Un amigo de cuyo nombre no me quiero acordar me dijo una vez que la improvisación es la forma de arte donde los intérpretes disfrutan más que los espectadores. No siempre es cierto, pero sí es verdad que la improvisación requiere una gran concentración y espíritu lúdico por parte de quien la produce. De ahí viene el placer para el performer. Y si el intérprete se divierte a veces ese gozo se traspasa al público.
La improvisación es una reivindacación de lo inmediato y de lo espontáneo. Se produce en función de una necesidad que alguien siente en un momento determinado y por eso conlleva un gran componente de verdad. He ahí su fuerza. Esta forma de arte también se opone en cierta medida a los espectáculos donde todo se premedita y se repite de forma milimetrada bolo tras bolo. Por ese motivo también es un grito de libertad. Y la libertad es algo a lo que no podemos renunciar.
Ayer Baixas presentó 4 improvaciones. Primero una con pintura y música que resultaba interesante. Después una improvisación de movimiento muy ingeniosa, con un elemento tan simple como una manta cosida con hojas de periódico. Las hojas se levantaban con el movimiento y las evoluciones de la intérprete creaban figuras donde no se reconocía la forma humana y surgían todo tipo de monstruos y figuras inclasificables. A pesar de que fue larga, la atención no decayó en ningún momento a excepción de con el vídeo, seguramente dispensable. Luego fue el turno de una improvisación con luz y sombras extremadamente poética y muy afín a mi sensibilidad. La última improvisación consistió en un relato con acompañamiento musical. No se pretendía ningún tipo de interpretación actoral. Era una simple narración directa llena de muletillas e imperfecciones, pero esta aproximación resulta coherente con la estrategia de la obra.
En definitiva, unas improvisaciones originales y de buena calidad en un sector donde, aparte de la danza, este género se ha descuidado mucho en los últimos tiempos.