una forma de Jiu Jitsu. Empezamos por mirar a los ojos al compañero que tenemos delante y nos ponemos en su lugar, medimos la distancia entre su centro y el suelo e intentamos sentir como el peso de la parte inferior de nuestro cuerpo se proyecta hacia los pies mientras la parte superior crece hacia al cielo.
Después, en la misma posición, avanzamos hacia la otra persona mirándola a los ojos. El otro debe apartarse en el último momento sin tocarte y tú no debes reducir la velocidad. Es más difícil de lo que parece y cuando lo logras obtienes un peculiar sentimiento de compenetración y agilidad. El tercer ejercicio consiste en coger al compañero por la muñeca y guiar su movimiento de forma fluida, sin que surja arruga alguna en su piel alrededor de tu mano. Esto requiere una alta capacidad de escucha por los dos lados y los resultados del juego son similares a los que se consiguen con el contact.
Más tarde seguimos improvisando con las canciones que cada uno ha traído, a menudo con tacones, para complicar y hacer variar los resultados.
El siguiente ejercicio consiste en decir qué es lo que NO quieres para tu proyecto, mientras los compañeros improvisan movimiento a tu lado. Este ejercicio es muy práctico ya que ante la inmensidad de opciones posibles siempre se debe empezar por descartar algo. Me recuerda a un gran dibujo de Juanjo Sáez en su libro «Viviendo del cuento». Es un capítulo de una página donde se ven unas tijeras gigantes y el autor explica que ha preferido suprimir un capítulo. Como explica Sáez, saber dejar de lado cosas y retener tan sólo lo esencial es lo que te permite crear algo de calidad. ¡Viva las tijeras!
En la segunda parte de la clase presenciamos una pequeña performance de una de las asistentes, que desplaza con cuerdas atadas a su cuerpo una silla donde reposa un vaso lleno de agua. A continuación repasamos el cuestionario que se nos dio el día anterior aplicándolo a esta performance y haciendo referencias a respuestas personales que cada uno de nosotros tiene para su proyecto personal.
Surgen debates acerca de lo que es la literalidad y porque se rehuye tanto en lo escénico. Alguien responde que la literatilidad no es buena porque presenta lo que ya conocemos. Pero otra persona aventura que el hermetismo absoluto tampoco resulta positivo porque imposibilita la comprensión a cualquier nivel. Por este motivo cada uno debe encontrar su propio equilibrio entre literalidad y hermetismo dependiendo de lo que quiera transmitir. Finalmente Sonia defiende que lo que hace que un espectáculo valga la pena es su carácter personal, por eso nos anima a imprimir nuestra huella en lo que hacemos. Aunque resulta difícil definir qué hace que un espectáculo sea «personal», acordamos que la mera copia de un estilo ajeno suele estar desprovista de interés porque carece de la implicación individual que provee de fuerza a las propuestas. Es cierto que cuando reconoces un estilo determinado en los espectáculos de un mismo creador entiendes que está forjando un lenguaje y que va por buen camino. ¿Acaso hay algo más fascinante que ver cómo se fragua una forma de entender y expresar el mundo y cómo evoluciona?
Para mí este punto de vista particular es lo que justifica desarrollar nuestros proyectos, más allá de las ambiciones de cada uno de nosotros respecto al impacto, difusión o rentabilidad de los mismos. ¿Quién puede prescindir de una forma de entender las cosas y de hacer partícipes a los demás de este punto de vista?