Esta pieza supone una cierta anomalía dentro de la carrera de Carles Santos ya que es la primera vez que trabaja con el material de otro autor, en este caso su amigo Joan Brossa. A estas alturas nadie puede dudar de lo valen estos dos creadores. Parte de su trabajo merece el adjetivo súblime, un honor del que pueden presumir muy pocos artistas. Estos son nuestros clásicos.
Este encuentro ofrece muchos encantos, comenzando por la divulgación de la obra escénica de Brossa, harto desconocida. Se trata de un collage de escenas y obras cortas del poeta, combinado con escenas de películas que le gustaban y otros documentos visuales. En este sentido la naturaleza de la obra impide un todo unitario, una coherencia absoluta que Santos logra a menudo en sus creaciones personales.
A pesar de esta característica, los focos de interés aquí son múltiples. En primer lugar hay muchos elementos, como el fragmento de «Concert irregular» (1967) que constituyen valiosos documentos históricos. Surge un tono de vanguardia clásica, una transgresión que ahora parece un pelo inocente ante la evolución maliciosa y alambicada de nuestra modernidad.
En segundo lugar, el dominio del lenguaje es otro de los grandes atractivos de la pieza. El oficio del poeta se siente en textos como el que Brossa le dedica a la muerte de Franco. Finalmente, la adaptación de «El sabater» ofrece una interesante confluencia entre el estilo de puesta en escena de Santos con un texto de Brossa. En este sentido me gustaría apuntar un paralelismo formal entre Santos y Liddell, a quien vimos con «El año de Ricardo».
Por un lado, el teatro casposo catalán que deriva del Institut del Teatre se basa en un extraño naturalismo. En teoría las piezas pretenden representar en el escenario con veracidad, haciendo ver que lo que pasa en el escenario es algo real. Los resultados suelen ser lamentables por toda una serie de vicios de actuación. Sin embargo muchos directores que exploran otros caminos se guían por el mismo principio e intentan representar en el escenario con veracidad y naturalidad. Por ejemplo, Sergi Fäustino y Rodrigo García. Ambos logran resultados actorales de calidad.
Sin embargo tanto Santos como Liddell optan aquí por la distorsión absoluta del comportamiento habitual en la vida cotidiana. Con resultados distintos, ambos crean toda una serie de códigos personales lejos de lo real y lo veraz, hasta fraguar un estilo propio. Simplemente quería señalar que esta estrategia es otra opción igual de válida que la primera, y que ofrece resultados muy loables. Santos trata el texto de «El Sabater» como una partitura y gran parte de lo que se dice no se entiende, pero da igual. Ante la perenne obsesión por la naturalidad, me gusta recordar esta vía alternativa, a la cual no se le presta mucha atención en nuestro entorno.