Esta pieza se remonta a 1982 y al parecer fue un hito que marcó los inicios de la fulgurante carrera d’Anne Teresa de Keersmaeker. La estrategia de crear una serie con variaciones alrededor de la misma que vimos en la obra del sábado ya aparecía aquí, aunque de forma mucho más burda.
La escritura coreográfica en esta pieza es bastante parecida a una fórmula matemática. Por eso es muy cerebral y todo resulta más previsible que en «Zeitung» aunque, como se trata de una obra arqueológica, quizás hace 25 años era necesario subrayar con más ahínco. Por otro lado, las matemáticas son fuente de una poesía muy particular y nada desdeñable. Aparte de este tipo de poesía, la repetición insistente de movimientos enérgicos creaba por momentos un cierto efecto hipnótico. Extraño como pueda parecer, por esta razón en la primera coreografía hubo algún instante que me recordó ciertos bailes «tecno».
También hubo momentos fugaces donde surgía un movimiento bastante natural, alejado de las impostaciones que se le suelen atribuir a la danza contemporánea. Se notaba además una sensibilidad muy especial en la elección de los gestos y eso le daba una personalidad propia a la obra: vital, contenida y algo dulzona. Tener personalidad propia es una de las cosas más valiosas de las que puede presumir el trabajo de un artista. Por eso me es indiferente lo que pueda representar esta coreógrafa en las artes del movimiento: tiene mi más extremo respeto como creadora.