Salgo del espectáculo de Sergi Fäustino bastante confundido. Creo que he asistido a una comedia. Una buena comedia de teatro de texto. Hablamos de un género ausente en las nuevas escenas y profundamente estigmatizado por el peso del teatro de bulevar. Mi sorpresa es mayúscula.
Hay un momento en que Mónica Muntaner dice «esto parece sacado de Matrimoniadas«. Y tiene razón en el sentido en que la obra no tiene ningún tema central ni pretende transmitir ningún mensaje. Lo que allí acontece pertenece a la vida cotidiana y además hace reír. Por suerte también hay elementos que diferencian la obra notablemente de este género. En primer lugar la estructura narrativa no es lineal y responde a una estrategia fragmentaria e inteligente. Por otro lado hay un minimalismo escénico que remite a un registro distinto y, finalmente, el método actoral se basa en la improvisación parcial que Fäustino ha trabajado en sus dos últimas piezas. Ocasionalmente restan pequeños titubeos que son difíciles de extirpar, pero este método llega aquí a cotas muy y muy elevadas. A Fäustino le van a llover felicitaciones en este sentido. Estamos ante un director de teatro en el sentido clásico del término. ¡Quién nos los iba a decir a los que seguimos su trayectoria desde el principio!
Si sus resultados actorales van a ser muy celebrados, apostaría sin embargo que la posición de la pieza va a provocar más de una polémica. Debido a sus puntos en común con la comedia de texto tradicional habrá quien la tache de frívola o de conservadora. Para mí hay suficientes divergencias como para provocar el interés que emana de la tensión entre polos distintos. Me refiero a esa tensión que citaba en la nota sobre Trigger, cuando algo se sostiene a medio camino entre dos elementos diferentes y resulta imposible determinar su naturaleza exacta.
Debido a la importancia de las calidades puramente formales estamos aquí ante una pieza formalista con una intensa poética del vacío. Vacío material por la falta de escenografía y vacío dramático por la falta de acción y evolución de los personajes. Aquí no ha pasado nada, podríamos pensar al final de la obra, y sin embargo nuestra atención no ha decaído.
Hay que destacar el principio de la obra, unas de las aberturas más contundentes que recuerdo, a la par con aquel «¿Cómo empieza?» de Mónica Valenciano.
Más allá de lo que pueda divertir (que no es poco), ahora por ahora me parece que la mejor virtud de esta pieza es su originalidad. En un mundo donde las ideas se propagan como la pólvora, Fäustino tiene el mérito de no seguir más que su propio criterio y no cultivar otro estilo que el suyo.
estoy de acuerdo en unas cosas en otras no pero nada importante. al caso lo que me pregunto es si esta obra la consideras lorreine o no? yo es que ya me había apuntado el término para el futuro porque me encanta.
No, no considero que Sergi pertenezca a la escuela lorraine, aunque siempre se pueden buscar puntos en común. Me alegro de que guste el nombre, me divertí un rato escogiéndolo 😉 + :-*
es lo que imaginaba. de todas formas pocos hay que no coman lorraine.
un abrazo
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