En el texto de presentación del ciclo «Radicals Lliure» citaba algunas características que se veían a menudo en la escena contemporánea: alternancia de texto y acciones, uso de imágenes poéticas, actores que no interpretan “personajes” sino que presentan un comportamiento similar al de los mismos actores en la vida real y uso frecuente del vídeo. Esta pieza de Marta Galán coincide en todos estos aspectos. Sin embargo se diferencia de otras del mismo género por una buena unidad formal. En efecto, a pesar de que en el programa se avise de que no es la versión definitiva, «Protégeme, instrúyeme» está bien construida y parece bastante acabada.
Pero volvamos atrás en el tiempo. Todas las épocas requieren formas de expresarse particulares. Pero más allá de estas formas, creo que ha habido una auténtica escuela. Las coincidencias formales de obras como «Agrio beso» de Juan Navarro, «Lola» de Marta Galán o «Jardinería humana» de Rodrigo García son muy notables. En algunos sentidos ciertas piezas de Roger Bernat quizás también estarían cerca de esta escuela. Yo no he asistido a todas las obras de estos creadores y me comentan que otros directores también han mostrado afinidad hacia esta escuela. No es mi intención trazar una genealogía y menos aún descubrir quién fue el fundador de susodicha escuela. Se trata además de una tarea fuera de mi alcance porque algunos directores han dejado el teatro y no dispongo de los medios para hacer una investigación. Tampoco querría desencadenar discursos ególatras sobre a quién corresponden ciertos méritos. Aún así, alguien se debería encargar de esta tarea porque lo contrario es despreciar parte de nuestra historia escénica. Es difícil encontrar un nombre para esta escuela y, como no surge ninguno de forma espontánea, yo la llamaré a partir de ahora la escuela lorraine. La denomino así por una frase de un monólogo que interpretaba Sonia Gómez en «Jardinería humana», donde decía que había preparado quiche lorraine para su fiesta de cumpleaños. Esta frase absolutamente secundaria en el transcurso de la pieza condensa para mí la mejor virtud de esta escuela: la capacidad ocasional de reflejar de forma precisa las preocupaciones y el estilo de vida contemporáneos. ¿Quién no ha asistido a una fiesta de cumpleaños con quiche lorraine?
Como he dicho antes, lo que más me interesa no es buscar los orígenes de esta escuela sino, ahora que los directores superviventes ya son maduros, ver como cada uno de ellos evoluciona hacia formas cada vez más personales. En este sentido Marta Galán muestra una unidad formal muy destacable en sus obras. «Melodrama», su anterior pieza, ya estaba muy bien contruida. De hecho era una pieza dramatúrgicamente redonda, donde no faltaba ni sobraba nada y donde todo estaba justificado y relacionado entre sí. «Protégeme, instrúyeme» está muy bien tejida, quizás no tanto como «Melodrama», pero la pieza aún debe terminar su proceso de maduración. También hay que apuntar cómo Marta Galán se decanta por utilizar temas que sirvan de ejes vertabrales en sus obras: la masculinidad en «Machos», ciertos aspectos de los sentimientos en «Melodrama» y la función del miedo en nuestra sociedad en «Protégeme, instrúyeme». Un referente teórico de moda para esta última sería quizá «La doctrina del shock» de Naomi Klein.
Otra sorpresa agradable que muestra la evolución personal de Marta Galán es la proporción de texto respecto a las imágenes poéticas. Si en algunas obras de la escuela lorraine tenías la sensación de que las imágenes poéticas eran una mera distracción entre texto y texto y se daba una alternancia matemática entre estos dos elementos, aquí la palabra arrincona las imágenes. Parece que el dominio del verbo y los tiempos hace menos necesario el recurso a la imagen poética con fines metafóricos. Una de las imágenes que se ofrece son dos vasos de leche que rebosan, lo cual remite a las copas de cava de «Melodrama», y este guiño es una marca personal más de la directora. El control acertado del espacio sonoro sería una característica más que destacar. No siempre se consigue y en otras piezas esto resulta en un enlentecimiento insoportable. El perfeccionamiento actoral de Juan Navarro y Núria Lloansi (dos actores históricos de la escuela lorraine) también debe mencionarse. Estos actores ya no sólo ofrecen frescura, sino también oficio.
Como sólo menciono virtudes (y en efecto son lo que predomina en esta obra), señalo sin embargo una gran reserva. El final consiste en Núria Lloansi declarando a bocajarro el mensaje de la pieza a través del micrófono. Este final no está a altura del resto de la obra, pues sirve en bandeja lo quiere se quiere comunicar en vez de dejar que el espectador lo infiera. Resulta extraño porque hay elementos en la obra que se cuidan mucho de dificultar la comprensión para estimular el esfuerzo del espectador (el vídeo deformado del principio, las frases en alemán). Este tipo de afirmaciones unidireccionales siempre desprende un azufre doctrinario por muy de acuerdo que estemos con lo que se quiere señalar. Aún así, se trata de un momento muy breve que no consigue deslucir el resto de la obra.
La genealogía nos lleva a Madrid, yo diría. Creo que Rodigo García es bastante culpable de recoger la dramaturgia de su cercano Marquerie y juntarla con la impactante plástica de Fabre, la política de Brecht, la cínica nihilistica de Céline y el conceptual de Nauman, y de encontrar una fórmula lo suficientemente sencilla y coherente como para generar una marca.
Hay muchos más detrás, está claro! pero ayer yo creo que en gran parte gracias a Rodigo, de alguna manera, estaban todos ellos presentes en esta pieza. Eso sí, con los porcentajes de cada ingrediente cambiados según la personalidad de la directora… y bueno, con un pelín menos de gracia y con bastante menos punch.
Y… joder, que no es tan fácil!
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